Anthony Boucher firmó algunos de sus libros como H.H. Holmes (en referencia a un asesino serial que causó pavor en los Estados Unidos de finales del siglo XIX) y fue, entre otras cosas, amigo personal y suerte de mentor y tutor literario de otro gran novelista estadounidense, Philip K. Dick.
Para el número 136 de la mítica colección El Séptimo Círculo de la Editorial Emecé, la dupla editora conformada por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, seleccionó la novela El siete del Calvario, el primero de los libros escritos por Boucher y, acaso, uno de sus mejores títulos. La elección de los argentinos no fue en absoluto casual y trascendió las – en sus cuatro manos – elásticas convenciones del género (no olvidar que en la colección conviven Julian Symons con Anton Chejov y Manuel Peyrou con Wilkie Collins, entre otros) para presentar en sociedad – o ante el público español – una novela que, a medida que desgrana su sólida trama, se dedica a reflexionar sobre los giros y artificios del propio concepto de novela policial.
El siete del Calvario narra un misterio de habitación cerrada permitiéndose la incursión de diversos niveles de ficción que, además de reclamar continuamente la atención del lector, no deja de presentarse como lo que en verdad es: un mecanismo mental que encierra un problema, una búsqueda y una resolución. La muerte de un académico visitante en la Universidad de Berkeley y la aparición de un extraño signo junto al cadáver disparan la investigación – por momentos involuntaria – que llevan adelante el estudiante de alemán Martin Lamb y el profesor de sánscrito John Ashwin.
Un diálogo entre un ya veterano Lamb y su amigo Tony (acaso el propio Anthony Boucher) es el sistema empleado por el autor para evocar y representar el caso ante el lector. Lamb, adicto consumidor de novelas policiales (que lee hasta la mitad para luego construir su propia solución de la forma más histérica y concienzuda) es, también, el improvisado traductor de una versión de Don Juan escrita por José María Fonseca en el siglo dieciséis, cuyos ensayos se van narrando de forma paralela a la investigación del crimen. Boucher elabora así una suerte de puzzle de realidades superpuestas para largar a su asesino y sus eventuales víctimas buscando, antes que nada, reflexionar sobre el género.
La clave del proyecto literario de Boucher en El siete del Calvario está sabiamente expresada por el profesor Ashwin en las primeras páginas: “Lo vocingleramente claro es lo que desafía a este mundo confuso que elige lo muy posible como preferencia a la verdad evidente. Este ‘muy posible’ rara vez está enteramente equivocado, es simplemente confuso. Y la verdad puede surgir con mayor facilidad del error que de la confusión”.
La novela Crímenes imperceptibles, publicada por el escritor argentino Guillermo Martínez en el 2003 (posteriormente filmada por Alex de la Iglesia como Los crímenes de Oxford) le debe algo más que el ambiente académico de un asesinato a la novela que escribiera Anthony Boucher en 1937. En ambas obras, el mecanismo es desmontado con diferente fortuna. Que sea el lector quien dirima estos asuntos.
Para el número 136 de la mítica colección El Séptimo Círculo de la Editorial Emecé, la dupla editora conformada por Adolfo Bioy Casares y Jorge Luis Borges, seleccionó la novela El siete del Calvario, el primero de los libros escritos por Boucher y, acaso, uno de sus mejores títulos. La elección de los argentinos no fue en absoluto casual y trascendió las – en sus cuatro manos – elásticas convenciones del género (no olvidar que en la colección conviven Julian Symons con Anton Chejov y Manuel Peyrou con Wilkie Collins, entre otros) para presentar en sociedad – o ante el público español – una novela que, a medida que desgrana su sólida trama, se dedica a reflexionar sobre los giros y artificios del propio concepto de novela policial.
El siete del Calvario narra un misterio de habitación cerrada permitiéndose la incursión de diversos niveles de ficción que, además de reclamar continuamente la atención del lector, no deja de presentarse como lo que en verdad es: un mecanismo mental que encierra un problema, una búsqueda y una resolución. La muerte de un académico visitante en la Universidad de Berkeley y la aparición de un extraño signo junto al cadáver disparan la investigación – por momentos involuntaria – que llevan adelante el estudiante de alemán Martin Lamb y el profesor de sánscrito John Ashwin.
Un diálogo entre un ya veterano Lamb y su amigo Tony (acaso el propio Anthony Boucher) es el sistema empleado por el autor para evocar y representar el caso ante el lector. Lamb, adicto consumidor de novelas policiales (que lee hasta la mitad para luego construir su propia solución de la forma más histérica y concienzuda) es, también, el improvisado traductor de una versión de Don Juan escrita por José María Fonseca en el siglo dieciséis, cuyos ensayos se van narrando de forma paralela a la investigación del crimen. Boucher elabora así una suerte de puzzle de realidades superpuestas para largar a su asesino y sus eventuales víctimas buscando, antes que nada, reflexionar sobre el género.
La clave del proyecto literario de Boucher en El siete del Calvario está sabiamente expresada por el profesor Ashwin en las primeras páginas: “Lo vocingleramente claro es lo que desafía a este mundo confuso que elige lo muy posible como preferencia a la verdad evidente. Este ‘muy posible’ rara vez está enteramente equivocado, es simplemente confuso. Y la verdad puede surgir con mayor facilidad del error que de la confusión”.
La novela Crímenes imperceptibles, publicada por el escritor argentino Guillermo Martínez en el 2003 (posteriormente filmada por Alex de la Iglesia como Los crímenes de Oxford) le debe algo más que el ambiente académico de un asesinato a la novela que escribiera Anthony Boucher en 1937. En ambas obras, el mecanismo es desmontado con diferente fortuna. Que sea el lector quien dirima estos asuntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario