Máquina de
escribir en la selva
Frente a B. Traven, los
promocionados grandes autores “ocultos” de la ficción del siglo XX, Thomas
Pynchon y J. D. Salinger, son meros bromistas de domingo. Ningún escritor hizo
tanto para borrar las pistas de su contingencia humana como este novelista que
tecleó toda su obra en medio de la selva mexicana. Son muchos los
investigadores que se han lanzado tras la pista de B. Traven, los mismos que al
creer apresarlo en la cómoda parcela de una biografía, han visto cómo,
irremediablemente, se difuminaba.
Martín Bentancor
En
el año 1925, Ernst Preczang, editor del Büchergilde
Gutenberg, un gremio literario y club del libro para obreros fundado por un
sindicato de impresores de Alemania, quedó maravillado por una serie de relatos
acerca de México, aparecidos en la revista socialista Vorwärts y firmados por un tal B. Traven. Localizó al autor
escribiéndole a un número de apartado postal a la ciudad portuaria de Tampico,
en el estado mexicano de Tamaulipas, y le solicitó los derechos para reproducir
los textos en forma de libro. Traven le respondió de inmediato, aceptando la
propuesta y proponiéndole, a su vez, publicar antes una novela que había
escrito en inglés y que él mismo traduciría al alemán. La novela, que se
llamaba Das Totenschiff (El barco de la muerte), fue publicada
por Preczang en abril de 1926, convirtiéndose en un suceso inmediato. De
pronto, B. Traven pasó a ser el autor más leído de Alemania, comenzando a
labrar el misterio que permanece abierto hasta la actualidad.
Feige/Marut
Entre
los años 1917 y 1921, un tal Ret Marut publicó en Munich la revista Der Ziegelbrenner, definida como una
publicación “anarcopacifista y anarcoindividualista”, inspirada en la
legendaria Die Fackel de Karl Kraus (1874-1936). En su revista, que redactaba,
editaba y distribuía él mismo, Marut enfrentaba a los charlatanes que escribían
en los diarios y apelaba a que el lector descifrara la verdadera noticia oculta
detrás de la noticia, afirmando que solo el socialismo podría destruir al
Estado y barrer con el sistema capitalista. En su revista, Marut no se andaba
con sutilezas: cuando debía atacar a un político corrupto, directamente lo
llamaba “hijo de puta”, cuando se refería a ciertos industriales, hablaba de
“raza de víboras” y a algunos lectores que, furibundos, le escribían para
quejarse de determinados artículos, los designaba como “inmundicia humana”.
Ret
Marut había nacido, en realidad, bajo el nombre de Otto Feige, desempeñándose
durante años como montador mecánico y como secretario de sindicato, con fuertes
ideas anarquistas. En 1907, a los veinticinco años, Feige decidió convertirse
en Ret Marut y, valiéndose de su predisposición al histrionismo, logró algunos
trabajos como actor en espectáculos populares. Su cambio de nombre vino de la
mano de un cambio de nacionalidad, pues a partir de entonces, comenzó a afirmar
que había nacido en San Francisco, el 25 de febrero de 1882, y que,
lamentablemente, todos sus papeles de nacimiento se habían destruido en el gran
terremoto de 1906 en la ciudad norteamericana. Así, de a poco, el operario
manual anarquista se convirtió en el editor de uno de los medios de prensa más
inquietos de aquella Alemania que salía de la Gran Guerra y comenzaba a
acomodarse en el consiguiente periodo de posguerra.
En
uno de los últimos artículos que Ret Marut publicó en Der Ziegelbrenner, antes de cerrar la revista, se refería a los
escritores norteamericanos más leídos en su propio país. Allí, entre varios
nombres, mencionaba a Upton Sinclair, Jack London, Mark Twain, Theodore Dreiser
y a un tal B. Traven, a quien nadie conocía en Alemania.
El
siguiente paso de Otto Feige, aquel antiguo operario manual anarquista, fue
desprenderse de la personalidad de Ret Marut, enterrando al incendiario
gacetillero de Munich. En algún momento del año 1924, Otto Feige, alias Ret
Marut, cruzó el Océano Atlántico, desembarcó en México y se convirtió en el
novelista B. Traven.
