Cuando el escritor argentino Juan Filloy falleció, el 1 de marzo de 2000, la mayoría de los medios que cubrieron la noticia exaltaron datos superficiales de su existencia, pinceladas extraliterarias que poco tenían que ver con una vida dedicada a la literatura. Destacaron el hecho de haber sido una “persona de tres siglos” (nacido en Córdoba en 1894, Filloy atravesó la totalidad del siglo XX y transitó lúcidamente los albores de la nueva centuria), como una particularidad biográfica o hicieron hincapié en su propia longevidad como dato importante para destacar en el obituario. Pocos se dedicaron a resaltar su obra, la materia con que Filloy se había divertido y en la que se había ejercitado con el placer y el rigor de un competidor olímpico. Para él, la literatura había sido un juego. Un juego selecto, pasional y sublime.
Todos los juegos. El juego
Antes de convertirse en un escritor oculto (rescatado editorialmente por la popularidad que da la muerte), Juan Filloy se recibió de abogado en 1919, se desempeñó como Asesor Letrado en la ciudad de Río Cuarto (Córdoba) y llegó a ocupar la presidencia de la Cámara de Apelaciones. Tanto su formación profesional como su dedicación a la escritura fueron, según sus palabras, “una revancha a tantos siglos de analfabetismo familiar”. Pero, lo que surgió como un desafío a la brutalidad de sus antepasados, se convirtió con el tiempo en un viaje sin retorno al centro mismo de la lengua castellana. “Si tenemos un idioma de unas setenta mil palabras, ¿por qué nos vamos a conformar sólo con usar 800?”, se preguntaba.
Sus libros son auténticos muestrarios del alcance al que puede llegar el uso literario del idioma. Las cincuenta y cinco obras que escribió (muchas de ellas aguardan aún ser editadas) están construidas en base a una lógica rigurosa: el argumento, la historia que se cuenta, está supeditado al poder de las palabras. En muchos casos, sus novelas son largos diálogos entre personajes - cultos algunos, netamente ignorantes otros – cuyas ideas se expresan en una diversa gama de variantes y corrientes de pensamiento que encuentran, a cada paso, nuevas formas de utilizar la herramienta de la lengua. Así, en Caterva (1937), Filloy se vale de las peripecias que viven siete vagabundos que recorren la provincia de Córdoba montados en trenes de carga para plasmar una serie de ideas sobre el panorama político de la época. En Op Oloop (1934), considerada su novela más famosa, asistimos al cómputo demencial que el estadígrafo Optimus Oloop lleva de todas sus relaciones amorosas.
En ¡Estafen! (1932) se narra la aventura que vive un delicado estafador al ser encerrado en una cárcel de provincia. Desde la propia prisión se las ingeniará para seguir estafando a sus compañeros de infortunio y a los carceleros.
¡Estafen! ha sido reconocida, más allá de sus méritos argumentales, por contar con una especie de tratado sobre uno de los fenómenos del idioma que más atrajo a Filloy: la palindromía. El escritor cordobés se jactaba de haber batido el record en creación de palíndromos (frases que se leen con el mismo sentido en cualquier orden), superando a su antecesor el emperador Leon Vl de Bizancio, que llegó a publicar 27. Filloy, en cambio, escribió más de diez mil. Algunos ejemplos:
“Saco pesado te doy yo, de todas epocas
Alli sale don eleno de la silla
Oiras la flauta: mas ama tu al falsario”
No satisfecho aún con la elaboración de estos juegos idiomáticos, Juan Filloy compuso 900 sonetos, tantos como escribieron Góngora y Quevedo. Además, todos sus libros tienen títulos compuestos por siete letras (Caterva, Tal cual, Los Ochoa, Finesse, etc). Preguntado sobre el particular, su respuesta no fue otra que la estrategia de salida de cualquier juego de simulación: “Las ciencias de los números aconsejan sobre la calidad de cada número y al siete le atribuyen ventajas mágicas”.
