sábado, 1 de diciembre de 2012
domingo, 4 de noviembre de 2012
lunes, 22 de octubre de 2012
Una lectura de "El aire de Sodoma"
por Julián W. Motta
El acercamiento de Martín Bentancor a la Historia Nacional ya estaba presente, en cierta forma, en su primer libro de cuentos, Procesión, editado por la editorial Sudestada en 2009. Allí, valiéndose de las claves del relato costumbrista, el autor canario contaba historias mínimas, protagonizadas por paisanos de la campiña uruguaya y en las que, como trasfondo, aparecían algunos episodios puntuales de la conformación de Uruguay como nación (las luchas de caudillos en los cuentos “Traidor” y “Primogénito”, el alambramiento de los campos en el relato “Procesión”, etc.). Aún así, es en el flamante El aire de Sodoma donde Bentancor le hinca el diente a la historia reciente de nuestro país con un olfato asombroso para las situaciones absurdas y un muy cuidado sentido del humor.
“Hola. Soy Eduardo Galeano”, el cuento que abre el volumen y que está dedicado a Graham Greene (autor clave en otro libro de Bentancor, la novela La redacción, donde incluso el autor británico aparecía brevemente como personaje) es un asunto con espías y replicantes en el contexto de una dictadura latinoamericana. En el ambiente tropical plagado de mosquitos donde una célula guerrillera ha establecido su campamento, mientras avanza hacia la Capital, desembarca el reconocido escritor uruguayo Galeano. El relato cobra vida entre la interacción de Galeano con los guerrilleros, especialmente con el Comandante -más preocupado por beber que por conducir- y un cura subversivo que conjuga todos los vicios de los discursos revolucionarios.
“Los huesos” es un relato protagonizado por José Artigas, aunque justo es decirlo, la protagonista oculta es una muela del General, una muela cariada que es necesario extirpar para que el Éxodo del Pueblo Oriental pueda seguir adelante. A la manera de El Despenador, el relato está construido como un diálogo entre un académico rival del profesor Peñalosa (a quien le dispara varios dardos durante el discurso) y el propio Bentancor.
“Obituario” recrea la biografía de Ernesto Seppeda, un oscuro vendedor de tractores en Tacuarembó que se convierte en poeta y en acérrimo combatiente de la dictadura militar. El relato, uno de los primeros escritos por Bentancor, ya deja ver varios de los signos que el autor desarrollaría con el tiempo: las biografías de personajes marginales, la presencia permanente de la poesía (en mitad del relato de El Despenador, Peñalosa canta un cielito; en La redacción, el mastodóntico cronista Amadeo Viñetas escribe oscuros poemas) y hasta el uso de medios secundarios del relato como las entradas en un diario, los facsímiles y las falsas notas al pie.
Por último, “El aire de Sodoma”, relato que cierra el volumen, es un intento por reconstruir un fallido atentado sobre el ex presidente Julio María Sanguinetti durante un tour de vino por varias bodegas de Canelones. Los hechos son confusos porque ningún testigo quiere referirlos y es el profesor Peñalosa, nuevamente, el encargado de dilucidar la verdad o lo que podría ser la verdad. “Si uno analiza detenidamente el recuerdo de un suceso, decía Peñalosa, puede terminar descubriendo la propia precariedad de la memoria y las trampas que el cerebro nos tiende en el proceso de evocación. Quien investiga el pasado suele pasar por alto ese detalle y le otorga a los testimonios históricos una veracidad que no es tal. Con ese razonamiento, la Historia como la conocemos no tendría razón de ser. Su principal razón de ser, justamente, es la de despejar las dudas que acechan cada testimonio de tal forma que se convierta en un dato exacto, donde las penumbras no puedan entrar. Es un arte difícil para el que no todos están dotados. Usted, por ejemplo, decía mirándome a los ojos, no sirve para historiador. Tiene aires de novelista y ese vicio es como el matayuyos para las gramíneas. Tiende a ver héroes, villanos y personajes secundarios en todo lo que describe. Y lo peor de todo: cree que está haciendo historia”.
