El largo trabajo del cuentista
La publicación
de los Cuentos completos de Horacio
Quiroga, que acaba de aparecer de la mano de la editorial Seix Barral, constituye,
además de una celebración de la literatura a secas, el legado que un escritor
superior dejó a una legión nunca diezmada de lectores, que se renueva
generación tras generación; un bloque de inestimable valor de una obra única,
cargada de matices, giros y paisajes y, en ocasiones, injustamente relegada a
un puñado de relatos.
Martín
Bentancor
El tiempo pasa y Quiroga permanece.
Encasillado por críticos miopes, mal glosado por docentes de Literatura, imitado
por innúmeros escritorzuelos y reducido a un puñado de sucesos biográficos
lúgubres, Horacio Silvestre Quiroga revive el prodigio de su escritura
torrencial en las numerosas rediciones de sus libros más conocidos –Cuentos de amor de locura y de muerte
(1917) y Cuentos de la selva para los
niños (1918)–, al tiempo que desafía la impronta de estilos, vanguardias y
modas literarias con sus historias protagonizadas por personajes enfrentados a
la Adversidad, tan vivos (o muertos) que en sus páginas, la noción de realismo
parece estar siempre, inquietantemente, puesta en duda.
La lectura cronológica de los relatos de
los once libros que conforman los Cuentos
completos, y de una variedad de textos dispersos en diarios y revistas,
permite calibrar varias claves del proyecto literario de Horacio Quiroga: la
tensión de la geografía y el clima, el vínculo entre el hombre y la naturaleza,
la grieta entre el estamento científico y lo sobrenatural, las variadas
aproximaciones al reino animal y, por supuesto, la omnipresencia de la muerte
que mide y ejecuta el destino de los personajes. La lectura del volumen
siguiendo el orden de publicación de los libros, ofrece pautas sobre la unidad
de una obra conformada con materiales heterogéneos, que demuestra un
planificado esmero por volver sobre ciertas tramas, potenciándolas. Dos
ejemplos: el relato ‘Anaconda’, que abre el libro homónimo publicado en 1921, y
que narra el enfrentamiento de varias víboras y serpientes contra los hombres
que se han establecido en la zona para cazarlas y apoderarse de su veneno, por
ejemplo, tiene su continuidad y cierre cinco años después, cuando Quiroga
incluye en Los desterrados a ‘El
regreso de Anaconda’, donde el personaje del título establece, a través de su
propio sacrificio, una suerte de reconciliación con el hombre; la publicación
seriada de los cuentos que terminaron conformando el libro póstumo Cartas de un cazador, originalmente
publicados en la revista Billiken en
1924, reescriben desde una nueva óptica, más realista y mucho más descarnada,
varias de las tramas, personajes y observaciones de los Cuentos de la selva.
Obra
y vida
En literatura, un verdadero clásico (vocablo
tan manoseado como preciso) es aquel que dialoga con cada nueva generación de
lectores sin perder ni un ápice de sustancia, bifurcando sentidos y
configurando nuevas recepciones, impávido ante el paso del tiempo. En este
presente licuado por la corriente del pensamiento políticamente correcto e
inclusivo, que habilita la presencia de policías morales para cada acto
creativo, y que ha llevado, en el colmo de la aberración ante la libertad del
arte, a que cantautores reescriban versos de viejas canciones, escritores
renieguen de algunos de sus libros y museos retiren obras de exposición porque
atentan contra las nuevas formas de ver el vínculo entre seres humanos, la obra
cuentística de Horacio Quiroga es una contundente patada a los lugares comunes
de la comunidad biempensante. En sus historias, en su propio estilo, el mundo
es presentado en su cruda y amarga consistencia, a través del tamiz del arte
pero con la ominosa cercanía de lo real,
en un movimiento que muchos críticos y reseñistas se empeñan en ver como una
limitación o una carencia.
En un texto publicado en el diario La Nación, en 1977, Jorge Luis Borges,
evidenciando una doble ceguera, afirmó que “Horacio
Quiroga es en realidad una superstición uruguaya. La invención de sus cuentos
es mala, la emoción nula y la ejecución de una incomparable torpeza”. Si
bien es verdad que muchos relatos del salteño pecan de ser excesivamente
efectistas o de cierta tosquedad en su ejecución, cuesta cerrar filas con
Borges ante la lectura de ‘Los destiladores de naranja’, ‘Miss Dorothy
Phillips, mi esposa’, ‘Tacuara-Mansión’, ‘Nuestro primer cigarro’, La
meningitis y su sombra’, ‘La tortuga gigante’ o ‘Los mensú’, por nombrar solo
un puñado de cuentos indestructibles.