El novelista
Volvamos
al principio. Cuando en abril de 1926, Ernst Preczang editó en Alemania el
libro de B. Traven El barco de la muerte,
convirtiéndose en automático bestseller,
nadie recordaba el nombre del ignoto novelista que, algunos años atrás, Ret
Marut había señalado como uno de los autores norteamericanos más leídos. El
público, ávido de más Traven, exigió la aparición de nuevas obras de aquel
estadounidense que vivía en México y escribía en alemán. En setiembre de 1926
apareció la novela Los pizcadores de
algodón, protagonizada por el mismo narrador de El barco de la muerte, y en 1927 vería la luz otra novela, El tesoro de la Sierra Madre, que a la
postre se convertiría en el libro más famoso de Traven, a raíz de la adaptación
cinematográfica que veinte años después realizara John Huston.
En
1928, Traven publicó en Alemania dos nuevas obras: la colección de cuentos Der Busch y su única obra de no
ficción, la crónica de viaje Land des
Frühlings, que incluía 64 páginas de fotografías tomadas por el propio
autor, seguidas en 1929 por las novelas Puente
en la selva y La rosa blanca.
Tras la aparición de estos libros, hubo un silencio editorial de dos años y, a
partir de 1931, comenzó la publicación de lo que se llamó “el ciclo de la
caoba”, integrado por las novelas La
carreta (1931), Gobierno (1931),
La marcha dentro del reino de la caoba
(1933), La troza (1936), La rebelión de los colgados (1936) y El General. Tierra y libertad (1940).
Luego
del “ciclo de la caoba”, B. Traven no volvió a publicar durante diez años. En
1950 apareció Macario, un largo
cuento fantástico que es, en realidad, un refrito de los relatos ‘El padrino’ y
‘El padrino Muerte’, de los hermanos Grimm, y una década después, en 1960, fue
el turno de Aslan Norval,
unánimemente considerada una obra menor.
Es
interesante apuntar que la fama editorial de B. Traven se labró a espaldas de
Estados Unidos, país donde presuntamente había nacido. En B. Traven. Una introducción, Michael L. Baumann cuenta que el
legendario editor Alfred A. Knopf, que sería el primero en publicar a Traven en
inglés, no se enteró de su existencia hasta un viaje que realizó a Alemania en
1932. Cuando dos años después, El barco
de la muerte fue editada en Estados Unidos, apenas vendió unos pocos
ejemplares. Una suerte similar corrieron Puente
en la selva y El tesoro de la Sierra
Madre. Recién cuando la adaptación de El
tesoro…, realizada por John Huston y protagonizada por Humprey Bogart, Tim
Holt y Walter Huston, fue estrenada en 1948, el público lector estadounidense
comenzó a interesarse por B. Traven.
Croves/Torsvan
Cuando
en 1946, John Huston comenzó a filmar El
tesoro de la Sierra Madre en México, el primer día de rodaje apareció en el
set un tal Hal Croves, que se
presentó como un traductor residente en Acapulco. Croves le entregó a Huston
una carta escrita de puño y letra por B. Traven, en la que el escritor afirmaba
que el portador conocía al dedillo toda su obra, solicitando que fuera tenido
en cuenta para cualquier consulta técnica, argumental e histórica sobre el
libro. Croves siguió a Huston y a su equipo por los distintos lugares donde se
desarrolló el rodaje, a saber, Michoacán, Tampico y San José Purúa, solo
intercambiando unas pocas palabras con el director, hasta que en algún momento
de la filmación, desapareció.
Cuando
la película se estrenó, en enero de 1948, un indignado Hal Croves atomizó la
sección de ‘Cartas al director’ de Life
y Time con encendidos ataques al cineasta.
“Nunca más tendrá John Huston la
oportunidad de dirigir una película basada en otro de los 14 libros de Traven.
Traven no necesita a Huston”, dice en una de las correspondencias. Y en
otra: “John Huston nunca será un gran
escritor porque es un mal observador”. Es verdad que la película no capta
la atmósfera densa de la novela (en la que, a la mitad, el protagonista muere
degollado) y que los personajes mexicanos son presentados de una forma por
demás ridícula, pero Huston logró uno de sus mejores filmes al presentar un
estudio desolador sobre la codicia. Las cartas de Croves a la prensa tenían un
espíritu más propagandístico de la obra de B. Traven que de genuina molestia
por la película de Huston.
Como
habrá adivinado el sagaz lector que llegó hasta acá, el traductor y furibundo
corresponsal Hal Croves, que se mezcló en el rodaje de El tesoro… para desaparecer de golpe, como tragado por la propia selva,
no era otro que el mismísimo B. Traven, alias Ret Marut, nacido Otto Feige.
En
1948, el joven periodista mexicano Luis Spota se propuso averiguar quién se escondía
detrás del misterioso escritor B. Traven. Durante meses, siguió el rastro del
presunto traductor Hal Croves, descubriendo que todas las pistas llevaban a un
mismo lugar: Acapulco. En la ciudad portuaria, el incansable Spota hurgó y
hurgó hasta interceptar una liquidación de regalías que el agente literario
Joseph Wieder le enviaba a Traven desde Suiza. Lo curioso es que el cheque no
iba a nombre de B. Traven ni de Hal Croves, sino de un tal F. Torsvan. Cuando
Spota dio con Torsvan y le enrostró el hecho de que él era el escritor B.
Traven, el imputado, un ingeniero retirado que vivía en un barrio residencial,
lo negó categóricamente, cerrándole la puerta en la cara. Poco tiempo después,
el novelista Upton Sinclair le envió un paquete de libros a B. Traven. Como el
novelista norteamericano no sabía de qué forma contactar a su colega, remitió el
paquete a Ciudad de México, a nombre de Esperanza López Mateos, quien unos años
antes se había convertido en la traductora al español de B. Traven. López
Mateos recibió el paquete y lo despachó hacia Acapulco, a nombre de F. Torsvan.
Puestos
a averiguar quién era F. Torsvan, Spota y otros investigadores se lanzaron a la
búsqueda de los datos biográficos de quien, según las pistas antes señaladas,
no era otro que el mismísimo B. Traven. Hallaron, así, que el nombre de F.
Torsvan apareció oficialmente en México en 1926 (el mismo año que Ernst
Preczang publicaba en Alemania El barco
de la muerte, la primera novela de Traven), como el de un ingeniero que acompañó una expedición arqueológica
dirigida por Enrique Juan Palacios por el estado de Chiapas. En un momento del
periplo por la selva, como antes lo hiciera el operario Otto Feige en 1907, Ret
Marut en Munich, en 1924, y, años más tarde, Hal Croves durante el rodaje de El tesoro de la Sierra Madre, F.
Torsvan había desaparecido abruptamente.
Esperanza
Durante
muchos años, la única forma de leer a B. Traven en español fue a través de la
vieja Compañía General de Ediciones S.A., dentro de su colección ‘Ideas, Letras
y Vida’, que publicó gran parte de la obra novelística de Traven. La traductora
Esperanza López Mateos no solo fue la encargada de verter al español la prosa
del esquivo autor, sino que poseyó el copyright
de la obra, en un interesante caso de autoría intelectual.
Esperanza,
hermana de Adolfo López Mateos, quien fuera presidente de México entre 1958 y
1964, y prima del legendario director de fotografía Gabriel Figueroa, es una
pieza clave en la historia de B. Traven y, especialmente, en el mantenimiento
del misterio y el vínculo del escritor con México. Algunas crónicas afirman que
el autor y la traductora se encontraron por primera vez en Michoacán, en 1941. Esperanza
López Mateos es la responsable de haber convertido al español la prosa
profundamente descriptiva de B. Traven, que no se detiene solo en el registro
de paisajes y contingencias geográficas sino que explora al detalle los tipos
humanos, especialmente de los indígenas, no cayendo jamás en el pintoresquismo ni
el retrato de brocha gorda.
En
un momento de la búsqueda, los investigadores que iban tras los pasos de B.
Traven, constataron que los rastros se diluían al llegar a la traductora. Solo
Esperanza López Mateos se carteaba con el autor; solo ella conocía el proceso
creativo del novelista; solo ella compartía los derechos de la obra del
inalcanzable escritor. Y fue uno de esos investigadores, anclado una medianoche
en alguna cantina del sur mexicano, quien comenzó a preguntarse si en verdad
hubo alguna vez un ingeniero recorriendo Chiapas, un traductor asesorando a un
cineasta, un novelista aporreando una máquina de escribir debajo de un
mosquitero en el trópico. ¿Y si B. Traven no era otro que Esperanza López
Mateos?, se preguntó.
