jueves, 15 de febrero de 2018

Cuentos completos de Horacio Quiroga


El largo trabajo del cuentista

La publicación de los Cuentos completos de Horacio Quiroga, que acaba de aparecer de la mano de la editorial Seix Barral, constituye, además de una celebración de la literatura a secas, el legado que un escritor superior dejó a una legión nunca diezmada de lectores, que se renueva generación tras generación; un bloque de inestimable valor de una obra única, cargada de matices, giros y paisajes y, en ocasiones, injustamente relegada a un puñado de relatos.
Martín Bentancor


El tiempo pasa y Quiroga permanece. Encasillado por críticos miopes, mal glosado por docentes de Literatura, imitado por innúmeros escritorzuelos y reducido a un puñado de sucesos biográficos lúgubres, Horacio Silvestre Quiroga revive el prodigio de su escritura torrencial en las numerosas rediciones de sus libros más conocidos –Cuentos de amor de locura y de muerte (1917) y Cuentos de la selva para los niños (1918)–, al tiempo que desafía la impronta de estilos, vanguardias y modas literarias con sus historias protagonizadas por personajes enfrentados a la Adversidad, tan vivos (o muertos) que en sus páginas, la noción de realismo parece estar siempre, inquietantemente, puesta en duda.
La lectura cronológica de los relatos de los once libros que conforman los Cuentos completos, y de una variedad de textos dispersos en diarios y revistas, permite calibrar varias claves del proyecto literario de Horacio Quiroga: la tensión de la geografía y el clima, el vínculo entre el hombre y la naturaleza, la grieta entre el estamento científico y lo sobrenatural, las variadas aproximaciones al reino animal y, por supuesto, la omnipresencia de la muerte que mide y ejecuta el destino de los personajes. La lectura del volumen siguiendo el orden de publicación de los libros, ofrece pautas sobre la unidad de una obra conformada con materiales heterogéneos, que demuestra un planificado esmero por volver sobre ciertas tramas, potenciándolas. Dos ejemplos: el relato ‘Anaconda’, que abre el libro homónimo publicado en 1921, y que narra el enfrentamiento de varias víboras y serpientes contra los hombres que se han establecido en la zona para cazarlas y apoderarse de su veneno, por ejemplo, tiene su continuidad y cierre cinco años después, cuando Quiroga incluye en Los desterrados a ‘El regreso de Anaconda’, donde el personaje del título establece, a través de su propio sacrificio, una suerte de reconciliación con el hombre; la publicación seriada de los cuentos que terminaron conformando el libro póstumo Cartas de un cazador, originalmente publicados en la revista Billiken en 1924, reescriben desde una nueva óptica, más realista y mucho más descarnada, varias de las tramas, personajes y observaciones de los Cuentos de la selva.

