domingo, 27 de noviembre de 2011

Pequeña antología de Néstor Groppa

Al fallecer, el pasado 4 de mayo en San Salvador de Jujuy, el poeta Néstor Groppa dejó tras de sí una obra extensa y variada; una obra que sigue esperando mayor difusión editorial y un contacto más amplio con la crítica especializada y con la Academia. Groppa fue, además de poeta, un educador de vocación, que no dudó, en 1952, en desplazarse desde la centralista Buenos Aires a Jujuy, para hacerse cargo de la escuela Sarmiento de Tilcara. Con otros amigos poetas y pintores, fundó la impresionante revista Tarja, la primera revista dedicada al arte que se publicó en el interior de Argentina y que alcanzó difusión nacional. El propio Groppa definió el manifiesto que alentó a aquella mítica publicación y que, por extensión, alcanza a su propia obra como poeta: “Siempre pensé que a nuestros poetas habría que obligarlos a tomar una pala, proveerlos de una lonja de tierra y que cultiven. Trabajar la tierra enseña mucho; lo que nace gracias a nuestras manos, purifica y es una gran sensación de utilidad regar con acequia, dar de comer a la semilla en el surco, hecho que nos pule de ripios interiores y por tanto de ripios poéticos. Yo no sé qué pasaría en Literatura el día en que los campesinos llegaran como creadores, como llegaron Jules Renard y Miguel Hernández. Toda la ciencia natural está en ellos. Todo el misterio y gozo de la vida y también los conocimientos de la muerte”.

A continuación, ASUNTO LITERARIO, ofrece una pequeña muestra de la poesía de Néstor Groppa como una humilde forma de homenajear su memoria.


La conexión eléctrica

Llovía.
Los obreros estaban con sus caparazones de plástico negro
y vivos anaranjados y azules y amarillos
subidos a un púlpito
casi al final de la escalera de la lluvia.
Manipulaban viboritas eléctricas
adormecidas en el interior de los cables;
separaban los voltios reacios; apartaban las chispas y sus almas
tratando de endilgar la procesión de la luz
hasta un fornido pacará
frente a la demolición de la casa vieja.

Tijereteaban savias magnéticas, potencias, tallos y voltios
en ese espinoso jardín de amperes
con flores mortales
acechando en la noche que conforma
el techo de las luces.
Desde aquel alto bajaban agua y neblina.
Fuerzas de seguridad provinciales
vigilaban la poda eléctrica, empalme e injertos en las alturas
entre todos los pájaros siempre con el amanecer encendido
en los ojos.

Ninguno advirtió que la maquinaria sosteniendo al púlpito
sería un caballo de Troya cargado de jardineros
electricistas
colgados del cielo por la cintura; pegados a los postes
con derrames de agua.
Y de pronto el grito y le aumentaron aplausos
por la hazaña de haber renovado la cadencia de la luz
sin despertar a las víboras del voltaje de su sueño continuado,
sin apagar los espejos de Emmanuel
que seguía cortando cabezas a la navaja en su peluquería
reciclada,
abajo -estilista él-
entre aerosoles, cortinitas, cremas y cumbias de la radio.


* * *

Puente de Galería

Me asomé a la vida
y estoy cruzando un puente largo, largo
para llegar a la noche de otros mundos.
Ahí alguien me espera
a los años
de andar ese puente de galería.

Aquí hermosuras, bellezas devenidas miserias
llamadas mundo
y domingos tristes
que llaman tiempo.

Donde me esperas
al final del puente
también están los feriados del mundo
desde antes de él.

Recuerdo casas, pensiones, alquileres,
familias, sanatorios, pueblitos.
Todos hacen una parte tristona
del llamado mundo,
pasantías en cáscara del tiempo.

De todo queda poco y nada – ¡Curioso?!

Cada uno cruza su puente galería
y lleva a las espaldas sus domingos
como bártulos el mochilero.
De cada cuál se recuerda algo
una sonrisa, la palabra, la sola inicial.
Los recuerdos anidan en el mundo,
en las cortezas de su tiempo.

Al final del puente
en celestes montañas de domingos enteros
habrá una melancolía florcita prendida en la fragilidad.


* * *

Esa mañana

Como un bien fregado piso de pinotea
huele la mañana
luego de la lluvia de anoche.
El cielo anegado, el paisaje sosegado
henchido de aromas
a barro, a aguas crecidas
botando su lecho.

