martes, 17 de julio de 2018

Primer libro de Hemingway


Papá Cuento

Sí, sí… todos le dan a Hemingway. Le daban cuando vivía y le siguieron dando después de muerto, agigantando por vía de la crítica de sus libros la caricatura impertinente y bastante despreciable que el hombrón nacido en Illinois, cuando moría el siglo diecinueve, construyó en vida, con su ristra de relaciones amorosas atormentadas, litros y litros de alcohol, desplantes, corridas de toros y balazos. “Yo he hecho todo lo posible para que me guste Hemingway, pero he fracasado”, dijo Borges alguna vez; “Lo detesto, pero estuve bajo su influencia cuando era muy joven, como todos lo estuvimos. Pensaba que su prosa era perfecta, hasta que leí a Stephen Crane y me di cuenta de dónde lo había sacado”, apostrofó Gore Vidal; “La gente siempre piensa que es fácil de leer debido a que es conciso. No es cierto. La razón por la que Hemingway es fácil de leer es porque se repite todo el tiempo”, apuntó el reciente finado Tom Wolfe; y “En cuanto a Hemingway, lo leí por primera vez en los años cuarenta, algo sobre campanas, balas y toros (‘bells, balls and bulls’, en el original)… lo aborrecí”, sentenció en una entrevista Vladimir Nabokov. Sin embargo, los cuentos de Hemingway siguen estando ahí, imperecederos y únicos, portadores de un estilo tan personal que hacen de la (aparente) sencillez, andamio, cúspide y estructura.
La editorial Lumen acaba de publicar, por primera vez en español, En nuestro tiempo, el primer libro de cuentos de Ernest Hemingway, originalmente aparecido en 1925, portador de un puñado de gemas que, de haberse retirado de la escritura tras la salida de este volumen, ya le habrían valido al autor un sitial destacado en la literatura moderna. Me refiero a ‘Mi viejo’, ‘El fin de algo’, ‘El luchador’, ‘Gato bajo la lluvia’ y ‘Río de dos corazones’.


La estructura de este pequeño libro es magistral: los relatos están intercalados por pequeñas viñetas secuenciadas en capítulos, que conforman una suerte de novela fragmentada que va relatando diversos episodios de guerra. Nick Adams, el protagonista de la mayoría de los cuentos, es en ocasiones testigo, narrador o abstracción insertada en la trama; a veces es un niño y, en otras, un esposo complaciente o atormentado; a veces viaja como un vagabundo en un tren de mercancías y en otra es un apacible turista en Italia.
El joven Hemingway que escribió este libro no lo sabía entonces, y no le daría la vida para saberlo después, pero estaba construyendo la argamasa de la que se valdrían autores como J.D. Salinger, Raymond Carver y Richard Ford en décadas posteriores, por más que el honorable señor Wolfe, empeñado en escribir interminables novelas decimonónicas, enfundando en uno de sus caros trajes claros, dijera que era un autor fácil, que se repetía todo el tiempo.
La clave central del trabajo de Hemingway con el lenguaje y la forma de contar en su primer libro, la ofrece Ricardo Piglia en el prólogo del volumen que acá se comenta, partiendo de una afirmación realizada por Ezra Pound sobre que el autor de El viejo y el mar comprendió muy joven que Ulises, de Joyce, era un final y no un comienzo: “Joyce había escrito con todas las palabras de la lengua inglesa y había mostrado un gran virtuosismo, allí es donde Hemingway tiene una intuición esencial; no había que copiar a Joyce esa gran capacidad verbal, sino que era necesario empezar de nuevo, con un inglés coloquial, de palabras concretas, de pocas sílabas y palabras cortas”.
Finalmente, unas líneas sobre la técnica de la omisión en el cuento, una idea que Hemingway heredó de Antón Chéjov y que llevó en su primer libro hacia límites insospechados. Se trata de eliminar del relato algún elemento, incluso el final, para hacerle sentir al lector una sensación extra a la mera comprensión de la historia. La técnica resulta peligrosa y no es para cualquiera, pues consiste en suprimir algo que ya fue narrado, o que aparece en el desarrollo del relato de forma aleatoria, a veces minúscula. En este libro, el mejor ejemplo del mecanismo se encuentra en el cuento ‘Fuera de temporada’, donde un personaje va a morir, pero en el que solo se relatan una serie de caminatas.
Hay que celebrar la (incomprensiblemente tardía) publicación en español del primer libro de cuentos de Ernest Hemingway, en impecable traducción de Rolando Costa Picazzo y que tiene el plus de incluir uno de los últimos textos firmados por Ricardo Piglia –el citado prólogo–, escrito unas semanas antes de su fallecimiento, en los primeros días del año 2017.  
Martín Bentancor



-Publicado en el semanario Brecha, 29/VII/2018. 

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