Está allí, en Nostalgia de la muerte, el libro que el poeta mexicano Xavier Villaurrutia publicara en 1938, a los treinta y cinco años de edad, doce años antes de morir. Se titula Plegaria pero suena como una queja. La queja de un poeta incomprendido por y ante sus pares; la queja de una forma que se destroza, que se cae a pedazos sin que nadie - salvo el poeta - se interese. La imagen última, el cuadro agónico que cierra el poema, es la constatación de un final pero, al mismo tiempo, una suerte de redención. Es, también, uno de los poemas más hermosos escritos en la lengua española pero no es hermoso por su carga sonora y formal sino por la dignidad en que se sustenta. La dignidad verdadera de los poetas verdaderos; la que los mantiene de pie ante la incomprensión, la indiferencia o la simple y llana mediocridad.
He aquí Plegaria de Xavier Villaurrutia:
Mi mano está cansada de pedir,
ha recorrido ya todas las puertas,
se ha abierto en los umbrales al huir
las golondrinas, y cuando las muertas
aguas de los canales parecen revivir...
Mis pies no quieren ya peregrinar,
de todos los guijarros han sufrido la herida,
están tan destrozados que se niegan a andar...
Al fin, aun cuando inmóvil, siempre será la vida
un continuo, un cansado, un cruel peregrinar.
- ¡Oh Dios! Dale a mi mano valor para extenderse.
Cuida de las heridas de mis pies desgarrados,
y sabré mendigar por entre los sembrados
cuando las hojas altas empiecen a mecerse...
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