Un excéntrico en las sierras
En el amplio mapa de la literatura
argentina, el nombre de Raúl Barón Biza semeja la intrusión de un cerro en un
apacible terreno que, por lo extraño de su relieve o por su incómoda posición
en la llanura, no ha sido correctamente delimitado por el registro
cartográfico. Breve e inclasificable, la obra literaria de Barón Biza ha sido
absorbida por la propia vida del escritor; una existencia plagada de excesos,
trascendidos y tragedias que lo convierten en uno de los autores más
excéntricos del siglo XX. Su biografía constituye una auténtica novela
pergeñada por una imaginación desbocada, como si cada suceso narrado debiera
ser superado con creces para no provocar
aburrimiento en el lector. Persecuciones políticas, acusaciones de
pornografía, disparatados caprichos millonarios y tortuosas relaciones
sentimentales acompañaron a Raúl Barón Biza a lo largo de los años, abonando el
terreno para convertirlo en leyenda.
Millones y millones
A diferencia de los
grandes escritores ocultos que han proliferado en el último siglo – J. D.
Salinger, Thomas Pynchon, B. Traven -, Raúl Barón Biza alcanzó el título muy a
su pesar. Nadie mejor que él para promocionar su literatura a través de lujosas
ediciones de autor, espacios contratados en medios escritos y hasta la pegatina
de carteles en la vía pública. Sin embargo, el medio literario le fue ajeno y
le dedicó la más completa ignorancia, relegándolo al sitial de los autores
menores o al de aquellos que, por lo sórdido de sus tramas y personajes, van a
parar a la sección de los “inmorales”. Heredero de una de las fortunas más
sólidas de la Argentina, Barón Biza no escatimó millones en difundir su
literatura y en constituir, con el paso de los años, su propia leyenda de
artista mayor de las letras y atado a los problemas de su época. La fuerte
creencia en el genio que animaba sus páginas le hizo marcar una distancia con
el lector común que se acercaba a sus libros. “No necesito tu aplauso, no
temo a tu brazo, ni me hace falta tu dinero. Estoy más allá del oro y de la
fama”, escribe en el prefacio de uno de sus pocos, hoy inhallables, libros.
En el sólido y muy
bien documentado Barón Biza el
inmoralista, Christian Ferrer registra de forma rigurosa la magnitud de la
fortuna que el futuro escritor heredó de su padre. Decenas de inmuebles,
establecimientos ganaderos en distintas provincias, extensos viñedos, lotes de
tierra sin producir, más un amplio y sustancioso etcétera, le aseguraron a Raúl
y sus hermanos una existencia más que despreocupada desde el punto de vista
económico. Raúl Barón Biza nació el 4 de noviembre de 1899 en Córdoba,
provincia que oficiaría como centro neurálgico de su existencia y a la que
volvería una y otra vez. Su juventud fastuosa y andariega (en pocos años
recorrió innumerable cantidad de países) le sirvió de base para pulir su imagen
aventurera y para hacer sus primeras armas en la literatura. En 1917 publicó en
España su primer libro, Del ensueño,
en medio de su periplo europeo que lo llevaría a convertirse entre otras cosas,
en corresponsal del diario La Argentina. Desde distintas ciudades del
viejo continente, Barón Biza remitía al medio de prensa rimbombantes artículos
que analizaban tipos humanos y lugares bajo el título general de “Europa vista
por un observador”. Poco a poco, su nombre comenzó a sonar en la alta sociedad
argentina como sinónimo de millonario comprometido con los problemas de su
tiempo.
Para condimentar
aún más su leyenda, Barón Biza se rodeó de diplomáticos, estrellas del mundo
del espectáculo, intelectuales y hermosas mujeres que participaban de aquel
mundo de esplendor que, en el marco de la Argentina de los años veinte, parecía
durar eternamente.
Raúl Barón Biza
conoció a Myriam Stefford en Venecia, en 1925. El joven millonario argentino
quedó deslumbrado por la belleza y el carisma de aquella joven actriz suiza
que, al igual que él, se había sabido tejer un aura de fascinación en las altas
esferas que frecuentaba. Cuando Barón Biza la conoció, la Stefford era moneda
corriente en publicaciones de moda, además de dedicarse a su mayor pasión junto
con el cine: la aviación.
