jueves, 14 de marzo de 2013

La casa encantada (Juan Pedro López)




Sola, triste, abandonada,
mismo en la cumbre de un cerro,
hecha de piedra y de hierro
está la casa encantada.
No hay quien pise esa morada
sin que pierda los sentidos;
muchos hombres atrevidos
por el valor que mostraron
fueron pero regresaron
idiotas o enloquecidos.

Y cuenta la tradición
leyendas desconcertantes,
crímenes horripilantes
que entorpecen la razón.
Cierto mozo una ocasión
después de una gran porfía
jugó que una noche iría
solo, sin armas ni luz,
para dejar una cruz
en esa casa sombría.

Llegó por fin el momento
de la terrible jugada;
la noche estaba estrellada
como en la noche de un cuento.
Se fue sin otro armamento
que una cruz que iba a dejar
clavada en algún lugar
de aquella casa maldita
y con audacia infinita
fue la prueba a realizar. 

Aquella noche pasó,
pasó un día y otro día,
el valiente no volvía
y el temor se redobló.
Entonces se resolvió
ir en busca del valiente
y reunida mucha gente
en estoica caravana
partieron una mañana 
bajo un sol resplandeciente.

Pasado ya el mediodía,
después de esfuerzos grandiosos,
por mil caminos tortuosos
rodean la casa sombría.
Señal de vida no había
en todo su alrededor,
aquello daba pavor 
por lo triste del paisaje;
todo era negro, salvaje,
tremendo, conmovedor. 

-¿Quién se anima a levantar-
dijo uno- aquel aldabón?
-Yo voy- dijo un mocetón-
a ver, déjenme pasar.
Más cuando iba a realizar
con valor su atrevimiento
no pudo porque al momento
gritos terribles se oyeron
y sus mil puertas se abrieron
como por encantamiento. 




Muchos huyen por el ruido
pero él, con intrepidez,
vuelve a avanzar otra vez
como león enfurecido.
-Alto, joven atrevido-
dijo una voz misteriosa,
tan triste, tan dolorosa
que parecía de ultratumba
mientras la casa retumba
de una manera espantosa. 

-¡Si dais un paso adelante-
volvió a repetir la voz-
no te salvará ni Dios
si Dios se pone mediante.
No comprendes, ignorante,
que esta casa está encantada,
retira tu planta osada
que por tu bien te lo pido,
sino, joven atrevido,
tu vida está en tu jugada. 

-Se que afuera hay mucha gente
ávida de tu regreso,
no te he de matar por eso,
te condeno solamente.
Cuando vuelvas nuevamente
donde ese pueblo te espera
llevarás tu cabellera
blanca igual como la nieve,
después si alguno se atreve,
mi palabra será "Muera"...

Y con terrible sorpresa
vio el joven despavorido
su cabello renegrido
como nieve en su cabeza.
Así pagó la torpeza
de descubrir insondables
misterios tan respetables
como la vida y la muerte,
dos cosas que están por suerte
para el hombre, impenetrables.

Juan Pedro López
(1885-1945)

lunes, 11 de marzo de 2013

El adiós a Santos Inzaurralde(*)


Pese a su labor política en filas del Partido Nacional, su actuación como edil departamental, su cargo en la Dirección de Cultura y sus tiempos de secretario de la Intendencia de Lavalleja, Santos Inzaurralde será recordado, esencialmente, como poeta. Es que ante una labor desplegada con una percepción única para describir y cantar a sus paisajes queridos –Minas y sus alrededores, Lavalleja todo, el Uruguay profundo, en definitiva- las tareas mundanas de Santos Inzaurralde son meros trámites de hombre público, formalismos del diario vivir, condiciones de la política.
Donde quedará encendida la poderosa llama surgida de la pluma de Santos Inzaurralde es en el puñado de canciones que, en su mayoría en voz de su gran amigo Carlos Paravís (Santiago Chalar), fallecido a los 56 años en 1994, integran el repertorio de la canción uruguaya, trascendiendo incluso el aspecto patriótico y nacionalista (palabras que pesan como el mármol y como el mármol, también, entierran al creador en pos del monumento) para establecer su reinado por sobre los asuntos del hombre común.




