Sola, triste, abandonada,
mismo en la cumbre de un cerro,
hecha de piedra y de hierro
está la casa encantada.
No hay quien pise esa morada
sin que pierda los sentidos;
muchos hombres atrevidos
por el valor que mostraron
fueron pero regresaron
idiotas o enloquecidos.
Y cuenta la tradición
leyendas desconcertantes,
crímenes horripilantes
que entorpecen la razón.
Cierto mozo una ocasión
después de una gran porfía
jugó que una noche iría
solo, sin armas ni luz,
para dejar una cruz
en esa casa sombría.
Llegó por fin el momento
de la terrible jugada;
la noche estaba estrellada
como en la noche de un cuento.
Se fue sin otro armamento
que una cruz que iba a dejar
clavada en algún lugar
de aquella casa maldita
y con audacia infinita
fue la prueba a realizar.
Aquella noche pasó,
pasó un día y otro día,
el valiente no volvía
y el temor se redobló.
Entonces se resolvió
ir en busca del valiente
y reunida mucha gente
en estoica caravana
partieron una mañana
bajo un sol resplandeciente.
Pasado ya el mediodía,
después de esfuerzos grandiosos,
por mil caminos tortuosos
rodean la casa sombría.
Señal de vida no había
en todo su alrededor,
aquello daba pavor
por lo triste del paisaje;
todo era negro, salvaje,
tremendo, conmovedor.
-¿Quién se anima a levantar-
dijo uno- aquel aldabón?
-Yo voy- dijo un mocetón-
a ver, déjenme pasar.
Más cuando iba a realizar
con valor su atrevimiento
no pudo porque al momento
gritos terribles se oyeron
y sus mil puertas se abrieron
como por encantamiento.
Muchos huyen por el ruido
pero él, con intrepidez,
vuelve a avanzar otra vez
como león enfurecido.
-Alto, joven atrevido-
dijo una voz misteriosa,
tan triste, tan dolorosa
que parecía de ultratumba
mientras la casa retumba
de una manera espantosa.
-¡Si dais un paso adelante-
volvió a repetir la voz-
no te salvará ni Dios
si Dios se pone mediante.
No comprendes, ignorante,
que esta casa está encantada,
retira tu planta osada
que por tu bien te lo pido,
sino, joven atrevido,
tu vida está en tu jugada.
-Se que afuera hay mucha gente
ávida de tu regreso,
no te he de matar por eso,
te condeno solamente.
Cuando vuelvas nuevamente
donde ese pueblo te espera
llevarás tu cabellera
blanca igual como la nieve,
después si alguno se atreve,
mi palabra será "Muera"...
Y con terrible sorpresa
vio el joven despavorido
su cabello renegrido
como nieve en su cabeza.
Así pagó la torpeza
de descubrir insondables
misterios tan respetables
como la vida y la muerte,
dos cosas que están por suerte
para el hombre, impenetrables.
Juan Pedro López
(1885-1945)