Barón Biza y Myriam Stefford se casaron en
Venecia, el 26 de setiembre de 1930. La fastuosa ceremonia contó con la crema y
nata de la aristocracia europea y, en su momento, circuló la leyenda de que
Barón Biza había alquilado todas las góndolas de la ciudad para que nadie
interrumpiera aquel día tan especial. Tras residir un breve tiempo en París, el
flamante matrimonio se radicó en Buenos Aires aunque pasarían la mayor parte
del tiempo en la estancia de Barón Biza en Alta Gracia, Córdoba. Al llegar a
Argentina, Myriam Stefford relegó su relación con el cine y se dedicó
enteramente a la aviación. Se propuso como meta unir las catorce provincias
argentinas por aire y, tras hacerse con un avión – bautizado “El Chingolo” – y
acompañada por su instructor de vuelo, comenzó la travesía el 18 de agosto de
1931.
El periódico Jornada,
fue publicando diariamente una suerte de “Diario de bitácora” de la aviadora,
compuesto por los partes que la propia Stefford iba remitiendo desde los sitios
donde aterrizaba. Con la atención de gran parte de la población argentina
depositada en su proeza aeronáutica, la intrépida aviadora fue alcanzando las
distintas etapas de su viaje. El público fue siguiendo su derrotero por
Tucumán, Salta y Santiago del Estero, entre otros puntos del país. Pero,
el 26 de agosto, tras despegar con rumbo
hacia La Rioja y faltando sólo cien kilómetros para cumplir su objetivo, el
avión se desplomó y Myriam Stefford y su acompañante perecieron en el acto.
Tras el golpe que
significó el fallecimiento de su esposa, once meses después de su matrimonio,
Barón Biza se dedicó a perpetuar el nombre de Myriam Stefford con toda la
fastuosidad y grandeza a las que estaba acostumbrado. A tales efectos, hizo
construir un enorme monumento mortuorio en una estancia de su propiedad,
ubicada entre la ciudad de Córdoba y la localidad de Alta Gracia. Fausto
Newton, el arquitecto encargado de la obra,
recibió la orden de edificar el monolito recordatorio con la forma de un
ala de avión vertical. La construcción comenzó el 26 de agosto de 1935 – cuatro
años después del accidente – y fue llevada a cabo por cien obreros polacos.
Bajo ciento setenta toneladas de cemento, cuatrocientos escalones conducen al
mausoleo donde Barón Biza depositó los restos de su joven esposa. El edificio
tiene ochenta y dos metros de altura y supera al Obelisco de Buenos Aires,
inaugurado nueve meses después, constituyéndose en el monumento más alto de la
Argentina. No contento con la erección de aquella obra en medio del campo,
Barón Biza depositó las joyas de su esposa junto a los restos mortales y, para
custodiar los dominios, dispuso la vigilancia de un cuidador que evitara las
profanaciones. En la bóveda que accede a la sepultura, el viudo labró una
inscripción para todos aquellos que visitaran el lugar: ¡Silencio! Viajero:
rinde homenaje a la mujer que en su audacia quiso llegar a las águilas”.
Los intentos de Barón Biza por defender aquel sacro espacio no dieron resultado
y el mausoleo fue saqueado varias veces. Además, una serie de sórdidas
historias comenzaron a rondar en torno al monumento. Una de ellas, por ejemplo,
decía que una mujer habría subido a la cima de la construcción para arrojarse
al vacío como una suerte de homenaje a la aviadora fallecida. Finalmente, Barón
Biza vendió la estancia en 1943 y sólo regresaría a las sierras de Alta Gracia
para visitar la tumba de su esposa.
Lucha y poder
En el tiempo que
Barón Biza y Myriam Stefford contraían matrimonio e iniciaban su breve vida
marital, la Argentina se vio convulsionada por una serie de sucesos que darían
comienzo a la tristemente célebre “Década infame”. El 6 de setiembre de 1930,
el general José Félix Uriburu encabezó el golpe militar contra el presidente
Hipólito Yrigoyen y el líder de la Unión Cívica Radical fue detenido y
confinado en la isla Martín García. Raúl Barón Biza asistió a todo el proceso
de resquebrajamiento democrático y, a diferencia de otros millonarios que
alentaron el nuevo régimen en defensa de sus propios intereses, pronto comenzó
a apoyar a la resistencia contra Uriburu y a trabajar para combatir y terminar
con su gobierno.