El aire de Sodoma se inscribe en una tradición extraña de la literatura uruguaya al acercarse a episodios de la historia nacional con cierta irreverencia y desparpajo y por poner el foco en detalles secundarios, esos que nunca son contemplados en la historiografía oficial. Es, además, un paso seguro de uno de los mejores escritores jóvenes de Uruguay, un escritor al que no conviene perderle pisada.
viernes, 27 de julio de 2012
¿Quién lee a Juan Torora? (II)
Tenía un rebenque machazo
hecho de papada pura,
que aunque de linda figura
era un rebenque fierazo.
Pa pegar un güen chirlazo
otro mejor no he encontrao
y tuve por descontao
en tiempos que yo lo usaba,
que naides se le arrimaba
a mi rebenque platiao.
Tenía una argolla machaza
de plata pura ¡eso sí!
y un corredor guaraní
hecho con toda cachaza.
Aunque fierazo de traza
era un trabajo acabao,
y de cuero bien sobao
era su larga sotera;
¡Aijuna! si aúra tuviera
a mi rebenque platiao.
Entonces yo presumía
ser taita en la camperiada,
y en cuanto a ganar cueriada
por puro lujo lo hacía.
Cuando a mano lo tenía
no hallé quiebra ni aporriao,
ni el bentena más mentao
pudo hacer fijas sus miras,
porque le sacaba tiras
con mi rebenque platiao.
Hasta pa hacer el amor
lo tuve por güena ayuda,
más de una vez en la duda
supo ser güen mediador.
De un boliche el mostrador
muchas veces he golpiao,
y el pulpero retobao
me ha tratado sin malicia
de miedo de una caricia
de mi rebenque platiao.
Si en pendencia o entrevero
alguna vez me encontré,
a más de un loco dejé
con una faya en el cuero.
Si un taita, por ser copero
me ha puesto medio apurao,
en la cerdosa lo he dao
matándole un anca mora
con la punta cimbradora
de mi rebenque platiao.
-Extraído del libro Versos gauchescos y nativistas, Breve antología de poetas uruguayos, a cargo de Juan Carlos Guarnieri (Editorial Florensa & Lafon, Montevideo, 1949).
-La pintura de Florencio Molina Campos que acompaña la entrada se llama Vistiando (Témpera sobre papael 32 x 50).
martes, 21 de febrero de 2012
El primer libro de mi biblioteca
domingo, 29 de enero de 2012
El viejo Viscacha: picardía y sabiduría campera
El inicio:
Los consejos del Viejo Viscacha son la única herencia que este particular tutor le dejará al hijo de Fierro ya que, como nos cuenta en algún momento, era tan malvado y cabortero que, en más de una oportunidad, lo echó del rancho para hacerlo dormir a la intemperie, bajo la más cruda de las heladas. La imagen con la que el hijo de Fierro cierra el relato de los consejos, es patética en la semblanza de un sabio decadente pero tiene, también, algo de enternecedora:
martes, 24 de enero de 2012
Sobre Manigua, de Carlos Ríos
Manigua es la historia de un viaje pero también de la reconstrucción de ese viaje que, muchos años después, realiza el viajero para un único oyente. Manigua es una conversación entre dos hermanos –el mayor que habla y hace fluir el relato con saltos en el tiempo y en la memoria, el menor que agoniza y escucha- cargada de ambientes oníricos que se vuelven palpables y de sitios concretos que se difuminan en el recuerdo, la pesadilla y el silencio. "Manigua" es, entre las varias acepciones que del término ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, citado por el autor al inicio, la “abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada”.
Ambientada en una perdida región de África, donde ocurren prodigios como una cabeza de fósil obstaculizando el pasaje de un ómnibus o un puerto confeccionado con plástico y cartón que comunica al país con el mar, Manigua es una suerte de road movie caliginosa y alucinada.
La primera novela de Carlos Ríos, nacido en Santa Teresita, Argentina, en 1967, delata el oficio de poeta del autor (un poema suyo puede leerse dos post más abajo), oficio que se hace evidente en el ritmo de la prosa, en la descripción de los entornos que atraviesa el protagonista y en la cadencia que sostiene la trama, eje sobre el que se basa el gran poder de este pequeño –por sus páginas, se entiende- libro.
Manigua, de Carlos Ríos. Editorial Entropía, Buenos Aires, 2009.