Bajo plena dictadura de Stalin escribió un poema donde lo insultaba abiertamente. No le mandaba a decir nada sino que se lo decía de frente. Resultado: cinco años de trabajos forzados en los Urales, humillación y nada de pluma y papel para escribir. Encerrado, intenta emplear la misma valentía de la que se valió para insultar al tirano en suicidarse pero no le alcanza. Lo rehabilitan, vuelve a escribir y lo vuelven a encerrar. Con cuarenta y siete años, laceradas las carnes por el frío y los golpes de los guardias del campo de concentración, muere. Se llamó Osip Mandelshtam y si es cierto que un único poema vale para salvar del olvido y el anonimato a un poeta, ASUNTO LITERARIO vota por el que acá se transcribe:
Yo he regresado a mi ciudad, que conozco...
Yo he regresado a mi ciudad, que conozco
hasta las lágrimas.
Hasta las venas,
hasta las inflamadas glándulas
de los niños.
Tu regresaste también,
así que bébete
aprisa
el aceite de los faros fluviales
de Leningrado.
Reconoce pronto el pequeño día decembrino,
cuando la yema se mezcla a la brea
funesta.
Petersburgo,
todavía no quiero morir.
Tú tienes mis números telefónicos.
Petersburgo,
yo aún tengo las direcciones
en las que podré hallar las voces de los muertos.
Vivo en la escalera falsa
y en la sien
me golpea profunda una campanilla agitada.
Y toda la noche,
sin descanso,
espero la visita anhelada
moviendo los grilletes de las puertas.
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