lunes, 25 de mayo de 2009

El tiro del final (*)

En Timote, flamante novela del escritor y filósofo argentino José Pablo Feinmann, se cuenta el secuestro y la muerte del general Pedro Eugenio Aramburu, uno de los episodios más oscuros de la historia reciente de Argentina que, además de constituirse en el primer acto ejecutado por la organización revolucionaria Montoneros, oficia como punto de partida de la compleja lucha política que atravesará toda la década del setenta y cuyos coletazos aún se hacen notar.

José Pablo Feinmann es un intelectual extraño, al menos para los parámetros con los que cultural y tradicionalmente se ha fijado ese rol en la sociedad. Desde sus irrupciones televisivas –particularmente en los dos programas que conduce, Filosofía aquí & ahora y Cine contexto-, su defensa cerrada de los gobiernos de la dupla/sociedad/pareja kirchnerista, sus textos de ficción (Últimos días de la víctima, Ni el tiro del final), su amplia labor como guionista de cine (El amor y el espanto, Ay, Juancito), su impresionante historia del peronismo (que viene desgranando fascículo a fascículo en el diario Página 12) y sus clases de filosofía que congregan a miles de alumnos ávidos por oír de cerca su voz, Feinmann logra hacerse sentir en el medio político y cultural despertando, de paso, adherencias y enemigos por igual. Por eso no es de extrañar que en Timote, novela que acaba de desembarcar en las librerías montevideanas, se atreva a adentrarse en uno de los episodios más complejos y polémicos en la historia argentina de las últimas décadas.
Para contar los últimos días de vida del general Pedro Eugenio Aramburu -presidente de facto de la Argentina entre 1955 y 1958 y fundador del partido Unión del Pueblo Argentino (UDELPA)-, concretamente su secuestro y muerte a manos del comando montonero integrado por Mario Firmenich, Carlos Ramus y Fernando Abal Medina, Feinmann recurre a elementos propios de la novela negra (que desarrollara magistralmente en Últimos días de la víctima, publicada en 1979 y llevada al cine por Adolfo Aristarain, en 1982). En un gran capítulo inicial, Feinmann narra el final de Fernando Abal Medina quien, en la práctica, fue el asesino de Aramburu, haciendo gala de un despliegue técnico que remite a las mejores secuencias de América de James Ellroy pero también a las crock stories de William Rilley Burnett y a la mejor adaptación cinematográfica del autor, la soberbia High Sierra (Raoul Walsh, 1941)
Al iniciar el relato por el final, esto es: contando la muerte del matador de Aramburu, Feinmann invierte el orden tradicional en la presentación de los protagonistas y convierte el resto de la novela en un extenso diálogo entre el general secuestrado y sus captores. El tercer interlocutor es el propio Feinmann que irrumpe en el relato lineal de los hechos (tres días) con digresiones y comentarios sobre el momento histórico pero nunca en plan académico, al contrario, erigiéndose en una suerte de voz popular que muchas veces parece ignorar algunos datos o intencionalmente escamotearlos. De esa forma, la narración de un cómico episodio durante un partido de futbol jugado por Estudiantes de la Plata, sirve como disparador de una reflexión sobre el concepto de seguridad, unión familiar y custodia del estado y sus instituciones. En esa voz intrusa del narrador rompiendo con la monotonía del relato casi clínico de los hechos, se encuentra uno de los puntos más altos de Timote. Además, aplicando técnicas de montaje cinematográfico, Feinmann va intercalando monólogos interiores con la evocación y referencia a elementos propios de la cultura popular de los años setenta. Asi, la referencia a un comercial casi erótico de la caña Carlos Gardel se mezcla con la inminencia del Mundial de México del que Argentina quedó fuera y al que deben conformarse en seguir por la televisión.
Por debajo de la trama, aunque la atraviesa continuamente y es, en definitiva, el motor que hace obrar a todos sus personajes, la figura de Juan Domingo Perón es continuamente evocada y referenciada, llevando a tejer, en las opiniones encontradas de los personajes, una enmarañada red de juicios políticos. La imagen de Evita, y sobretodo la ausencia de su cadáver, episodio del que fue responsable el mismísimo general Aramburu, es el otro fantasma convocado en la subtrama de la historia. Cuando los jóvenes montoneros, en el apurado juicio revolucionario a que lo someten, le preguntan sobre ella, Aramburu la evoca a la luz de los episodios que la volvieron un personaje tan importante como el propio Perón: “¿Qué podía decirles de Evita? ¿Podrían ellos, mocosos entre 20 y 23 años, entender algo de lo que él les explicara? ¿Ustedes creen conocerla? Yo la vi de cerca, la vi caminar, la vi sentarse, pararse, estreché su mano incontables veces, vi sus vestidos carísimos, sus zapatos, la escuché hablar, la vi sonreír, nunca la vi llorar. Después vi su rodete, ese traje sastre que se puso como un uniforme, como un soldado en la batalla. La vi empezar a morir y poco faltó para que la viera muerta. La vi volverse pálida. La vi perder la redondez, la salud espléndida, bella, de su cara”.
En la oposición entre el general Pedro Eugenio Aramburu y su asesino, el montonero Fernando Abal Medina, Feinmann construye un mapa de las tensiones políticas del poder con la remota, y al mismo tiempo cercana, figura de Perón en el centro. Para darle aún más complejidad, Feinmann destaca el carácter católico de los dos protagonistas y registra las dudas, los debates y las certezas que una dogmática fe religiosa va tallando en las horas finales de Aramburu como ser de carne y hueso y de Abal Medina como católico “puro”, no contaminado por la ruptura del precepto “No mataras”. Cuando Abal Medina apreta el gatillo, tiene delante de él a un militar torturador y acomodaticio pero también, en definitiva, a un viejo indefenso al que han mantenido atado durante tres días y al que no han torturado porque “la Organización no tortura”.
Como pulso de esta sólida novela política (género no necesariamente reconocido por la crítica y que permite textos que van desde el simple panfleto a la más lograda ficción), Timote ofrece la mejor prosa de Feinmann, la que ya aparece expuesta en sus primeras novelas y que se vuelve marca característica en sus artículos filosóficos y notas escritas para medios de prensa; una prosa mordaz en ocasiones, dura y cortante en otras y siempre certera como cuando escribe: “Las estatuas se levantan para que las caguen las palomas. Pero si las palomas no cagan a los muertos es porque están bajo tierra, olvidados para toda la eternidad. El tipo al que le levantan una estatua, siempre está de cara al sol. La lluvia lo moja. El calor lo hace arder. Cada aniversario alguien lee algo sobre él. Otro lo contradice. Hasta puede suceder que se agarren a las trompadas. Que se puteen fieramente. ¡Fue un canalla! ¡Fue un patriota! ¡Un hombre honesto! ¡Un asesino! ¡Un demócrata! ¡Un hijo de puta! Está vivo. El bronce lo hace eterno. Todos buscamos el poder, buscamos la gloria para eso. Se vive para ser inmortal".
Ni Aramburu ni Abal Medina alcanzaron el bronce y demostraron, con sus muertes violentas, su inefable mortalidad. José Pablo Feinmann los ha rescatado de la Historia y los ha hecho vivir entre las páginas de un libro que es, en definitiva, una forma precisa de desafiar al tiempo y al olvido.
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(*) - Publicado originalmente en LA ONDA Digital (Nº 439, 25/05/2009)

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