Tal vez el mismo aroma haya tenido el aire
en aquel silencio
de luz,
anterior al mundo.

Lejos de aquel comienzo
paradas en el aljibe de la mediamañana
tersas, alegres
las pirinchas se interrogan
sobre los nidos de gorriones
en los altos del tipal.

* * *


Poeta se ofrece (con referencias)

Hace versos sencillos.
Arregla versos desechos, o corridos
y camperas (poesías).
También coloca adjetivos vidriados (con garantía).
Indica precisos y modestos sustantivos de uso natural.

Poeta se ofrece cama afuera
o mediodía, sin comida.
Siempre a domicilio en lecciones personalizadas.
-prosistas sin ángeles ni vuel0, abstenerse-
Poeta sin master.

No confundir con otro Dr. en Literatura, ni licenciado,
ni filólogo, ni lingüistica. Respeta la tecnocracia literaria
y la ornitológica (terrena o celestial),
además de la tensión semasiológica, la espacialidad
y el alma de la palabra (libro de Mallén Garzón).

Poeta solamente licenciado en “gramática de los sentimientos”.
No enseña a leer, pero está en contacto con “la empresa Takara
que interpreta las emociones de los perritos
usando un megáfono en el can y una pantalla
para perros japoneses”.

Se respetan todas las creencias literarias.
Se respetan la ciencia literaria
y demás profundos saberes.


* * *


El ómnibus que va al cielo

sale de plataforma once
en la terminal de San Salvador de Jujuy
poco antes del mediodía, apenas un antes de que el mediodía
deslumbre al Trópico de Capricornio.
todos los miércoles y domingos anunciados
por almanaque
y orientados hacia el palomar de Susques
suspendido aún del alambre invisible del
trópico
a tres y metros de altura
a los que se llega en las primera horas de la noche ya en el cielo.
Allí pernocta su chapeada,
rojiza carrocería al sereno y al viento
calador de San Antonio de los Cobres
el ómnibus que va por el cielo.

Una vez lo vimos volviendo en día siguiente
aventando salinas, tartajeando sus luces,
saltando oro para lavar a la intemperie y pastos chicos
del departamento.
Se lanza desde el redondelito de Susques
que está sobre el tensor
de Capricornio o Huacalera
hasta una plataforma asignada
( otras veces la 14 ) en la terminal de San Salvador
de Jujuy.

Dos veces a la semana todas las semanas
en bonanza o calvario
lleva cartas y pasajeros por el cielo
sacudiéndose en el barquinazo al cruzar la sombra
finita del trópico
el ómnibus letrado Purmamarca
que de regreso planea con carga parecida
y aposenta sus intervalos y descansos en algunas de las calles
del barrio donde está mi casa.

Siempre que lo encontramos, fue entre Yala y León
( pueblitos con parada )
parecía una calavera quejosa de polvo del
Andes
volviendo para alimentarse.


* * *


Aquí en mi patria

existen más de 500 años de historia contada;
más de 200 mil lunas y sol a plomo,
y mucha bondad, ignorancia, bestialidad,
sabiduría, conciencia, traición,
frivolidad, hambre y riqueza.
Doscientas mil lunas en que mi patria
también fue la infancia del mundo.
Pasó de la toldería, el chiripá y la motoneta
a la aventura, el robo, el último modelo.
Doscientas mil lunas con un simple destino de cardo
y otras tanto progresando diariamente.
Pero esta mariposa celestial y terrena
este canto que vuela y maravilla de hombre en hombre,
inaudible y mudo y polvo,
tiene sus doctores, sus financistas, sus funcionarios,
sus viboreros y sus teólogos,
sus funestos, en fin, que la arreglan y presentan,
y declaman y gobiernan embalsamada
y tiene un corona lejana en el lucero del alba
adonde va y regresa, incesantemente,
y también un halo en cielo azul nocturno
y un sueño de acero en flor.
Porque la historia es incluso lo que no quieren que sea;
lo que el hombre ha dicho con la música también es historia.
Hasta en el futuro está la historia.

* * *


Nos deben seguridad, respeto y demás dignidades
las bonificaciones que nos adeudan por escribir,
por tal honoraria devoción;
de una vida entregada a la poesía,
sin ausencias ni tardanzas;
el básico, más antigüedad, la jerarquización
y el seguro obligatorio por haber muerto tantas veces
en pos de las imágenes,
nos están debiendo
El once por ciento aportado por la inspiración
y la dedicación exclusiva...