En su libro Porque me hice revolucionario, editado
en Montevideo en 1934, Barón Biza describe su trabajo en pro de la causa
radical y no escatima elogios para narrar su propia aventura contra el sistema
establecido. Como documento político e histórico, el libro de Barón Biza deja
mucho que desear: largos pasajes dedicados a exaltar su propia figura en el
fragor del combate al régimen, una visión de algunos sucesos de la época en
clave frívola y poco comprometida y la novelización de episodios que lo
tuvieron como protagonista. Barón Biza no pierde oportunidad de presentarse
como un héroe legendario de la resistencia que no le teme al peligro. Así, por
ejemplo, describe su lucha mano a mano contra ocho integrantes de la Legión
Cívica Argentina, el cuerpo paramilitar creado por el gobierno de Uriburu, mientras
bebía plácidamente una cerveza: “Empezaron una violenta provocación
amparados en el número y en el hecho de encontrarme completamente solo. Ante el
primer golpe reaccioné violentamente y con el mismo vaso en que bebía,
enceguecido atropellé al grupo rompiéndoselo en la cara al que así me había,
cobardemente, atacado. No pudieron entre todos poner una vez más sus puños
sobre mi y ante los gritos de las señoras y concurrentes marqué para siempre el
estigma de su cobardía con grandes cicatrices en el rostro...”.
Christian Ferrer
sugiere leer Porque... más como
novela de aventuras que como un documento político, aún así, no deja de
destacar los verdaderos aportes que Barón Biza realizó a favor de la causa
radical. Aportes que, a finales de 1932, lo llevarían a la cárcel acusado de
“financista de la revolución”. Como presidiario, Barón Biza fue destinado a la
cárcel de Villa Devoto, donde, junto a otros destacados revolucionarios,
recibiría un tratamiento preferencial. En su libro, Ferrer narra la anécdota de
cómo, durante la noche de Navidad, Barón Biza hizo ingresar a las celdas gran
cantidad de botellas de champagne para convidar a sus compañeros de lucha y a
los presos comunes.
Luego de pasar unos
pocos días en prisión, Barón Biza interpuso un recurso judicial para detenidos
en estado de sitio y se hizo trasladar a Montevideo. Tras unos meses en la
capital uruguaya, regresaría a Buenos Aires en mayo de 1933. El estado de sitio
había sido levantado y el presidente Agustín P. Justo gobernaba con plenas libertades,
aunque la proscripción del radicalismo y la acusación de fraude electoral
pendía sobre su gobierno. En Buenos Aires, Barón Biza volvió a vincularse con
la causa revolucionaria eligiendo, para ésta ocasión, el combate desde un medio
de prensa escrita. En setiembre de 1933 salió a la calle el primer número del
semanario La Víspera, dirigido por Raúl Barón Biza y que se presentaba
como “Órgano de la Juventud Radical”. Un mes después de su fundación, y con
apenas cinco números en la calle, el director de La Víspera fue detenido
mientras se encontraba en su estancia, en las sierras de Alta Gracia. Barón
Biza recibió a sus captores armado con una pistola Mauser, aunque depuso
su actitud ante la superioridad numérica de la partida. Acusado de publicar en
el semanario instrucciones para fabricar granadas de mano, Barón Biza logró
obtener la libertad provisional y, en uso de ella, se fugó a Uruguay desde
donde fue deportado por llevar en su poder “panfletos subversivos”. Tras pocos
días en la capital argentina, Barón Biza y un grupo de acólitos ocuparon la
base aérea de El Palomar pero el fracaso de la operación hizo que el director
de La Víspera huyera nuevamente a Uruguay y de allí llegara en avión a
Uruguayana. Nuevamente detenido, fue conducido a Porto Alegre y,
posteriormente, a Río de Janeiro donde fue confinado en un hotel a la espera de
una negociación diplomática para regresarlo a Argentina. En el hotel inició una
huelga de hambre durante nueve días, contando con el apoyo del Partido
Socialista y de la Orden de Abogados de Brasil. Superada esa instancia, el
rastro de Raúl Barón Biza se pierde entre el interior de Brasil, incursiones a
Uruguay y un nuevo regreso a Argentina en 1934. Su afán revolucionario lo había
convertido en una suerte de héroe y su combate al poder era seguido por el
público como una novela por entregas.
Escritor y editor
A pesar de su
compromiso con la causa radical y de la lucha que llevó adelante contra los
enemigos de Hipólito Yrigoyen, a Raúl Barón Biza no le faltó tiempo para desarrollar
su verdadera pasión: la literatura. En
1924 había publicado el volumen de relatos Risas,
lágrimas y sedas, que le sirvió como presentación literaria en sociedad
aunque él mismo se dedicó a referir la
publicación de una novela llamada Alma y
carne de mujer, en Chile el año anterior. La difusión de títulos de dudosa
existencia así como el anuncio de obras de próxima edición que nunca verían la
luz, fueron constantes en su carrera literaria; constantes que dificultan el
rastreo minucioso de sus títulos y que se han abierto a las más extrañas
teorías. A pesar de que contó con un tiraje de 5000 ejemplares, la repercusión
crítica de Risas... fue escasa y, al
igual que el resto de la obra de su autor, se ha convertido en un título
inhallable en el mercado.
El libro que
verdaderamente puso a Raúl Barón Biza en el tapete de la literatura de su
tiempo y que le hizo famoso (aunque por razones equivocadas) fue la novela El derecho de matar, publicada en 1933.
La redacción concluyó durante la prisión de su autor y su salida a la calle
estuvo acompañada por una estrategia publicitaria inédita por su tenor. Barón
Biza empapeló Buenos Aires con un cartel que decía: “¡Un libro sensacional!
Su autor fue perseguido, encarcelado y procesado por la policía argentina. Adquiera
hoy mismo su ejemplar”. La Justicia se abalanzó sobre el escritor
tildándolo de pornógrafo y comenzó un extenso juicio del que, finalmente, fue
eximido en abril de 1935. En su libro sobre Barón Biza, Christian Ferrer
destaca un pasaje de la supuesta pornografía que atravesaba la novela: “El
escote atrevido, casi exagerado, dejaba al descubierto el nacimiento de sus
senos, ánforas de alabastro tibio, que se adivinaban macizos tras la tenue
seda”.
Tras la publicación
del citado Porque me hice revolucionario,
Barón Biza aguardaría nueve años para dar a conocer su nueva novela. En Punto final, publicado en 1943, el
autor vuelve a enfrentarse a sus principales temas: el sexo como arma de
dominio y, al mismo tiempo, de miseria y esclavitud; la violencia, el poder y
la sordidez en las relaciones humanas. Ego, el protagonista de la obra, posee
un espíritu aventurero y se dedica a recorrer el mundo (inspirado en los años
de juventud del propio Barón Biza) hasta que, durante un crucero, se encuentra
con Alma, una hermosa mujer casada con un millonario. El encuentro entre Ego y
Alma, a medio camino entre la seducción y la violación, será el disparador que
volverá a unir a los dos personajes en el futuro junto con Vida, la hija de
Alma, quien también será seducida por Ego. Al triángulo amoroso se suma la
relación lésbica entre Virgen y Margot y su vinculación simultánea con Ego. El
informe de la Comisión Asesora de la Municipalidad de Buenos Aires fue
implacable con Punto final: “Casi
no hay una página en que el autor no incurra en expresiones y descripciones de
la más baja pornografía. En el se solaza la destrucción de todos los valores
fundamentales: el hogar, el honor, la familia, la religión y la institución del
matrimonio”. El libro fue tachado de “inmoral” por un Juez y el abogado de
Barón Biza defendió la sentencia como un ataque contra la libertad de
expresión. Finalmente, la causa se cerró por prescripción de la acción penal en
1946.