Obra y vida
En literatura, un verdadero clásico (vocablo tan manoseado como preciso) es aquel que dialoga con cada nueva generación de lectores sin perder ni un ápice de sustancia, bifurcando sentidos y configurando nuevas recepciones, impávido ante el paso del tiempo. En este presente licuado por la corriente del pensamiento políticamente correcto e inclusivo, que habilita la presencia de policías morales para cada acto creativo, y que ha llevado, en el colmo de la aberración ante la libertad del arte, a que cantautores reescriban versos de viejas canciones, escritores renieguen de algunos de sus libros y museos retiren obras de exposición porque atentan contra las nuevas formas de ver el vínculo entre seres humanos, la obra cuentística de Horacio Quiroga es una contundente patada a los lugares comunes de la comunidad biempensante. En sus historias, en su propio estilo, el mundo es presentado en su cruda y amarga consistencia, a través del tamiz del arte pero con la ominosa cercanía de lo real, en un movimiento que muchos críticos y reseñistas se empeñan en ver como una limitación o una carencia.
En un texto publicado en el diario La Nación, en 1977, Jorge Luis Borges, evidenciando una doble ceguera, afirmó que “Horacio Quiroga es en realidad una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza”. Si bien es verdad que muchos relatos del salteño pecan de ser excesivamente efectistas o de cierta tosquedad en su ejecución, cuesta cerrar filas con Borges ante la lectura de ‘Los destiladores de naranja’, ‘Miss Dorothy Phillips, mi esposa’, ‘Tacuara-Mansión’, ‘Nuestro primer cigarro’, La meningitis y su sombra’, ‘La tortuga gigante’ o ‘Los mensú’, por nombrar solo un puñado de cuentos indestructibles.
Es interesante observar, además, como a lo largo de su extensa trayectoria como cuentista, Horacio Quiroga fue explorando el género al que se dedicó prácticamente en exclusiva, desde la decantación inmediata de las lecturas de Guy de Maupassant y Edgar Allan Poe –el primer relato de estos Cuentos completos, que abre a su vez su primer libro de cuentos, Los arrecifes de coral (1901), se titula ‘El tonel de amontillado’ y, además de una secuela o reescritura del cuento homónimo de Poe, la palabra con la que comienza es el propio apellido del escritor bostoniano–, a la complejidad estructural de relatos posteriores, como el ensamblado de historias interconectadas de los cuentos de Los desterrados (1926), donde las peripecias de un puñado de personajes en Misiones (Juan Brown, el doctor Else, el químico Rivet) son comentadas de un relato a otro, conformando una interesante unidad espacial y temporal que no afecta la lectura por separado de cada relato.
La propia biografía de Quiroga, un hombre inquieto, un auténtico buscavidas (niño salteño, estudiante en Montevideo, joven viajero en París, apasionado por el naciente cinematógrafo, empedernido ciclista, poeta frustrado, involuntario homicida, fundido agricultor de algodón en el Chaco y chacarero en Misiones, entre otros hitos), despunta como ambiente y sustento de su literatura, reconvirtiéndose en tramas, escenarios y personajes, en un interesante movimiento de vida y obra que representa, al mismo tiempo, un distanciamiento del yo y un aprovechamiento de la peripecia vital, esparcido a lo largo de sus cuentos. Es por eso que al concluir la lectura de la totalidad de los cuentos de Horacio Quiroga, uno termina enfrentado a la estructura de una obra única, construida a través de varias décadas y, también, conociendo mejor al demiurgo de esos universos propios, tangibles y ominosos, que han merecido la designación de quiroguianos.



Casi completos
Para finalizar, algunos apuntes sobre esta edición de los Cuentos completos de Horacio Quiroga. Entre los aciertos de los editores hay que destacar la inclusión del cuento ‘Los perseguidos’, que acompañó la primera edición de la novela Historia de un amor turbio (1908) y que, por su extensión, muchos críticos consideran una nouvelle. Además, los libros Cuentos de amor de locura y de muerte y Anaconda, se incluyen en el volumen con el orden y la cantidad de relatos de las ediciones originales (en sucesivas ediciones, Quiroga eliminaría tres relatos del primero y nueve del segundo). Finalmente, la extensa sección ‘Otros cuentos’ reúne los relatos que Quiroga publicó en medios de prensa uruguayos y argentinos entre 1899 y 1935, constituyendo un verdadero semillero de tramas y experimentos formales, de factura despareja, pero que le permitían a su autor, entre otras cosas, comer con aceite.
En la ‘Nota del editor’, se informa que para la confección de estos Cuentos completos se tuvo en cuenta los tomos IV y V de las Obras inéditas y desconocidas (Arca, 1967), Todos los cuentos (ALLCCA XX, 1966) y los Cuentos completos que editara, también para Seix Barral, Carlos Dámaso Martínez en 1997. Sin embargo, llama la atención la ausencia en el tomo del breve y sutil relato ‘Frangipane’ o del contundente ‘La tragedia de los ananás’, así como de los textos que integran el libro Suelo natal (1931). Tales omisiones desmerecen la completitud que el título del volumen, bellamente editado, pretende transmitir. El otro elemento que ensombrece en un punto el libro es el insustancial prólogo firmado por el escritor Sergio Olguín, un encadenamiento de lugares comunes sobre Quiroga compactado en tres páginas, que comienza con el relato de cómo el prologuista conoció las historias del salteño y concluye con un llamado a productores televisivos para que creen una suerte de Black Mirror criollo, con un cuento por capítulo. Saltando esas omisiones y la innecesaria introducción, el resto es materia quiroguiana pura y viva, que refuerza las palabras con que se iniciara este modesto articulillo. El tiempo pasa y Quiroga permanece.

 -Publicado en el semanario Brecha el 09/I/2018.