________

- La introducción y selección de los poemas pertenecen a Martín Bentancor.

lunes, 24 de octubre de 2011

El ‘once’ inicial. Breve antología de poetas uruguayos y argentinos.

Una breve muestra de poetas uruguayos y argentinos, de lectura, descubrimiento y redescubrimiento reciente para ASUNTO LITERARIO. La selección de estas once poesías es arbitraria, como suele ser la de cualquier antología por más que se niegue tal factor. La totalidad de los textos ha sido extraída de Internet.
A los autores: gracias por estos versos poderosos.


Ignacio Di Tullio
(Villa Adelina, Argentina, 1982)


Mi padre elige frutas...

Mi padre elige frutas en el mercado.
Detuvo su coche camino al trabajo
para bajar a tocarlas.
Desoye las recomendaciones del vendedor:
sus manos sabias bien educadas
prescinden de consejos
saben que se someten a una cuestión moral.
Presiona con sus yemas la piel de un durazno,
verifica la blandura de su carne.
Después pesa una pera en el hueco de su palma.
Con la otra mano envuelve una ciruela
y se adueña del mundo.
También su padre elegía las frutas camino al trabajo.
Entraba con mi padre y sin decir palabra
sujetaba una fruta en cada mano, las pesaba
y lo educaba en el ejercicio de la duda.
Era una escolástica muda y presencial.
Las frutas maduras siempre son las más dulces:
Ahora es mi padre quien deja caer el proverbio.
No me mira al hablar. Piensa en voz alta
y espera que me agache a recogerlo
y lo elija, si quiero.



______

Mario Arteca
(La Plata, Argentina, 1960)


32
Un resplandor blanqueó de repente las sombras
en uno de los extremos de la galería. Había
claridad, y pronto me vi comparecer.
Traía en la mano una de aquellas lámparas
romanas, suspendida en la punta de una cadena
de oro. Su mirada era viva, antojadiza, aunque
toda la persona era un compuesto de dejadez.
Pero ya no tenía luz y me paseaba semidormido
en medio de la oscuridad. De pronto se levantó,
tomó la lámpara, desapareció. “Aquí está lo que
quise decirte. Adiós”. La imaginación,
y su cualidad de fluido, mientras cada vida
sea un centro de interés. Y pienso, con eso,
en las personas como yo: no somos herencia.
De nuevo enrevesado.
Porque no me fue posible conseguir de ella
otra respuesta, quiso insistir, pero en vano,
para que accediese a un sistema de ruegos.
Firme siempre en su proyecto, me tomó
por el brazo. “Allí hay un pozo abundante.
Vos sos joven; por favor, sacá agua, porque
todas mis legumbres están mustias”. Teme
que los días no pasen con suficiente
precipitación. Reserva sus canas para su hija.
Ella necesitará de sus consejos; se siente
como quien echa a un animal de una pradera
donde estaba pastando, para separarlo
de la becerra que sacrificará, ¿a los númenes?
¿Qué lenguaje, o actos de lenguaje, es ése?
En el exterior, un rumor confuso, semejante
al de la caída de un torrente. El mugido
de los vientos, la ignición de unos pinares.



______

Ignacio Fernández de Palleja
(Montevideo, Uruguay, 1978)


Quiero recordar a un poeta

Quiero recordar a un poeta
uruguayo, actual y vivo,
que me recuerde un trancazo limpio al borde del área,
o a una salida en contragolpe rítmico,
versos como tajos, ojos como miras,
palabras dichas por los cuádriceps
y no por los intestinos estreñidos,
yermos, insípidos.

Quiero recordar a un poeta
uruguayo, actual y vivo,
que en verso, en prosa o caligrama
me recuerde a la cara de la gente
vista del lado de adentro o igual de afuera,
tanto da, pero que tenga el color verde
del campo del cual brota,
o del marrón de la plata, pero con el brillo
del agua en los ojos, o del cielo.

Quiero recordar a un poeta
uruguayo, actual y vivo,
que tenga técnica y sude la camiseta,
que le pase la pelota a la tribuna
y que no se la pase simulando dolor
ni haga poses en el rincón más oscuro
del vestuario alcoholizado.