Es interesante observar, además, como a lo
largo de su extensa trayectoria como cuentista, Horacio Quiroga fue explorando
el género al que se dedicó prácticamente en exclusiva, desde la decantación
inmediata de las lecturas de Guy de Maupassant y Edgar Allan Poe –el primer
relato de estos Cuentos completos,
que abre a su vez su primer libro de cuentos, Los arrecifes de coral (1901), se titula ‘El tonel de amontillado’
y, además de una secuela o reescritura del cuento homónimo de Poe, la palabra
con la que comienza es el propio apellido del escritor bostoniano–, a la
complejidad estructural de relatos posteriores, como el ensamblado de historias
interconectadas de los cuentos de Los
desterrados (1926), donde las peripecias de un puñado de personajes en
Misiones (Juan Brown, el doctor Else, el químico Rivet) son comentadas de un
relato a otro, conformando una interesante unidad espacial y temporal que no
afecta la lectura por separado de cada relato.
La propia biografía de Quiroga, un hombre
inquieto, un auténtico buscavidas (niño salteño, estudiante en Montevideo,
joven viajero en París, apasionado por el naciente cinematógrafo, empedernido
ciclista, poeta frustrado, involuntario homicida, fundido agricultor de algodón
en el Chaco y chacarero en Misiones, entre otros hitos), despunta como ambiente
y sustento de su literatura, reconvirtiéndose en tramas, escenarios y
personajes, en un interesante movimiento de vida y obra que representa, al
mismo tiempo, un distanciamiento del yo y un aprovechamiento de la peripecia
vital, esparcido a lo largo de sus cuentos. Es por eso que al concluir la
lectura de la totalidad de los cuentos de Horacio Quiroga, uno termina
enfrentado a la estructura de una obra única, construida a través de varias
décadas y, también, conociendo mejor al demiurgo de esos universos propios,
tangibles y ominosos, que han merecido la designación de quiroguianos.
Casi
completos
Para finalizar, algunos apuntes sobre esta
edición de los Cuentos completos de
Horacio Quiroga. Entre los aciertos de los editores hay que destacar la
inclusión del cuento ‘Los perseguidos’, que acompañó la primera edición de la
novela Historia de un amor turbio
(1908) y que, por su extensión, muchos críticos consideran una nouvelle. Además, los libros Cuentos de amor de locura y de muerte y
Anaconda, se incluyen en el volumen
con el orden y la cantidad de relatos de las ediciones originales (en sucesivas
ediciones, Quiroga eliminaría tres relatos del primero y nueve del segundo).
Finalmente, la extensa sección ‘Otros cuentos’ reúne los relatos que Quiroga
publicó en medios de prensa uruguayos y argentinos entre 1899 y 1935,
constituyendo un verdadero semillero de tramas y experimentos formales, de
factura despareja, pero que le permitían a su autor, entre otras cosas, comer
con aceite.
En la ‘Nota del editor’, se informa que
para la confección de estos Cuentos
completos se tuvo en cuenta los tomos IV y V de las Obras inéditas y desconocidas (Arca, 1967), Todos los cuentos (ALLCCA XX, 1966) y los Cuentos completos que editara, también para Seix Barral, Carlos
Dámaso Martínez en 1997. Sin embargo, llama la atención la ausencia en el tomo
del breve y sutil relato ‘Frangipane’ o del contundente ‘La tragedia de los
ananás’, así como de los textos que integran el libro Suelo natal (1931). Tales omisiones desmerecen la completitud que
el título del volumen, bellamente editado, pretende transmitir. El otro
elemento que ensombrece en un punto el libro es el insustancial prólogo firmado
por el escritor Sergio Olguín, un encadenamiento de lugares comunes sobre
Quiroga compactado en tres páginas, que comienza con el relato de cómo el
prologuista conoció las historias del salteño y concluye con un llamado a
productores televisivos para que creen una suerte de Black Mirror criollo, con un cuento por capítulo. Saltando esas
omisiones y la innecesaria introducción, el resto es materia quiroguiana pura y
viva, que refuerza las palabras con que se iniciara este modesto articulillo. El
tiempo pasa y Quiroga permanece.
-Publicado en el semanario Brecha el 09/I/2018.