domingo, 30 de mayo de 2010

Salvaje

Dennis Hopper
(1936-2010)

Algunos preferirán recordarlo como el fotógrafo lisérgico que le da la bienvenida al capitán Willard y sus muchachos en el apartado feudo del coronel Walter Kurtz; otros, más fundacionales, viajarán al antiguo cementerio de Nueva Orleans para seguirlo con su propia cámara entre los imponentes mausoleos; habrá quienes se sumarán al apretado placard de Isabella Rossellini para espiarlo en plena crisis de excitación asmática; o, tal vez, alguien más opte por verlo bajo la piel del más miserable y encantador personaje surgido de la pluma de Patricia Highsmith. ASUNTO LITERARIO despide a Dennis Hopper con sus líneas finales en la película True Romance, escrita por Quentin Tarantino y dirigida por Tony Scott. El ahora finado Hopper muere allí a manos del mafioso Coccoti, interpretado por Christopher Walken, luego de negarse a descubrir el paradero de su hijo. La escena ha sido homenajeada, parodiada y analizada en decenas de lugares por lo que citarla acá es, seguramente, innecesario. Hay en esta composición de Hopper como el veterano policía Clifford Worley algo que trasciende al texto de Tarantino y que se erige como la marca actoral Hopper, una mezcla precisa, que por momentos parece involuntaria, entre el descontrol y la sublimidad.

Clifford Worley: You're Sicilian, huh?
Coccotti: Yeah, Sicilian.
Clifford Worley: Ya know, I read a lot. Especially about things... about history. I find that shit fascinating. Here's a fact I don't know whether you know or not. Sicilians were spawned by niggers.
Coccotti: Come again?
Clifford Worley: It's a fact. Yeah. You see, uh, Sicilians have, uh, black blood pumpin' through their hearts. Hey, no, if eh, if eh, if you don't believe me, uh, you can look it up. Hundreds and hundreds of years ago, uh, you see, uh, the Moors conquered Sicily. And the Moors are niggers.
Coccotti: Yes...
Clifford Worley: So you see, way back then, uh, Sicilians were like, uh, wops from Northern Italy. Ah, they all had blonde hair and blue eyes, but, uh, well, then the Moors moved in there, and uh, well, they changed the whole country. They did so much fuckin' with Sicilian women, huh? That they changed the whole bloodline forever. That's why blonde hair and blue eyes became black hair and dark skin. You know, it's absolutely amazing to me to think that to this day, hundreds of years later, that, uh, that Sicilians still carry that nigger gene. Now this...
[Coccotti busts out laughing]
Clifford Worley: No, I'm, no, I'm quoting... history. It's written. It's a fact, it's written.
Coccotti: [laughing] I love this guy.
Clifford Worley: Your ancestors are niggers. Uh-huh.
[Starts laughing, too]
Clifford Worley: Hey. Yeah. And, and your great-great-great-great grandmother fucked a nigger, ho, ho, yeah, and she had a half-nigger kid... now, if that's a fact, tell me, am I lying? 'Cause you, you're part eggplant.
[All laugh]

martes, 25 de mayo de 2010

Carlos Franqui, último adiós a Cuba

Al igual que su amigo Guillermo Cabrera Infante, Carlos Franqui conoció a la revolución cubana desde dentro y, como aquel, pasó de la algarabía al repudio al ver de primera mano el accionar del dictador Fidel Castro al hacerse con el poder. Al morir, la semana pasada en Puerto Rico, varios diarios encabezaron sus obituarios definiéndolo como “el intelectual disidente más importante que aún vivía", extraño honor que compartió hasta el 2005 con Cabrera Infante. Hombre por demás culto – en esa acepción que ata a la alta cultura con la cultura popular – es autor de un puñado de libros heterogéneos temáticamente (arte, pintura, poesía, la Revolución) pero homogéneamente Franqui, esto es, escritos con la visión y el pulso de un hombre comprometido con cada una de sus causas y sus pasiones.
En el ensayo “Un retrato familiar”, incluido por Guillermo Cabrera Infante en su libro Mea Cuba, el autor de Tres tristes tigres, realiza una suerte de progresión biográfica de Carlos Franqui, una síntesis entre su sentir revolucionario al bajar de las sierras y su nacimiento como escritor (lo que no deja de ser otro bautismo de fuego revolucionario):
“Carlos Franqui es uno de esos raros casos de un revolucionario que decide (o es impelido por la inercia política) convertirse en escritor. Franqui que era moroso (o cauto) hasta para responder una carta desde el poder. Tiene antecedentes ilustres sin embargo. Uno de ellos, el más eminente, es Trotski, salvando las distancias parciales y la cabeza entera. Franqui, al revés de Trotski, ingresó desde joven en el partido comunista cubano y sin ninguna vacilación. Por su edad debía militar en la Juventud Comunista, pero era entusiasta y por lo tanto útil a la causa. Pobre de nacimiento, campesino de solemnidad que no pudo gozar siquiera el privilegio de una ciudad cercana o de un pueblo de campo, Franqui era lo que se llama en Cuba un guajiro macho, un montuno, un campesino remoto. Pero tuvo la suerte de que lo encontrara una maestra extraordinaria, Melania Cobo, que era negra como su nombre y con completa cultura: uno de sus hijos llegó a ser un notable crítico musical en La Habana. Melania Cobo le sembró a Franqui la semilla del interés por la cultura bien temprano, como para que creciera con la inquietud política que Franqui llevaba ya adentro cuando Fidel Castro era todavía un aprendiz de jesuita. La tenacidad heroica del padre salva a Franqui niño de la muerte inminente de un apéndice reventado corriendo leguas al galope desesperado de un mal caballo hasta el hospital de emergencia en la ciudad. Desde entonces, con el mismo callado heroísmo, Franqui ha ido salvando su propia vida espiritual y física. La vida física ha tenido que ponerla demasiadas veces en peligro por su fe en dos o tres ideas que son todo menos contradictorias. Su vida intelectual ha colocado al hombre en múltiples situaciones azarosas. Decir cómo Franqui ha franqueado estos obstáculos en oposición llenaría un tomo – que su modestia, estoy seguro, impediría completar”.

