Nueve tracks integran el disco Declaración
conjunta, obra del músico, poeta y docente trashumante, nacido treinta y
cinco años atrás, en el Chuy y que exhibe en sus creaciones, como el más lúcido
pasaporte, rasgos culturales de los lugares por los que ha pasado y vivido pero
sin la facilidad del pintoresquismo ni el gesto marmóreo de los homenajes.
En Declaración conjunta conviven el blues con el arte juglar, la
balada con el canto gutural, los payadores con cierta veta de la poesía
francesa del siglo XIX, Góngora con el tango. Convivencia no es cambalache ni
variedad de estilos es saturación; tal es la regla no escrita que esgrime
Palacio Gamboa en este disco. Eso y la reencarnación vocal de Ignacio Corsini.
Salvando la distancia
temporal, la repercusión en los medios y la propia mediación de la poesía –funcional
en Corsini, germinal en Palacio Gamboa–, hay mucho del argentino en la actitud
del uruguayo, algo que se evidencia más allá de algunos registros vocales que
el bardo del siglo XXI reproduce del cantor del siglo pasado.
Más allá de las palabras, la balada con la que abre el disco, haría
derretir a la más fiel de las seguidoras de Ricardito Arjona si la fémina en
cuestión abriera su corazón, claro está, a las guitarras azules y las canciones
de Caetano, comprendiendo además que Sansueña es una tierra mítica de la
memoria y el viaje y no una marca de veladores o sahumerios o saltos de cama.
En Canción de la paloma herida, Palacio Gamboa se convierte en un
hacedor de letanías, una especie de misionero enamorado y brutal con un único
objetivo: hacerse con la mujer amada. No sé por qué –tal vez por asociación, tal
vez por ignorancia– al escuchar esta canción, recordé El promesante de Atahualpa Yupanqui, cantor con el que nuestro
juglar tiene más de un punto en común.
Epitafio desmesurado a un poeta es una colaboración entre el bardo
Miguel Hernández y Palacio Gamboa. El tema, nos informan, lo compusieron en la
Barra del Chuy, un tórrido verano de 1941, cuando las primeras señales de tifus
se cernían sobre el poeta de Orihuela. No sé si esto es verdad, más bien creo
que no… pero lo cierto es que en Palacio Gamboa, los versos de Hernández
adquieren una desoladora cercanía. Y si no, escuchen como el yorugua
canta/grita “No se si en su hirviente frente, etc…”.
¿Qué decir del Monólogo segundo de Segismundo? Que
arranca como un Dylan folk de frontera. Que los arreglos de las décimas, casi
con gestos de cifra, son perfectos. Que si este mundo delirante tuviera algún
sentido de la justicia, sería un hit radial que haría que Palacio Gamboa se
llenara de guita, se vendiera al sistema y lo explotara desde dentro. Allí está
Corsini, además. ¡Escuchen, escuchen!
Otra décima: Milonga del amor impar. Solo diré algo:
alguien que arranca la canción con este díptico, tiene mi veneración: “Aunque
se muestre fierita / y lunfardee a lo Rivero…”. El tipo es crá. Me dicen que el
tal Rivero fue un destacado cantor de tangos, de prominente nariz.
Y siguiendo con el hatajo de
segundones a los que Palacio Gamboa recurre para confeccionar estas gemas
sonoras, Límites fue escrita por el
baladista Jorge Luis Borges. Personalmente, es la canción que menos me gusta
porque, creo, es en la que menos arriesga el bardo oriental. ¿Qué quisiste
hacer, Palacio Gamboa? ¿Es una fucking joke? Además, es muy larga y, lo que es
más terrible, suena a… Nito Mestre!!!
Pero por fortuna, en séptimo
lugar, ya en la recta final, el trovador nos hace olvidar el mal trago con esa
joya sublime que es Amigo Baudelaire. Miren
esto: “Amigo Baudelaire, / recuerda
que no hay un bar / donde el abismo se amonede / por un poco de clonazepam”. En
esta canción se conjugan todos los vicios, las pasiones y los fantasmas de
Palacio Gamboa aunque, claro está, para verlas y aprehenderlas, hay que leer y
escuchar entre líneas o entre acordes. Verdadero punto alto de Declaración conjunta.
A mi estatua de barro, penúltima canción, es una
sonorización de unos versos de Hugo Emilio Pedemonte que Palacio Gamboa canta.
Solo diré esto, parafraseando a Bobby Dylan en Soñé que vi a San Agustín: “I put my fingers against the glass / and bowed my head and cried”. ¿La cazaste?
Y ahora, unas palabras sobre el apoteótico
final del discazo del bardo melenudo: Gatamanga.
En esta canción sutil y perfecta, como cualquiera de las que compuso Nick
Drake, Palacio Gamboa habla del paso del tiempo y de los rituales cotidianos,
de la intimidad y el olvido y también acerca del difícil arte de conocerse.