Una luminosa resaca
La
buena literatura se empeña siempre en los prodigios y a casi ochenta años de su
temprana muerte, Francis Scott Fitzgerald, el cronista de la llamada “era del
jazz” vuelve al mundo editorial con dos libros: el texto original de su novela
más famosa y un rejunte de cuentos descubiertos recientemente junto a otros
despreciados en su momento por algunos editores.
Martín
Bentancor
Si bien es verdad que cualquiera de las
cinco novelas que escribió –A este lado
del paraíso (1920), Hermosos y
malditos (1922), El Gran Gatsby
(1925), Suave es la noche (1934) y El último magnate (inconclusa y
publicada póstumamente en 1941)– le valieron a Francis Scott Fitzgerald
(1896-1940) un espacio destacado en la literatura norteamericana de la primera
mitad del siglo veinte, no menos cierto es que el género donde su pluma brilló
con creces, puliendo un estilo inigualable ante el que chocaron una y mil veces
sus pálidos imitadores, fue el del cuento. Allí están, brillantes e
imperecederos, relatos como ‘Regreso a Babilonia’, ‘El diamante tan grande como
el Ritz’ o cualquiera de las piezas que integran las Historias de Pat Hobby.
Desmenuzados como especímenes de
laboratorio, glosados hasta el hartazgo por una legión infatigable de
profesores universitarios, traducidos, fetichizados, desmontados y vueltos a
ensamblar, los cuentos de Scott Fitzgerald parecían haberse cerrado sobre sí
mismos, en un universo tan sólido como perfecto, hasta que un nuevo libro llegó
para desestabilizarlo todo.
Carne
de revista
La editorial Anagrama acaba de publicar Moriría por ti y otros cuentos perdidos,
un volumen generoso que compila dieciocho cuentos de Scott Fitzgerald que nunca
habían visto la luz en formato libro. La tarea de reunir estos textos
dispersos, tras un prolongado trabajo con originales anotados, archivos
mecanografiados y notas de rechazo de revistas, la emprendió la virginiana Anne
Margaret Daniel, una destacada profesora de Literatura que no solo rastreó
manuscritos en diversas bibliotecas sino que, además, cotejó línea por línea
los escritos y negoció con los albaceas de los bienes de Fitzgerald el acceso a
determinados originales.
El resultado es un libro extraño, que trae
al presente de este siglo chato y deslucido el laboratorio de trabajo de un
escritor genial, preocupado por escurrirle cuanto dólar fuera posible a cada
cuento, al tiempo que se proponía, en sus últimos años de vida, separarse de
los temas y motivos en los que había sido encasillado tempranamente, esto es, las
historias de amor entre muchachos pobres y chicas ricas, las fiestas glamorosas
repletas de alcohol y la superficialidad de las flappers al ritmo estruendoso del jazz.
La mayor parte de los cuentos incluidos en
Moriría por ti… fueron escritos en
la segunda parte de la década del treinta, con los efectos de la Depresión
atenazando la economía nacional y la personal, muy separados en cuanto a
temática y sustancia de los relatos publicados en las revistas durante la
década anterior. “Darles a las revistas
lo que querían: ese fue el manual de Fitzgerald como escritor joven, y
perseveró en esa actitud, muy lucrativa, a lo largo de los años veinte. Vendió
su obra a cambio de dinero con plena conciencia de lo que hacía y de lo mucho,
y rápido, que podía conseguir con los cuentos, en oposición a esperar a
terminar una novela para plantearse su publicación por entregas”, anota la
profesora Daniel en la introducción. Es que el cambio de la década trajo,
además, una problemática nueva a la vida del escritor: la larga permanencia de
su esposa Zelda en diversas clínicas psiquiátricas, un elemento que no solo
alteró la economía familiar sino que le otorgó al escritor nuevos temas,
motivos más sórdidos y una apreciación más cínica y descarnada de las relaciones
humanas.
