Papá Cuento
Sí, sí… todos le dan a Hemingway. Le daban
cuando vivía y le siguieron dando después de muerto, agigantando por vía de la
crítica de sus libros la caricatura impertinente y bastante despreciable que el
hombrón nacido en Illinois, cuando moría el siglo diecinueve, construyó en
vida, con su ristra de relaciones amorosas atormentadas, litros y litros de
alcohol, desplantes, corridas de toros y balazos. “Yo he hecho todo lo posible para que me guste Hemingway, pero he fracasado”,
dijo Borges alguna vez; “Lo detesto, pero
estuve bajo su influencia cuando era muy joven, como todos lo estuvimos.
Pensaba que su prosa era perfecta, hasta que leí a Stephen Crane y me di cuenta
de dónde lo había sacado”, apostrofó Gore Vidal; “La gente siempre piensa que es fácil de leer debido a que es conciso.
No es cierto. La razón por la que Hemingway es fácil de leer es porque se
repite todo el tiempo”, apuntó el reciente finado Tom Wolfe; y “En cuanto a Hemingway, lo leí por primera
vez en los años cuarenta, algo sobre campanas, balas y toros (‘bells, balls
and bulls’, en el original)… lo aborrecí”,
sentenció en una entrevista Vladimir Nabokov. Sin embargo, los cuentos de
Hemingway siguen estando ahí, imperecederos y únicos, portadores de un estilo
tan personal que hacen de la (aparente) sencillez, andamio, cúspide y
estructura.
La editorial Lumen acaba de publicar, por
primera vez en español, En nuestro
tiempo, el primer libro de cuentos de Ernest Hemingway, originalmente
aparecido en 1925, portador de un puñado de gemas que, de haberse retirado de
la escritura tras la salida de este volumen, ya le habrían valido al autor un
sitial destacado en la literatura moderna. Me refiero a ‘Mi viejo’, ‘El fin de
algo’, ‘El luchador’, ‘Gato bajo la lluvia’ y ‘Río de dos corazones’.
La estructura de este pequeño libro es
magistral: los relatos están intercalados por pequeñas viñetas secuenciadas en
capítulos, que conforman una suerte de novela fragmentada que va relatando
diversos episodios de guerra. Nick Adams, el protagonista de la mayoría de los
cuentos, es en ocasiones testigo, narrador o abstracción insertada en la trama;
a veces es un niño y, en otras, un esposo complaciente o atormentado; a veces
viaja como un vagabundo en un tren de mercancías y en otra es un apacible
turista en Italia.
El joven Hemingway que escribió este libro
no lo sabía entonces, y no le daría la vida para saberlo después, pero estaba
construyendo la argamasa de la que se valdrían autores como J.D. Salinger,
Raymond Carver y Richard Ford en décadas posteriores, por más que el honorable
señor Wolfe, empeñado en escribir interminables novelas decimonónicas,
enfundando en uno de sus caros trajes claros, dijera que era un autor fácil,
que se repetía todo el tiempo.
La clave central del trabajo de Hemingway
con el lenguaje y la forma de contar en su primer libro, la ofrece Ricardo
Piglia en el prólogo del volumen que acá se comenta, partiendo de una
afirmación realizada por Ezra Pound sobre que el autor de El viejo y el mar comprendió muy joven que Ulises, de Joyce, era un final y no un comienzo: “Joyce había escrito con todas las palabras
de la lengua inglesa y había mostrado un gran virtuosismo, allí es donde
Hemingway tiene una intuición esencial; no había que copiar a Joyce esa gran
capacidad verbal, sino que era necesario empezar de nuevo, con un inglés
coloquial, de palabras concretas, de pocas sílabas y palabras cortas”.
Finalmente, unas líneas sobre la técnica
de la omisión en el cuento, una idea que Hemingway heredó de Antón Chéjov y que
llevó en su primer libro hacia límites insospechados. Se trata de eliminar del
relato algún elemento, incluso el final, para hacerle sentir al lector una
sensación extra a la mera comprensión de la historia. La técnica resulta
peligrosa y no es para cualquiera, pues consiste en suprimir algo que ya fue
narrado, o que aparece en el desarrollo del relato de forma aleatoria, a veces
minúscula. En este libro, el mejor ejemplo del mecanismo se encuentra en el
cuento ‘Fuera de temporada’, donde un personaje va a morir, pero en el que solo
se relatan una serie de caminatas.
Hay que celebrar la (incomprensiblemente
tardía) publicación en español del primer libro de cuentos de Ernest Hemingway,
en impecable traducción de Rolando Costa Picazzo y que tiene el plus de incluir
uno de los últimos textos firmados por Ricardo Piglia –el citado prólogo–, escrito
unas semanas antes de su fallecimiento, en los primeros días del año 2017.
Martín
Bentancor
-Publicado en el semanario Brecha, 29/VII/2018.
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