Aunque el encantamiento, que lo acompañó durante toda la vida, de Santos Inzaurralde con Minas –la ciudad y sus alrededores, las sierras y el trazado urbano, sus personajes y sus leyendas- ha quedado registrado en dos de sus máximas obras, Minas y abril y Vengo de Minas, quiero destacar acá, en esta necrológica que no es tal, a Atadito, la más hermosa de sus composiciones. En ella, Santos Inzaurralde relata el desplazamiento de Atadito, “minuano y calagualero”, cortando hierbas por las sierras de Minas. El poema es un canto a la vida vegetal -en la descripción de la variada flora minuana se evidencia, además, un profundo conocimiento e interés del autor por el tema-, que puede leerse, además, como una avanzada ecológica (“No te corto de raíz, / no te quiero desangrar, / por eso la corto así / con el cuero de empalmar;  / muchos cortan porque si / yo voy sembrando al cortar…”) y como una declaración de respeto de la actitud del hombre para con el medio que lo rodea. La descripción de la relación de Atadito con la sierra que habita y recorre tiende una línea con la relación primitiva del hombre con el suelo que pisa, así como un gesto de agradecimiento (“la sierra que hay en mí / nunca me dejó sin pan…”).
En la oratoria fúnebre, manchada siempre por la retórica de las instituciones, los pedestales y la culpa de los homenajes tardíos, siempre se destacan, o al menos se equiparan, las acciones de los poetas por sobre sus propias creaciones. Muchos han hablado de los cargos públicos de Santos, de su rol de creador del Festival Minas y Abril, de su condición de Ciudadano Ilustre de Lavalleja, de su Disco de Oro con Santiago Chalar. Para alguien que escribió Atadito, ganándose por sí solo la entrada al bastión de los grandes, todo lo demás es complemento, mera información curricular nomás.
Martín Bentancor

(*)- Publicado en diario HOY CANELONES el 05/03/2013

Cristo se detuvo en Atlántida(*)


Las comunidades campesinas suelen regirse por un principio de igualdad. En una gran extensión de campo, habitada por personas que se dedican a las mismas sacrificadas tareas (siembra, pastoreo, ordeñe, etc.), prima una relación directa entre pares, una preocupación genuina por las actividades y la suerte de los otros y un conocimiento directo de la realidad del vecino, propiciado por la escasa cantidad de habitantes en la zona y por la propia geografía. Aunque en los tiempos modernos, la globalización, el consumismo y el desarrollo tecnológico han hecho brotar satélites, antenas, paneles y diferentes dispositivos en las más recónditas zonas de la campaña, propiciando el aislamiento y un marcado desinterés por las peripecias de los otros habitantes de la comunidad, en una fecha no tan lejana como la década del 50 del pasado siglo, la zona rural de Atlántida reflejaba con claridad esa sociedad mancomunada de la que hablé antes.

Cristo Obrero
Cuando Eladio Dieste comenzó a pensar en la iglesia que erigiría en Atlántida, tuvo presente, en primer término, el carácter y el espíritu sobrio, sencillo, de los eventuales feligreses. La apuesta no se quedó en la mera construcción de una iglesia en una zona campesina sino en la traslación de esa vida igualitaria a la disposición espacial y arquitectónica del edificio. La igualdad, entendía Dieste, debía generarse en la propia construcción interna, acercando al sacerdote y a los creyentes en una suerte de espacio común y desterrando el orden jerárquico del púlpito por sobre el resto de la nave. El mismo Dieste definió con particular concreción su propósito guía: “La Iglesia fue pensada de modo que todos se sintieran comunitariamente actores de la liturgia: la fuerza del espacio único, al que cualifican la estructura, los muros del presbiterio y el uso de la luz, expresa esa unidad comunitaria”.
En el Concilio Vaticano II, anunciado por el Papa  el 25 de enero de 1959 y finalizado el 8 de diciembre de 1965, la Iglesia Católica apostó por la búsqueda de un acercamiento más intenso entre el sacerdote y los feligreses. Ese proceso de aggiornamiento procuró ser una actualización de la institución con el mundo moderno y una revisión de las formas en que el mensaje se establecía y era transmitido. Curiosamente, o no tanto, Eladio Dieste se adelantó en seis años al Concilio al pensar y poner sobre la tierra una iglesia que materializaba la renovada búsqueda de la Santa Sede. Pese a ser construida en 1952, la iglesia fue definida por Dieste, en años posteriores, como “posconciliar”.