Ante ese panorama, es comprensible en un
punto que algunos editores que antaño le habían dado para adelante a su
escritor mimado, echaran para atrás ante el nuevo material. Las notas previas a
cada uno de los cuentos del volumen incluyen intercambios entre Scott
Fitzgerald y su agente Harold Ober sobre las perspectivas (difíciles) de
publicación, los cambios sugeridos por los editores y la inflexibilidad del
autor para dar el brazo a torcer. Tomemos, por ejemplo, el cuento ‘Pesadilla’,
escrito en 1932 y situado en una clínica psiquiátrica: fue rechazado por College Humor, Cosmopolitan, Redbook y
el Saturday Evening Post, revistas
que anteriormente lo habían publicado de forma sistemática. En una carta a
Ober, fechada en abril de 1932, Scott Fitzgerald decía que “’Pesadilla’ nunca se venderá por dinero,
nunca” y cuatro años después, le confesaba al agente que había desmembrado
el cuento para utilizar sus mejores frases en la novela Suave es la noche.
El giro en la escritura de Francis Scott
Fitzgerald en la década del treinta, de la que dan prueba los cuentos de Moriría por ti…, representa también una
manera de revelarse contra el costado más mercantil del sistema editorial de
las revistas. En el año 1929, el Saturday
Evening Post le pagaba a Fitzgerald 4.000 dólares por cada cuento (unos
55.000 dólares actuales) y aunque es cierto que por la plata baila el mono, el
escritor sabía que el sistema era una trampa para explotar la auténtica
creatividad. En 1925, en una carta al editor H. L. Mencken, escribió: “La basura que escribo para el Post es cada vez peor y cada vez tiene menos
alma. Me resulta raro decir que al principio ponía toda el alma en esa basura
(…) Si hubiera sido rentable escribir mala literatura, lo habría hecho hace
tiempo: lo intenté sin éxito en el cine. La gente no parece darse cuenta de
que, para una persona inteligente, escribir mal es una de las cosas más
difíciles del mundo”.
Pero vayamos a los cuentos, rótulo que no
puede aplicársele a la totalidad de las piezas reunidas en Moriría por ti y otros cuentos perdidos, en lo que conforma un
sustrato algo engañoso del volumen. Algunos textos son tratamientos para
guiones, como el caso de ‘El amor es un fastidio’, redactado por Fitzgerald en
su último año de vida, mientras corregía guiones de otros autores y cuyo
original escrito a máquina, la profesora Daniel localizó en la Universidad de
Princeton. En otros casos, como en ‘Día libre de amor’, de 1935, nos
encontramos ante un estudio caracterológico en forma de esbozo o boceto de un
relato a desarrollar. Pero en el amasijo imperfecto de materiales tan diversos
relumbran las gemas con la auténtica marca Fitzgerald, como el relato que le da
título al libro, de 1935, que en el ambiente y en la carga existencial y
trágica del protagonista tiene ciertos ecos de El Gran Gatsby, o como el soberbio ‘Fuera de juego’, de 1937,
ambientado en el mundillo del fútbol universitario.
Hay dos relatos –o un mismo relato
desdoblado en dos versiones con variaciones y finales muy diferentes–,
‘Pulgares arriba’ (1936) y ‘Cita con el dentista’ (1936/37), que se sitúan en
un momento histórico alejado del presente del autor, su habitual escenario
temporal: la Guerra de Secesión. Una tercera versión de la historia fue
publicada con el nombre ‘El fin del odio’ por la revista Collier´s, en junio de 1940. En su adolescencia, Scott Fitzgerald
escribió una obra teatral llamada The
Coward, ambientada en la Guerra de Secesión, y en diversas cartas a su
agente y a algunos editores, dejó constancia de que se proponía trabajar en una
novela situada en la Guerra Civil, por lo que las variaciones de estos cuentos
abonan la hipótesis que, de no morir a los cuarenta y cuatro años en 1940, el
proyecto podría haberse concretado. Leer los dos cuentos de forma simultánea,
permite asistir de primera mano al proceso compositivo de Scott Fitzgerald, a
su manera singular de modificar acciones, situaciones y personajes para
alcanzar una emotividad intensa, no quedando exento el humor o cierta forma de
cursilería que nunca desbarranca en la obviedad.