Quiero recordar a un poeta
uruguayo, actual y vivo
que entrene todas las noches
y las mañanas,
que sea pródigo, prolífico, profético,
que viva de escribir todos los días,
que haga algo tan difícil
como el ejercicio inteligente de las flores
y se entienda,
y se entienda.
Nota: Tengo un nombre.



______

Horacio Cavallo
(Montevideo, Uruguay, 1977)


Alberto

El padre de mi padre está sentado
en un sillón de mimbre. Un mediodía,
inmerso entre la luz que da el pasado,
bajo una claraboya que llovía.

Mira la nada, bebe adormilado,
hojea el diario, tose en su manía
de descifrar las letras. Cualquier lado
donde olvidar los lentes le servía.

Abre un álbum y busca entre las fotos
a su madre muriendo calcinada
—un primus que revienta, ya no hay modo—

o al hijo, a las mujeres, nada, todo
lo que recuerda-olvida, en la gastada
mesa del bar con sus compinches rotos.



______

Ana Porrúa

(Comodoro Rivadavia, Argentina, 1962)


(5)
acá no hay aguas profundas sino extensas. kilómetros de agua. millonésimas de litros a lo largo. del otro lado, decíamos, china, los chinos, el sonido metálico de un habla, el suave golpe de los palillos contra el cuenco a la hora del almuerzo, los grillos rozando las patas en jaulas livianas de madera balsa. de este lado, el viento que eriza el lomo del agua cuando lame o clava la lengua, nosotros, sentados en la playa, en la jaula del chenque, con los ojos calando la distancia.



______

Néstor Groppa
(Laborde, Argentina, 1928 – San Salvador de Jujuy, Argentina, 2011)


La conexión eléctrica

Llovía.
Los obreros estaban con sus caparazones de plástico negro
y vivos anaranjados y azules y amarillos
subidos a un púlpito
casi al final de la escalera de la lluvia.
Manipulaban viboritas eléctricas
adormecidas en el interior de los cables;
separaban los voltios reacios; apartaban las chispas y sus almas
tratando de endilgar la procesión de la luz
hasta un fornido pacará
frente a la demolición de la casa vieja.

Tijereteaban savias magnéticas, potencias, tallos y voltios
en ese espinoso jardín de amperes
con flores mortales
acechando en la noche que conforma
el techo de las luces.
Desde aquel alto bajaban agua y neblina.
Fuerzas de seguridad provinciales
vigilaban la poda eléctrica, empalme e injertos en las alturas
entre todos los pájaros siempre con el amanecer encendido
en los ojos.

Ninguno advirtió que la maquinaria sosteniendo al púlpito
sería un caballo de Troya cargado de jardineros
electricistas
colgados del cielo por la cintura; pegados a los postes
con derrames de agua.
Y de pronto el grito y le aumentaron aplausos
por la hazaña de haber renovado la cadencia de la luz
sin despertar a las víboras del voltaje de su sueño continuado,
sin apagar los espejos de Emmanuel
que seguía cortando cabezas a la navaja en su peluquería
reciclada,
abajo -estilista él-
entre aerosoles, cortinitas, cremas y cumbias de la radio.



______

Mónica Cazón
(Tucumán, Argentina, 1968)


La santa

Soy una mancha de aceite
pero no de oliva
el límite perdido de una calle
el otro lado del mostrador
y la rigidez de las velas en el reclinatorio.
Una santa arrepentida
cuando Dios se apodera de mi,
pero en las noches o en las siestas
los duendes me persiguen
y la mano abandonada en el aire
perdida en el debajo de la falda
se pasea por el patio y el jardín de invierno.
¡Ah estos dedos!
que despistan los templos
los muy útiles y sagrados
sí que son capaces de amar de verdad,
sin verbos conjugados
y en el más absoluto estreno.
La boca seca, el final de la farsa.



_______

Ramiro Sanchiz
(Montevideo, Uruguay, 1978)


M.L.

quise decir lo que dice el silencio
para armar una forma vacante
quise ser lo que soy más allá de mí

(o más acá o donde no llego o donde
no hay ni palabras)

quise y fallé
la nada descansará indecible
el vacio aborrece la forma
y no hay más allá de mí

(o más acá o donde no llego o donde
no hay sino vacío
y palabras)

ahora lo sé
siempre habrá palabras
como un cáncer o como buitres

cuando muera dejaré un castillo
hermoso como la espuma.



