Al igual que unos años antes lo hiciera Anton Chejov, Mijail Afanáasievich Bulgákov se dedicó a recorrer ignotos caminos de la campaña rusa, acudiendo al llamado de algún moribundo o de alguna parturienta, administrando sedantes o inyectando sueros, curando heridas o dándole paso al sacerdote más cercano. Autor de esa monumental novela llamada El Maestro y Margarita – título por el que ya se gana con creces su lugar en la primera fila de la Literatura Rusa -, Bulgákov fue también un hombre de teatro. Durante los años más crudos del gobierno de Stalin y sin adherir al régimen, se las ingenió para escribir sobre las crueldades del tirano y sus secuaces burlando a la censura y escapándole a un boleto sin regreso a Siberia o a un aposento tres metros bajo tierra.
En Novela teatral, su última e inconclusa novela, habla sobre el extraño mundo de los actores y las escenografías, la delgada línea que separa a la realidad de la representación y, sobretodo, acerca del valor del arte en un mundo regido por inoperantes o por idiotas. El protagonista ha escrito una novela de la que todo el mundo se mofa en sus propias narices y, cuando por una serie de circunstancias, un funcionario del Teatro Independiente le propone convertir el libro en una obra teatral, emprenderá un prolongado viaje repleto de incertidumbres y decepciones. Ese viaje está destinado a mostrarle las peores bajezas del mundo del Arte y, al mismo tiempo, a revelarle su completa insignificancia como creador.
Esta novela quedó trunca a la muerte de Bulgákov, el 10 de marzo de 1940. El profundo pesimismo que, página tras página, se va apoderando del personaje central actúa como un motor siniestro de aprendizaje y maduración. Esto es el arte, parece decir Bulgákov. Una función extraña donde nada parece tener lógica y donde las leyes más elementales, como en los regimenes totalitarios, están subvertidas, alteradas. No se conoce el final que Bulgákov había planeado para su obra pero se intuye contundente y visceral, tan contundente y visceral como las obras de todos los artistas que se enfrentan con los ojos abiertos a la Creación.
En Novela teatral, su última e inconclusa novela, habla sobre el extraño mundo de los actores y las escenografías, la delgada línea que separa a la realidad de la representación y, sobretodo, acerca del valor del arte en un mundo regido por inoperantes o por idiotas. El protagonista ha escrito una novela de la que todo el mundo se mofa en sus propias narices y, cuando por una serie de circunstancias, un funcionario del Teatro Independiente le propone convertir el libro en una obra teatral, emprenderá un prolongado viaje repleto de incertidumbres y decepciones. Ese viaje está destinado a mostrarle las peores bajezas del mundo del Arte y, al mismo tiempo, a revelarle su completa insignificancia como creador.
Esta novela quedó trunca a la muerte de Bulgákov, el 10 de marzo de 1940. El profundo pesimismo que, página tras página, se va apoderando del personaje central actúa como un motor siniestro de aprendizaje y maduración. Esto es el arte, parece decir Bulgákov. Una función extraña donde nada parece tener lógica y donde las leyes más elementales, como en los regimenes totalitarios, están subvertidas, alteradas. No se conoce el final que Bulgákov había planeado para su obra pero se intuye contundente y visceral, tan contundente y visceral como las obras de todos los artistas que se enfrentan con los ojos abiertos a la Creación.
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