Cuando
en 1951, Esperanza López Mateos se suicidó, a los cuarenta y cuatro años, no
solo se llevó a la tumba la teoría elaborada por aquel trasnochado rastreador,
sino todo lo que conocía del auténtico B. Traven, con quien se había carteado
durante años. Cuando el 26 de marzo de 1969, murió en Ciudad de México Hal
Croves, hubo cierta coincidencia en la prensa mundial en señalar que el muerto
era B. Traven. La disposición testamentaria indicaba que sus cenizas fueran
esparcidas en el río Jataté, en Chiapas, no solo para permanecer en una zona
que le había sido muy querida al escritor, sino también para no dejar rastros
tras de sí, para que en el futuro nadie tuviera que reducir el cadáver,
estableciendo la conexiones posibles entre Otto Feige, Ret Marut, Hal Croves,
F. Torsvan y B. Traven.
Los libros
El barco de la muerte, la primera novela de Traven, presenta los grandes temas
del autor: la confraternidad entre desclasados, las relaciones de poder entre
poderosos y subordinados y una concepción de la vida teñida por la presencia
insoslayable de la muerte. Gerard Gales, narrador que reaparece en Los pizcadores de algodón y Puente en la selva, se suma a la
tripulación del Yorikke, un “barco de
la muerte” integrado por marineros indocumentados que trabajan como esclavos.
Gales dice haber nacido en Nueva Orleans, pero al haber perdido todos sus
papeles de identificación se ve obligado a vagar sin rumbo por los puertos en
busca de un barco que lo acepte, sabiendo que no puede quedarse en ningún país.
Puente en la selva reencuentra a Gales varios años después, convertido en
cazador de pieles de cocodrilo en México, en un periplo que lo lleva a
detenerse en un decrépito pueblo en la selva, levantado a la sombra de un
yacimiento de petróleo. El puente del título, una inestable construcción de
madera, sin barandas, sobre unas aguas amarillas y traicioneras por las que desaparece
un niño, se convierte en un personaje más de la trama, a cuyo alrededor Traven
despliega una comedia humana que le da voz a los desposeídos. El libro fue
llevado al cine en 1971 por Pancho Kohner y protagonizado por John Huston,
quien no tuvo esta vez a ningún Hal Croves que desde la prensa cuestionara su
labor actoral.
Cerremos
este brevísimo repaso por algunas obras de Traven mencionando a La carreta, la primera entrega del
“ciclo de la caoba”, publicada en 1931, un libro que en Alemania fue prohibido
por los nazis. En él, Traven analiza con dotes de antropólogo las relaciones de
poder de los indígenas mexicanos insertos en lo que podría llamarse una
sociedad de consumo. Se trata de uno de los libros más originales del autor,
que mezcla en su historia el rescate de ciertas leyendas con la voz de los
eternos desclasados, como cuando el narrador reflexiona: “Los harapos eran regalados a quienes los mendigaban. En este mundo no
hay pantalón, camisa o par de zapatos lo bastante viejos para que no exista
algún ser humano que al verlos exclame: “Démelos; mire usted como ando. ¡Muchas
gracias, señor!”
B.
Traven es un autor que ha sido copiosamente publicado y que goza de una buena
salud editorial. Sus novelas, especialmente las que escribiera en la segunda
mitad de la década del veinte, han sido traducidas a más de cuarenta idiomas.
El 2009 fue considerado el Año Internacional Traven y el año pasado, el Museo
de Arte Moderno de México presentó la exposición más completa jamás montada
sobre el enigmático escritor: cartas, fotos, material fílmico y todas las
ediciones posibles de su obra le dieron forma a una muestra copiosamente
visitada. En Uruguay, hace algunas semanas Ediciones de la Banda Oriental, en
su colección Lectores, publicó una selección de sus Cuentos mexicanos, que acerca a los lectores de este suburbio del
mundo una muestra más que representativa de las ideas, el estilo y la impronta
de este gran escritor.