Otros jugadores
Juan Filloy ha sido señalado como uno de los precedentes de la Noveau Roman y la ruptura con la tradicionalidad del relato y la novela decimonónica. Su aproximación lúdica a la escritura tiene mucho que ver con el Oulipo (Taller de Literatura Potencial), surgido en 1960 de la mano de Raymond Queneau. El escritor Georges Perec, íntimamente relacionado a la visión creativa de Filloy e integrante activo del Oulipo, realizó una encendida defensa del juego literario: “La historia literaria parece ignorar deliberadamente la escritura como práctica, como trabajo, como juego. Los artificios sistemáticos, los manierismos formales (lo que, en último análisis constituye Rabelais, Sterne, Roussel) son relegados a esos registros de manicomios literarios que son las ‘Curiosidades’: ‘Biblioteca divertida’, Entretenimiento filológicos’...”. El propio Perec se encargaría de contribuir a la causa que defendía con La disparition (1969), una novela de 312 páginas donde falta por completo la letra e (la vocal más común en el idioma francés).
El escritor guatemalteco Augusto Monterroso, autor del cuento más breve del mundo – “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”- refiere en su libro La letra E (1987), varios ejemplos donde la escritura permite el abierto juego con las palabras para goce propio de quien lo elabora y quien lo lee. Así, por ejemplo, invita a leer el primer verso de la Égloga Primera de Garcilaso de la Vega – “El dulce lamentar de dos pastores”- en su variante gastronómica: “El dulce lamen tarde dos pastores”.
La escritura en particular y la literatura en general habilitan cualquier aproximación desde el momento que trabajan con un ente flexible – la palabra -, cuyo sentido primigenio parece mutar con el devenir de las épocas y las sucesivas generaciones. Para ilustrar ésta tesis, bien vale un ejemplo también citado por Monterroso. Al cruzar, una noche oscura, por las inmediaciones de un cementerio, don Ramón de Valle Inclán fue sorprendido por unas sombras fantasmales que parecían cercarlo. A su mente, vino un verso de La Divina Comedia – “Ya seas sombra o seas hombre cierto” – que, en el temor del ataque y a modo de defensa, versionó de modo mucho más coloquial: “¿Sois almas en pena o sois hijos de puta?”.
Todos los juegos. El juego
Antes de convertirse en un escritor oculto (rescatado editorialmente por la popularidad que da la muerte), Juan Filloy se recibió de abogado en 1919, se desempeñó como Asesor Letrado en la ciudad de Río Cuarto (Córdoba) y llegó a ocupar la presidencia de la Cámara de Apelaciones. Tanto su formación profesional como su dedicación a la escritura fueron, según sus palabras, “una revancha a tantos siglos de analfabetismo familiar”. Pero, lo que surgió como un desafío a la brutalidad de sus antepasados, se convirtió con el tiempo en un viaje sin retorno al centro mismo de la lengua castellana. “Si tenemos un idioma de unas setenta mil palabras, ¿por qué nos vamos a conformar sólo con usar 800?”, se preguntaba.
Sus libros son auténticos muestrarios del alcance al que puede llegar el uso literario del idioma. Las cincuenta y cinco obras que escribió (muchas de ellas aguardan aún ser editadas) están construidas en base a una lógica rigurosa: el argumento, la historia que se cuenta, está supeditado al poder de las palabras. En muchos casos, sus novelas son largos diálogos entre personajes - cultos algunos, netamente ignorantes otros – cuyas ideas se expresan en una diversa gama de variantes y corrientes de pensamiento que encuentran, a cada paso, nuevas formas de utilizar la herramienta de la lengua. Así, en Caterva (1937), Filloy se vale de las peripecias que viven siete vagabundos que recorren la provincia de Córdoba montados en trenes de carga para plasmar una serie de ideas sobre el panorama político de la época. En Op Oloop (1934), considerada su novela más famosa, asistimos al cómputo demencial que el estadígrafo Optimus Oloop lleva de todas sus relaciones amorosas.
En ¡Estafen! (1932) se narra la aventura que vive un delicado estafador al ser encerrado en una cárcel de provincia. Desde la propia prisión se las ingeniará para seguir estafando a sus compañeros de infortunio y a los carceleros.
