Hay hombres
que deberían tener montañas
para eternizar sus nombres.
Las lápidas no son lo bastante altas
ni verdes,
y los hijos se van
para perder el puño
que la mano de sus padres parecerá siempre.
Yo tuve un amigo:
vivió y murió en absoluto silencio
y con dignidad,
no dejó libro, ni hijo, ni una amante que le llorase.
Tampoco es esto una canción de duelo
tan sólo el nombramiento
de esta montaña por la que ando,
fragrante, oscura, y delicadamente blanca
bajo la palidez de la niebla.
A esta montaña le pongo su nombre.
LEONARD COHEN, de "The Spice-box of Earth" (1961)
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