Un apunte final sobre este volumen: cada
cuento está precedido por una nota que contextualiza las circunstancias de su
escritura y, en caso de que se haya concretado en tal, de su publicación,
agregando en ocasiones el facsímil de alguna página, con anotaciones de puño y
letra de Fitzgerald. Pero lo que resulta verdaderamente molesto e incómodo de
leer es el aparato de notas críticas e informativas sobre cada relato, que en
vez de aparecer numerado al final o al pie de página, se acumula en la sección
última del libro, en una superposición caótica de datos que entorpece su
correcta asimilación.
Más
de Gatsby
Junto a Huckleberry Finn, Quentin Compson,
Nick Adams, Harry ‘Conejo’ Angstrom, Holden Caulfield, Ignatius J. Reilly,
Arturo Badini, Harry Bascombe y Henry Chinaski, Jay Gatsby integra ese núcleo
duro de personajes masculinos de la ficción norteamericana del siglo veinte,
que por sus improntas vitales, sus derivas existenciales y por sus propias
acciones, han trascendido los libros en que aparecieron.
Francis Scott Fitzgerald comenzó a
escribir El Gran Gatsby en 1923,
cuando tenía veintisiete años, y la publicó dos años más tarde. El libro no
vendió mucho y las críticas fueron variadas, más bien tirando a frías. Deberían
pasar unas cuantas décadas para que, una vez muerto el autor, la novela
adquiriera su actual condición de clásico moderno, se reeditara profusamente,
se convirtiera en carne de análisis en las escuelas secundarias estadounidenses
y recibiera varias adaptaciones cinematográficas. Hace veinte años, en 1998, la
Modern Library eligió a El Gran Gatsby
como la mejor novela norteamericana del siglo XX y la segunda mejor novela en
idioma inglés del mismo período.
Scott Fitzgerald comenzó a escribir la que
sería su obra más famosa como una suerte de reflejo de la aparición de Ulises, en 1922. Encontrándose en
Francia cuando se publicó el libro de James Joyce, Fitzgerald comprendió que
debía escribir un libro que, como el del irlandés para Europa, reflejara, al
mismo tiempo, la grandeza y la miseria de América. A la novela que escribió le
puso por nombre Trimalción, por
aquel esclavo que en la Roma de Nerón, según cuenta Petronio, le daba tan
buenos consejos a su amo que recibió como recompensa la libertad. Una vez
libre, Trimalción se dedica a hacer plata y para celebrar su opulencia, ofrece
una fiesta colosal a la que invita a todo el mundo, a los ricachones que conoce
y a otros llegados desde la otra punta del Imperio. Pero en un punto la fiesta
se descontrola, los invitados se entregan a la barbarie y en cuestión de horas
le hacen bolsa el palacete al pobre Trimalción, cuyo cadáver es hallado al otro
día entre la mampostería y los restos de la comilona.
Scott Fitzgerald contó en Trimalción la historia de Jay Gatsby,
un misterioso millonario que irrumpe en la vida de un puñado de personajes,
entre los que se encuentra el narrador Nick Carraway, que se caracteriza por
ofrecer unas fastuosas fiestas en su mansión en el ficticio pueblo de West Egg,
en Nueva York. Cuando el legendario editor Maxwell Perkins (descubridor de
autores como Thomas Wolfe y Ernest Hemingway) recibió el manuscrito de
Fitzgerald, asumió que se encontraba ante un gran libro pero que necesitaba de
varios ajustes. En sucesivas cartas, Perkins fue convenciendo a Fitzgerald de
la necesidad de cambiarle el nombre a la novela y de diluir la información que
el lector iba recibiendo de Gatsby. Así, a instancias de Perkins, el personaje
central del libro acrecentó su aura de misterio (las causas de su riqueza, la
profunda soledad en la que vive, su fatal enamoramiento de Daisy Buchanan) y Trimalción se convirtió en El Gran Gatsby.