Muerto a los ochenta y nueve años, Carlos Franqui no contó con la vida suficiente para volver a recorrer la desolada provincia de Villa Clara ni para pasear por el Malecón de La Habana junto a Cabrera Infante difunto. En algún lugar de la vieja ciudad que fundara don Diego Velázquez de Cuéllar, el demonio barbudo – aparentemente eterno – se restriega las manos y enciende un habano de ciento cincuenta dólares.

Nota a las fotos
1-2 – La famosa foto de Carlos Franqui con Fidel Castro. En la foto ubicada a la derecha (publicada por Revolución en 1962) puede verse a Carlos Franqui, al fondo. En la foto ubicada a la izquierda (publicada por Granma en 1973) y aplicando el más burdo (pero no por ello menos efectivo) proceso estalinista, Franqui ha desaparecido.
3 – Carlos Franqui en la senectud.

martes, 18 de mayo de 2010

Profesor Nabokov (II)

Sin la profundidad espacio-temporal (en el sentido más literal del término) que desmonta una y otra vez el concepto de ucronía en Ada o el ardor, ni la contundencia literaria para atar en un único texto a la novela policial, el repertorio épico y la exégesis textual en Pálido Fuego, ni, ya que estamos, con la maestría y sutileza demostrada para contar la calentura de un veterano profesor por la hija adolescente de su casera en Lolita, Vladimir Nabokov logró en Pnin (1957) algunas de sus mejores páginas.
Escrita en inglés, luego del éxito millonario que le significó Lolita y poco antes de publicar la imponente saga incestuosa de los hermanos Van Veen y Ada, Nabokov dio a conocer esta novela pequeña, fragmentada y fugaz, donde el argumento se desdibuja gradualmente ante la fuerza del personaje central, Timofey Pavlovich Pnin, un profesor ruso que debió salir pitando de su patria ante el avance comunista y que se dedica a dar clases de literatura en una oscura Universidad del medioeste estadounidense. De más está decir que Nabokov construye a Pnin con sus propias vivencias como profesor en la Cornell University y con años de observación tenaz del estamento académico que lo rodeaba.
Pnin, que lleva diez años enseñando literatura rusa a un grupo de estudiantes excepcionalmente ineptos, siente sobre sus huesos no solamente el paso de los años (y el peso de sus kilos) sino también el desgaste propio de la actividad docente:

“Había comenzado el trimestre de otoño de 1954. Otra vez el cuello de mármol de la vulgar Venus del vestíbulo de la Facultad de Humanidades apareció teñido con un lápiz labial para hacer creer que había sido besado. De nuevo el periódico Waindell Recorder comentó el Problema del Estacionamiento de los Automóviles. De nuevo, en los márgenes de los libros de la Biblioteca, los diligentes novatos escribieron glosas tan útiles como ‘Descripción de la naturaleza’ o ‘Ironía’, y en una preciosa edición de los poemas de Mallarmé, un estudiantillo aventajado ya había subrayado, con tinta violeta, la difícil palabra ‘oiseaux’, garabateando arriba ‘pájaros’…
… Los departamentos de literatura proseguían trabajando bajo la impresión de que Stendhal, Galsworthy, Dreisser y Mann eran grandes escritores. Palabras prefabricadas como ‘conflicto’ y ‘boceto’ seguían de moda. Como siempre, profesores estériles trataban, con éxito, de ‘crear’ comentando los libros de colegas más fértiles…
… Dos características interesantes distinguían a Blorenge, Director del Departamento de Literatura y Lengua Francesa: le disgustaba la literatura y no dominaba el francés…Dictaba un curso titulado ‘Grandes Franceses’, cuyos apuntes hiciera copiar por su secretaria de una colección de The Hastings Historical and Philosophical Magazine, 1892-94, descubierta en una buhardilla y que no estaba clasificada en la Biblioteca de la Universidad…”