_____

Fernando Callero
(Concordia, Argentina, 1971)


Yo aprendí a escribir poesía para no hacerme tanto la paja y no aprendí

Yo aprendí a escribir poemas
Para no hacerme tantas pajas
Pero no aprendí

A los 14 había leído todos los libros
Que la biblioteca de la escuela destinaba
a los alumnos, muchos bodrios
De corte católico, Ediciones Paulinas
Igual me los devoraba porque aunque sabía
Bastante bien lo que me gustaba, le daba duro
A todo lo que tuviera dos tapas y hojas escritas
En el medio. La mujer que atendía, la bibliotecaria
Se llamaba Marina, tenía cáncer y fumaba en su escritorio
Como una chimenea. Todos los alumnos la odiaban.
Porque era mala y encima se iba a morir.
A mi no me caía mal, y creo que ella me tenía cierto cariño,
Y una manifestación me la dio un día en que me dejó
Revisar la biblioteca prohibida, la que sólo podían usar
Los adultos que de noche cursaban el profesorado.
Y este punto es especial, no tanto porque se me abría
Un mundo para mí infinito de nuevas lecturas
Sino por la particular estructura de ese mueble inmenso
Y, en cierta manera, monstruoso. Se trataba, de una pieza
Enorme de chapa dividida en módulos corredizos
Cada parte se desplazaba hacia un costado y abría
Una galería con ambos lados colmados de libros:
Científicos, gramáticas y de la doctrina cristiana.

Yo quería ser feliz
Y ese no es un buen comienzo
Para nada que vaya a durar

A mi me cebaba el afán de ser hermoso
Me tenía a mi mismo por un pobre paria
En esa escuela careta donde mis compañeros traían
De las vacaciones las marcas del sol de la costa.
La lectura me llevaba a pasear gratis, lejos de la sed
De Concordia consumida
En su propia churrasquera de piedra

Empecé creo que como todos
Los pendejos de mi época
A escribir poesía leyendo novelas
O sea, nada que ver
Porque (salvo Benedetti, que me lo devoré,
Inventario! y otros hermosos libros suyos
De poesía que después desestimé
Más por seguir la corriente pankeke de los 80
Que por haber aprendido algo,
Los 20 poemas de amor, las Odas
Elementales (ese libro me voló) de Pablo,
Neruda, El Romancero Gitano y uno de J.L.B.
Los conjurados, que nunca lo volvía a leer)
No había en mi ciudad y creo que en general
En la circulación masiva, más que novelas,
Del boom, casi todas buenas entonces para mí,
Y los best sellers mediocres, traducidos para el orto,
Por ejemplo Cuando comen los leones,
De un pajero que firmaba Wilbur Smith
Y estaban mis favoritas, primer puesto: Papillon,
A mí me parecía genial ese tal Henri Charriere
Y las de droga (la gloria!) Flash, y la increíble
Los caminos a Katmandú, de René Barjabel
Que la debo haber leído por lo menos 15 veces,
Esas mierdas editaba en ese entonces Emecé

Empecé a ensayar historias
La cosa se complicó
No es lo mismo falsear poesía
Que inventar unas personas
Con mundo y todo



_______

Leonardo De León
(Minas, Uruguay, 1983)


La abuela en el cajón

La abuela en el cajón
nos decía adiós
después del adiós definitivo,
y alguien dijo que a los muertos
les gusta despedirse eternamente.

Mi padre velaba una madre
y al hijo de sí mismo.

Mi madre lloraba la muerte de una nuera.

Yo andaba con un nieto
destrozado entre los brazos.

Había muerto una familia.



_______

Carlos Ríos
(Santa Teresita, Argentina, 1967)


En Port Savoonga

¿Hay algo más bello que perseguir el oso blanco en el océano blanco? *


Sí. El aceite
de un bostezo, en el
pelo de la sombra:
su rastro de criatura
que al amuleto
de la foca escarpa
su silueta, si el viento
de día no la borra;
aquel hombre
excitado que busca
colocarla (en su
trampa primeriza).

Nada hacia dónde
emigrar, agotadas
las trampas, las estrellas
y la tierra del caribú;
lo que se oculta
en el ojo de la muerte,
en el cebo que ofrecí.