La editorial Tusquets, dentro de su
colección Rara Avis, que dirige el
escritor argentino Juan Forn, acaba de publicar en español Trimalción, la novela original que escribiera Francis Scott
Fitzgerald y que, entre otras cosas, ofrece más detalles de Jay Gatsby que los
que aparecen en El Gran Gatsby. La
novela, notablemente traducida por el propio Forn, es Fitzgerald en estado
puro, un prodigio narrativo integrado por situaciones y personajes diseccionados
con maestría, en alas de una prosa poderosa que alcanza cimas descriptivas como
esta: “A mitad de camino entre West Egg y
Nueva York, la carretera se acerca y corre paralela a las vías del tren durante
un kilómetro, como buscando compañía en esa zona tan desolada. Es un valle de
cenizas, un territorio fantasma donde la ceniza crece como el trigo de la
tierra y forma colinas, hondonadas, grotescos jardines de ceniza con sus casas
y chimeneas humeantes, y en un esfuerzo final y trascendente incluso moldea
hombres de ceniza, que vagan difusos y a punto de deshacerse en el aire
polvoriento. De tanto en tanto un auto se acerca por el camino, baja de
velocidad con un ronco gruñido y se detiene para cargar combustible, y de
inmediato lo rodean hombres de ceniza, con grises trapos en la mano, y la nube
de polvo que producen oculta de nuestra vista lo que hacen”.
Nick Carraway, el narrador de Trimalción/El Gran Gatsby es un muchacho pobre de provincias que, por una serie
de circunstancias, se convierte en vecino de Jay Gatsby, se granjea su amistad
y asiste a su caída. La recurrencia de este narrador que no pertenece al mundo
glamoroso y superficial de los otros personajes, es uno de los grandes
hallazgos de la novela, pues le permite a Scott Fitzgerald reflexionar sobre el
mundo de los ricos, que él también había sabido conocer por dentro y por fuera.
Detrás de todas esas fiestas regadas por litros y litros de champagne, a las
que los invitados llegan transportados en carísimos automóviles y ataviados con
ropajes que no parecen de este mundo, habitan el vacío y la soledad,
cerniéndose sobre todo el cuadro la sombra espectral de la muerte. Nick
Carraway no solo será testigo de toda esa opulencia que se convierte en decadencia,
sino que además, como confidente del protagonista, vehiculizará el destino de
los personajes centrales, porque desde el principio está escrito que la
historia de amor entre Jay Gatsby y Daisy Buchanan, nunca podría terminar bien.
Como el derrumbe del liberto Trimalción en
la orgiástica Roma de Nerón, la caída de Gatsby está antecedida por un brillo
fugaz de gloria. “A lo largo de aquel
verano fui anotando, en los márgenes de una guía de horario de trenes que
encontré en mi bungalow, los nombres de quienes fueron a la casa de Gatsby.
Parece un objeto de otro tiempo ahora, con las hojas sueltas y amarillentas, y
la pomposa advertencia: ‘Horarios vigentes al 5 de julio de 1921’. Pero aún
pueden leerse esos nombres garabateados en tinta gris, y darán una imagen más
precisa que mis generalidades sobre aquellos que aceptaron la hospitalidad de Gatsby
y le rindieron el sutil tributo de no saber nada de él”, dice en un momento
Nick Carraway, como si para reconstruir la historia de la que él formó parte,
necesitara documentos anexos que le permitan, como no lo logró en vida de
Gatsby, apresar al protagonista de la historia.
Cerremos esta nota con la misma
celebración con que se iniciara, con la de la propia literatura, que a casi un
siglo de la escritura de los textos comentados, y por arte y trabajo de
personas perspicaces, sensibles, ha puesto a disposición de todos nosotros,
lectores de a pie, dos nuevos libros de Francis Scott Fitzgerald, dos obras a
las que nos acercamos con ese encantamiento cuasi infantil, de algo que es y al
mismo tiempo no es, como las figuras que proyecta el inconsciente ante la
realidad, al propiciar el despertar de una luminosa resaca. ¡Qué viva la
literatura!
Moriría
por ti y otros cuentos perdidos, de Francis Scott Fitzgerald. 502
páginas. Edición y prólogo de Anne Margaret Daniel. Traducción de Justo
Navarro. Editorial Anagrama. Barcelona, 2018.
Trimalción, de Francis Scott
Fitzgerald. 218 páginas. Traducción de Juan Forn. Editorial Tusquets. Buenos
Aires, 2018.
______
-Artículo publicado en el semanario Brecha el 17/VIII/2018.