La igualdad
¿Y cómo se refleja la igualdad entre creyentes y sacerdote, entre el orden de los feligreses y el de las autoridades de la Iglesia, en la emblemática obra sita en Atlántida? A la izquierda de la entrada principal de la Iglesia del Cristo Obrero, Dieste dispuso una estructura de ladrillo con una escalera que conduce directamente a un baptisterio por debajo del nivel del piso. Quien descienda la escalera, se encontrará entonces con esa pequeña sala –rematada por una espectacular claraboya de ónix- que, al ser atravesada, conduce a un pasillo que, a su vez, traslada al visitante a una salida dispuesta por debajo de la propia entrada de la iglesia. Así se llega a la estancia principal, con el santuario y la nave en una relación de equilibrio espacial, sin ningún tipo de predominio jerárquico. Según Dieste, debió argumentar mucho para convencer a todos de las ventajas de la eliminación del comulgatorio: “La participación del pueblo en la ceremonia, la deliberada ausencia de todo sacralismo basado en la separación resultan no sólo del espacio único como cualificado, de la buscada y matizada unión entre nave y presbiterio, sino del hecho de que el pueblo, al comulgar, entre en el presbiterio mismo, sus muros los reciben visualmente al entrar en la iglesia y lo rodean en el momento principal de la misa”.
La construcción de la Iglesia del Cristo Obrero significó para Eladio Dieste la puesta en escena de un conjunto de problemas que enfrentó como un verdadero (y entonces joven) profesional, comprometido con una personal concepción de la forma y la estructura y dotado de un sentir humanista, esencialmente cristiano. Si la Atlántida que, en 1952, el arquitecto veía ante sí –una suerte de aldea alejada de las industrias y el ajetreo de las grandes ciudades, “un pueblo de obreros y campesinos que surten al balneario de lechugas, de albañiles y de muchachas de servicio”-, reflejaba la desigualdad entre dos estratos de la sociedad, entre los que vivían de la tierra y los que usufructuaban el trabajo de los que de la tierra vivían, no puede resultar extraño que la iglesia que edificó en la zona, por entero dedicada a los moradores del lugar, se rigiera por un principio de igualdad.
Preservar el principio guía de igualdad en todo el interior del edificio fue el principal quiebre conceptual introducido por Dieste en la Iglesia del Cristo Obrero. Eso no le impidió, igualmente, valerse de una serie de innovaciones estéticas y espaciales que convierten a la Iglesia en una obra única, ya no solo en la carrera del arquitecto artiguense, sino en la larga historia de las iglesias a lo largo de los siglos. Dieste volvió la cargada ornamentación de las iglesias católicas –que en la mayoría de los casos parece ser más un caprichoso derroche de poder material y exhibicionismo de formas antes que la Casa donde Dios recibe a sus seguidores- en un personal trabajo con la forma y con las cualidades de los materiales empleados. El uso de la cerámica, por ejemplo, le permitió dotar de mayor luminosidad a la nave, generando una asombrosa fuente de luz natural que acompaña al feligrés durante su permanencia en el lugar. Evitando los recargados vitrales católicos, con su despliegue de figuras de santos y de mártires y con su disposición tutelar sobre las cabezas de los asistentes, Dieste optó por ventanas y por su innovadora bóveda de doble curvatura. Esta bóveda, que permite que las curvas de la pared, al ascender, se fusionen con las curvas del techo de forma armónica es, además de un verdadero prodigio espacial desarrollado por Dieste, un elemento más en su búsqueda de la igualdad: el techo se alza de forma “natural” sobre las cabezas de los visitantes y no con la carga opresiva, cerrada, de las iglesias decimonónicas.

Diálogo
La búsqueda de la igualdad en la Iglesia del Cristo Obrero se convirtió, además de una obra emblemática de Eladio Dieste, en una especial forma de diálogo entre el mundo terrenal de los creyentes y el mundo superior, etéreo, de la divinidad. Al poco tiempo de erigir la iglesia, Dieste dejó más que claro la razón de su accionar, principio guía que más de medio siglo después, se mantiene enhiesto y necesario: “Puedo decir que procuré que este proyecto respondiera a un estilo serio, a la vez severo y amable de piedad, con una gran confianza en el espíritu cristiano de los humildes que han de usarla; que la iglesia como arquitectura no fuera un obstáculo para una piedad verdadera, sino su manifestación primera”. 
Martín Bentancor

(*) - Publicado en el "Especial de los sábados" de diario HOY CANELONES (09/03/2013).