Al oso blanco
lo he dejado de ver:
él, que ha prometido
arrastrar mis vísceras
hasta la vara mortal;
pero no tiemblo, y
no me ahuyenta
que sangre el corazón,
si el mar se ausenta.

En la nieve la
palmada del hombre
sobre la vejiga;
asta de la criatura
frotándose sobre
su especie de lamento.

Unos a otros,
hombres y perros
dándonos el corazón
hacia ninguna parte;

cuesta abajo en la
ladera, en la colina
y la pisada de la
la presa, allí donde
se muestra la lámpara
del sueño; colgar
el espíritu a la sombra,

el ojo de la foca
en la blancura.

* Alaska, de Horacio Castillo. Tierra Firme, 1993.


_________
NOTAS:
- La imagen que ilustra esta antología es un fragmento de un grabado de Georg Braun y Frans Hogenberg (siglo XVI).
- La selección de poemas pertenece a Martín Bentancor.

viernes, 19 de agosto de 2011

Raúl Ruiz (1941-2011)

"Ninguna de mis películas se parece a la otra. Yo soy por naturaleza curioso y me gusta experimentar cosas. Yo soy de aquellos de los que, cuando niño, metían los dedos en el enchufe para ver qué pasaba. Me gusta ver qué pasa si le echamos agua a la electricidad, me gusta hacerlo de forma controlada por que se que va a pasar algo malo, pero aún así siento curiosidad, quiero ver como es que las cosas pasan. ¿Qué pasa si desdoblamos los personajes de una película? La experimentación en ese sentido lúdico hace que mis películas se parezcan muy poco unas con otras. Es cierto que poco a poco se han venido unificando, digamos, pero aún así cada una es distinta, es diferente. Me decía el médico que me trataba del hígado: 'El problema es que su hígado es atípico e inclasificable'. Y yo le dije: 'Eso es lo que dicen a menudo de mis películas'. Él me contestó que quizás mis películas están llenas de mis problemas del hígado. 'Lo que pasa ―dijo― es que sus vísceras son muy barrocas'. Y yo le repliqué: 'Es que también me dicen que soy muy barroco'. Bueno, de esa entrevista salí más materialista".
-Raúl Ruiz entrevistado por Santiago y Andrés Rubín de Celis en 'miradas de cine' (marzo, 2011).
____
Nota: La foto pertenece a la película Le temps retrouvé (Ruiz, 1999).

viernes, 8 de julio de 2011

De la novela como río

Treinta y ocho años de vida le alcanzaron a Thomas Wolfe para forjar una de las obras más importantes de la literatura estadounidense; una obra difícil y repetitiva, tormentosa y sublime, que antecede –aunque casi convive temporalmente- a las mejores creaciones de John Steinbeck y William Faulkner, por mencionar sólo a dos de los escritores marcados por su influjo y su concepción estilística de la novela. Al morir Wolfe, en 1938, Faulkner –que ya había publicado Mientras agonizo y Santuario- lo definió como el escritor más grande de su generación, apresurándose a señalar que él mismo era el segundo. Declaración sincera o baladronada aparte, el autor de El sonido y la furia no pudo escapar de la poderosa marca que Thomas Wolfe le propinó a la narrativa estadounidense, una marca tan fuerte que casi un siglo después, sigue viva, inalterable, ejerciendo su autoridad sobre nuevos escritores.

Del tiempo y el río, acaso su mejor novela, es un libro que fluye por cauces azarosos –en ocasiones nítidos y, por momentos, con la fetidez del agua estancada y barrosa- y que tiene en su propio desborde (más de 700 páginas de minúscula letra en la edición española y plagada de erratas de la editorial Montesinos) acaso su mayor virtud. El río que corre en la novela no es otro que el río Mississippi, esa herida fluvial que atraviesa la cara de Norteamérica como una cicatriz en perpetuo movimiento y que oficia de mudo testigo de los hechos más importantes en la vida de Eugene Gant, el protagonista. Gant es un muchacho pueblerino que quiere trascender la brutalidad de sus mayores y la mala fortuna de su entorno –un hermano subnormal, un padre que agoniza de cáncer, una sucesión de familiares entrometidos y molestos- para convertirse en un autor dramático de renombre. Wolfe conduce a Gant desde su Catawba natal hasta Nueva York y desde allí a Europa –Londres y Paris- para regresarlo, maduro y descreído, a su terruño. Los personajes aparecen y desaparecen de forma caprichosa; por momentos Wolfe le dedica capítulos enteros a uno de ellos para despacharlo sin más por el resto de la novela. Hay un tono arbitrario en la narración que cuestiona el modelo tradicional: de a ratos, el propio Eugene Gant parece olvidado por el autor. Sin embargo, el río Mississippi es una figura omnipresente a lo largo de todo el libro y cuando el protagonista deja Norteamérica para establecerse en Europa, será el Sena el que asuma el rol de líquido observador de los hechos de los hombres.