¡Estafen! ha sido reconocida, más allá de sus méritos argumentales, por contar con una especie de tratado sobre uno de los fenómenos del idioma que más atrajo a Filloy: la palindromía. El escritor cordobés se jactaba de haber batido el record en creación de palíndromos (frases que se leen con el mismo sentido en cualquier orden), superando a su antecesor el emperador Leon Vl de Bizancio, que llegó a publicar 27. Filloy, en cambio, escribió más de diez mil. Algunos ejemplos:
“Saco pesado te doy yo, de todas epocas
Alli sale don eleno de la silla
Oiras la flauta: mas ama tu al falsario”
No satisfecho aún con la elaboración de estos juegos idiomáticos, Juan Filloy compuso 900 sonetos, tantos como escribieron Góngora y Quevedo. Además, todos sus libros tienen títulos compuestos por siete letras (Caterva, Tal cual, Los Ochoa, Finesse, etc). Preguntado sobre el particular, su respuesta no fue otra que la estrategia de salida de cualquier juego de simulación: “Las ciencias de los números aconsejan sobre la calidad de cada número y al siete le atribuyen ventajas mágicas”.
Otros jugadores
Juan Filloy ha sido señalado como uno de los precedentes de la Noveau Roman y la ruptura con la tradicionalidad del relato y la novela decimonónica. Su aproximación lúdica a la escritura tiene mucho que ver con el Oulipo (Taller de Literatura Potencial), surgido en 1960 de la mano de Raymond Queneau. El escritor Georges Perec, íntimamente relacionado a la visión creativa de Filloy e integrante activo del Oulipo, realizó una encendida defensa del juego literario: “La historia literaria parece ignorar deliberadamente la escritura como práctica, como trabajo, como juego. Los artificios sistemáticos, los manierismos formales (lo que, en último análisis constituye Rabelais, Sterne, Roussel) son relegados a esos registros de manicomios literarios que son las ‘Curiosidades’: ‘Biblioteca divertida’, Entretenimiento filológicos’...”. El propio Perec se encargaría de contribuir a la causa que defendía con La disparition (1969), una novela de 312 páginas donde falta por completo la letra e (la vocal más común en el idioma francés).
El escritor guatemalteco Augusto Monterroso, autor del cuento más breve del mundo – “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”- refiere en su libro La letra E (1987), varios ejemplos donde la escritura permite el abierto juego con las palabras para goce propio de quien lo elabora y quien lo lee. Así, por ejemplo, invita a leer el primer verso de la Égloga Primera de Garcilaso de la Vega – “El dulce lamentar de dos pastores”- en su variante gastronómica: “El dulce lamen tarde dos pastores”.
La escritura en particular y la literatura en general habilitan cualquier aproximación desde el momento que trabajan con un ente flexible – la palabra -, cuyo sentido primigenio parece mutar con el devenir de las épocas y las sucesivas generaciones. Para ilustrar ésta tesis, bien vale un ejemplo también citado por Monterroso. Al cruzar, una noche oscura, por las inmediaciones de un cementerio, don Ramón de Valle Inclán fue sorprendido por unas sombras fantasmales que parecían cercarlo. A su mente, vino un verso de La Divina Comedia – “Ya seas sombra o seas hombre cierto” – que, en el temor del ataque y a modo de defensa, versionó de modo mucho más coloquial: “¿Sois almas en pena o sois hijos de puta?”.
(*) - Publicado originalmente en laondadigital.com (Nº 405, 02/09/2008)
4 comentarios:
Estimado Martín:
Gracias por acordarte de Filloy. Un narrador interesantísimo. Uno de esos fenómenos únicos que dio la Argentina junto con Borges.
Un abrazo.
Sorprende la ausencia de una lectura crítica sobre Filloy que, exceptuando algún trabajo académico, no se ha realizado y se presenta urgente para entender el fenómeno que constituye su presencia no sólo en la literatura argentina, sino en la Literatura.
Estimado Damián, gracias por tu comentario.
(siglos más tarde...)
El mismo Filloy dice que su obra, mientras él ejercía como abogado, tenía que ser "secreta" en razón de su profesión, por cuanto él mismo se publicaba en ediciones de autor que hacía circular entre sus amistades.
Leí, justamente, Caterva y Op Oloop. Me gustaron hasta cierto punto. Son originales y verdaderamente atípicas en el panorama latinoamericano de la época. Su valor literario, juicio subjetivo como todos, se discute. Mi impresión es que la utilización de ciertos vocablos era ligeramente forzada. Borges cuenta algo interesante al respecto (no de Filloy sino de él mismo, de Borges, su tema predilecto). Dice que una vez escribió una historia sobre malevos y que se valió de un diccionario de lunfardo. Releyó la historia un buen tiempo después y no logró comprender lo que había escrito.
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