jueves, 11 de julio de 2013

Guillermo Cuadri y Evaristo Barrios recetan medicaciones por décimas

En El agregao, su libro más conocido, el escritor minuano Guillermo Cuadri (1884-1953), bajo la voz de su alter ego, el gaucho Santos Garrido, escribe una extensa carta donde sienta las bases del arte y la técnica del curandero. El texto es un ataque frontal a la Medicina en general y a la labor de cada médico en particular y, por extensión, una actualizada crítica a las carencias del Sistema de Salud y a los tejemanejes de las sociedades médicas. Santos Garrido encuentra entre las plantas y yuyos que rodean a su rancho todo lo necesario para curar cualquier enfermedad. Además, se permite dar cátedra de su ciencia con lujo de detalles a la manera del más rústico de los diccionarios médicos.

Via darles unos consejos
y que me atiendan les pido:
saben que soy conocido
como curandero viejo.
Y me da rabia… ¡canejo!
ver que a través de los años,
toavía creen en los engaños
que tiene la melecina…
Si es que ajuera cualquier china
sabe curar hasta daños.

¡Hay que dejarse e´ bobiar ,
pa creer en la realidad…
Si naides en la ciudad,
puede saber pa’ enseñar.
Si la cencia de curar
no se apriende a dos tirones
y aunque nieguen los naciones
esta machaza verdad:
pa’ cualquier enfermedad
bastan yuyos y oraciones.

Pa´ que vean que soy macho,
sin mañas ni malas tretas,
via darles unas recetas
y abran el ojo… ¡caracho!
Para curar un empacho
un dotor no sabe nada;
yo con pezuña quemada,
yerba, el pollo y santiguao
dejo el empacho curao
sin tener una fallada.

No hay nada más apropiao
pa’ curar del padrejón
que el hinojo o el cedrón
con algun manipulao.
El sauco: para el resfriao;
pa sabañones, la ortiga;
marcela, pa’ la barriga
y mejor remedio no hallo:
que arazá y cola e caballo
pa’ riñones y vejigas.

Al pasmo real don Garrido
lo cura, presto y sin yerros,
con bosta blanca de perro
y abrojo grande, cocido.
Pa la histiricia es sabido
un remedio muy mentao
pues yo siempre la he curao
por mas bellaca que sea:
colgando en la chimenea,
un trapo e lana mojao.

Si el asma da un sofocón
se pita un cigarro chico
hecho con flor de chamico
o con las del floripón.
Pa curarse un sabañón:
se deja en el fuego un rato
un poco e tuna en un plato,
después lo refriega fuerte;
Y pal orzuelo es la muerte:
la cruz con la cola el gato.

Pa partos: vahos de artemisa;
pa la fiebre: suzuayá,
y raiz de mburucuyá
a la vejiga suaviza.
Al intestino lo alisa
la oreja e tigre en pomada.
Pa coyontura sacada,
la leche del higuerón;
y el güen apio cimarrón ,
pa’ tuita herida infestada.

Pa’ la mala enfermedá
ya sea de nueva o de vieja:
el Quelpe,yerba ‘e la oveja ,
la miona, o el zucará.
Un remedio de verdad
pa curar la risipela:
es friyendo con canela
diez hojas de moralito,
otras tantas de eucalito
y un poco de sebo e vela.

Vayan con Dios mis paisanos,
yo con la Virgen me quedo…
Por hoy salgo de este enriedo
y doy descanso a mi mano.
Deseando que estén hermanos,
contentos de haber nacido,
reciban como despido,
con tuita sinceridá:
un guascazo de amistad
del viejo Santos Garrido.



Diferente es el caso que protagoniza el narrador de El gaucho enfermo, composición en décimas de Evaristo Barrios (1889-1959), payador argentino nacionalizado uruguayo que supo enfrentarse en varias ocasiones a Juan Pedro López, y que fue un precursor del derroche humorístico de Abel Soria. La situación que presenta Evaristo Barrios parte de la oposición de la obra de Guillermo Cuadri antes referida: para evitar las recetas del curandero, “el gaucho enfermo” decide consultar a un médico de ciudad.
En esta obra, como en varias de Evaristo Barrios, se presenta el enfrentamiento entre el campo y la ciudad (como ocurre en la impresionante En el Banco de Bostón), abriendo el juego, en este caso, a dos visiones contrapuestas y complementarias del progreso y de la ciencia.

Cuerpiandole al curandero
y acobardao por sus curas,
enfermo de las achuras,
juí a ver un dotor pueblero.
Y le dije al hombre: «Quiero
me haga una revisación
y me ponga en curación
que pá eso del campo vengo…
¡Parece que adentro tengo,
como una revolución!…

El corazón fatigao
da a veces sus aletazos,
arisqueando, en otros casos,
parece cambiar de láo.
-¡Ha de estar enamorao!
-el doctor me respondió-.
-Abra la boca- ordenó,
pa ver si su mal encuentro…
Dispués de mirar pa adentro
de esta manera me habló:

-Bueno, amigo, no hay que hacer,
a usted lo voy a curar,
pero tiene que pasar
varios días sin comer.
Porque asigún pude ver
su estómago se ha cargao,
el hígado ha amontonao,
así como un pedregal,
y pa salvarlo del mal,
tendrá que ser operao.

-Están duros sus tendones
y usted anda como embarao,
eso es porque se han cansao
de trabajar los riñones.
Con sellos, con inyecciones,
volverán a funcionar,
pero tiene que aguantar
con pasencia la carrera:
¡Su cuerpo es una tapera,
que se empieza a derrumbar!…

La noticia mortifica
al hombre mejor templao,
por eso es que acobardao,
juí marchito a la botica
con el papel ande explica
la melesina el dotor
y pa aliviar mi dolor
y pa aflojar mis tendones…
¡Me dieron unos botones,
como pa mi tirador!…

Me voy pa siempre del pago,
dije pa mí decidido,
yo pa avestruz no he nacido
y esos botones no trago…
La muerte me hizo un amago,
pero de mí se ha olvidao,
áura tranquilo he quedao,
el dolor pasó de largo.
Me ha curao el mate amargo,
la ginebra y el asao…

Las obras están presentadas; ahora es decisión suya, estimado lector, decidir por uno u otro especialista.

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Publicado originalmente en el "Especial de los sábados" del diario Hoy Canelones (29-VI-2013).