Veinte años después
de la publicación de Punto final,
Barón Biza dio a conocer el que sería su último libro: Todo estaba sucio. Al igual que hiciera con El derecho de matar, Barón Biza apeló a la publicidad para
reconvertir su vínculo con el lector: “Es la obra que usted esperaba, que en
lo más recóndito de su conciencia aprobará. RESERVE SU EJEMPLAR”. La última
novela de Barón Biza es un regreso a los temas de sus obras anteriores pero
intensificados por cierta carga de remordimiento y tristeza. Roberto, el protagonista,
recorrerá un largo camino de sordidez y violencia, pautado por la relación con
su amigo José Antonio, un ser execrable que no duda de la violación y el
asesinato para lograr sus objetivos. En el personaje de José Antonio, Barón
Biza narró el proceso de corrupción de la clase alta argentina en pro de la
obtención del poder político (no en vano, al final de la novela, José Antonio
se convierte en embajador). En Víctor, un amigo común de Roberto y José Antonio
que se encuentra preso en la cárcel de Villa Devoto, Barón Biza se escondió
como personaje y, al describirlo, se describe a sí mismo en la época del fragor
revolucionario: “... subvencionó periódicos partidarios, pensionó a madres e
hijos de correligionarios prófugos, salvando así a las honras de muchos que
mañana llegarían a las Cámaras y alfombrados despachos ministeriales”.
Treinta y cinco años después, su hijo Jorge (ver recuadro), corroboraría la
imagen de su padre ofreciendo, al mismo
tiempo, una síntesis biográfica contundente: “El viejo había sido violento,
cruel, furioso, pero hizo las cosas con pasión, se había jugado por ideas,
había gastado fortunas en combatir a los dictadores, después de malgastar otras
mayores en putas europeas”.
Amor y muerte
El segundo
matrimonio de Raúl Barón Biza fue una suerte de prolongación de su accionar
político. Clotilde Sabattini, su segunda esposa, era hija del gobernador de
Córdoba, el doctor Amadeo Sabattini, un referente de la Unión Cívica Radical.
Maestra de formación, Clotilde tendría una agitada actividad en el ámbito de la
educación pública argentina. Siendo diecinueve años menor que Barón Biza,
contrajo matrimonio con el excéntrico escritor el 5 de marzo de 1936 en la
localidad de Toledo, Canelones. Desde el trabajo partidario y el seguimiento a
la evolución política del país, Barón Biza, Clotilde y Amadeo Sabattini
asistieron a una serie de cambios que culminarían con la llegada al gobierno de
Juan Domingo Perón. Como anteriormente ocurriera con el gobierno de Justo,
Barón Biza adoptó la oposición como lema para enfrentar al partido
Justicialista. A través de un nuevo semanario, La Semana Radical, Barón
Biza se propuso la tarea de combatir a Perón y, al mismo tiempo, conducir a su
suegro hacia el máximo cargo en la dirección del país. Desencantado por el
devenir de los acontecimientos, en los que mucho tuvo que ver la propia actitud
de la Unión Cívica Radical, Barón Biza cerró su combativo semanario tras seis
meses de existencia. Puede decirse que fue ese su último gran ataque al poder
establecido. De ahí en más, se dedicó a su vida familiar, los viajes, la ocasional
escritura y a seguir abonando el terreno de su leyenda personal.
La vida de Raúl
Barón Biza terminó fiel a su biografía desmesurada aunque teñida de tragedia.
Tras cuatro años de separación, Barón Biza y Clotilde Sabattini se reunieron en
el apartamento del primero el 16 de agosto de 1964. Los acompañaban sus
abogados particulares, atentos al devenir del encuentro que propiciaría el
acuerdo o el desacuerdo en la pareja. En un momento de la reunión, Barón Biza
simuló servirse un whisky pero en realidad vertió ácido corrosivo en el vaso.
Tras acercarse a Clotilde, le arrojó el contenido en el rostro. Después de la
apresurada partida de los abogados con Clotilde hacia un centro asistencial,
Barón Biza subió a su habitación, se recostó en la cama y se disparó un tiro en
la cabeza con su revolver 38. Los periódicos no se privaron de la misma
sordidez de los sucesos para ilustrar la tragedia de aquella tarde de agosto.
Así, algunos periodistas se refirieron a Barón Biza “un hombre quebrado por
una vida anormal” o como la tragedia de “un ebrio consuetudinario y
toxicómano”. Como un exaltado guionista, productor, primer actor y director
de su propia vida, Barón Biza se arrogó el derecho de decidir por sí mismo
cuándo salir del escenario para culminar la función.
-(*) Artículo publicado en el Semanario 'Brecha', el 27/XI/2014