El desborde de Del tiempo y el río no es únicamente argumental; la prosa de Wolfe está cargada de adjetivos, de larguísimas descripciones que, cuando tienden a caer en la mera repetición rumbo al hartazgo, son rescatadas por figuras certeras que revelan al gran estilista que fue su autor. El patetismo de los personajes hunde sus raíces en la vida misma, de forma tal que el libro no cuenta grandes acciones sino el encadenamiento de hechos, más o menos azarosos, que le toca vivir a Eugene Gant en unos cuantos años. Profundamente realista en su reproducción del mundo de los hombres y los objetos, Del tiempo… se vuelve poética en los pasajes oníricos de Gant o en sus eternas reflexiones sobre su papel en el mundo. El viaje por el río de la novela es, también, un viaje hacia la complejidad del mundo; los naturalistas capítulos iniciales (Eugene Gant dejando su pueblo) se tornan sórdidos (la llegada de Gant a Nueva York), recaen en la epifanía y el tono cuasi religioso (Gant ante la agonía de su padre), adoptan un mesurado tono de ensayo (Gant como docente universitario) y se recubren de un aire existencialista (Gant en Europa).

“Mientras miraba a sus alumnos le acudió a la mente el recuerdo horrible de un gran pez que había pescado en alta mar, no lejos del puerto de Boston. Nuevamente podía sentir el pesado tirón, la vitalidad ondulante curvando la caña, y luego el aparejo húmedo resbalando ásperamente entre sus dedos, mientras jubilosamente sacaba el pez a la superficie. Luego recordaba la sensación de pérdida, disgusto y horror cuando lo vio: se retorcía con dificultad en sacudidas de protesta moribunda, en una lobreguez de agua verdosa; la cabeza llevaba adherida una horrorosa forma marina de unos treinta centímetros de largo, una serpiente repugnante, una pura boca desprovista de cabeza y cerebro, que succionaba ciega, intensamente, pegada de manera implacable, entre una espuma sanguinolenta, la cabeza del enorme pez moribundo. En sus tentativas de liberación, el pez se había herido, no supo cómo, hasta sangrar, golpeándose contra algún borde afilado, o contra los corales del mar bullente. Aquel recuerdo lo había acosado miles de veces en abominables visiones nocturnas, para perseguirlo con su horror mudo y ciego; ahora volvía a perseguirlo como un oscuro deseo insaciable.”

“Sin embargo, hasta en su muerte, las manos de su padre daban la impresión de que seguirían viviendo, de que no morirían. Y el recuerdo de aquellas manos lo impresionó entonces, y lo perseguiría siempre. Por eso, cuando trataba de rememorar a su padre muerto, en el ataúd, sólo recordaba con precisión las líneas esculturalmente poderosas y la simetría de sus enormes manos cruzadas sobre el pecho. Las grandes manos que habían tenido una pétrea, escultural, y todavía fuerte vitalidad, como si Miguel Ángel las hubiera esculpido. Parecían descansar allí, sobre el aseado, desconsolado y vacío horror del cadáver, con una especie de terrible realidad, como si hubiera en la muerte alguna energía vital que no muere, algún elemento de la vida del hombre que debe persistir y que resume en un rasgo único de su vida el fondo y la esencia de su personalidad.”

“Para la gente de la oficina, el anciano era siempre un enigma; al principio habían observado sus peculiaridades de lenguaje e indumentaria, la excentricidad de su conducta y las variaciones repentinas, violentas y complicadas de su temperamento, con sorpresa y extrañeza; luego, con risa y burla; y ahora con aceptación pasiva y llena de incomprensión. Ya no les sorprendía nada de lo que decía o hacía; no entendían, pero tampoco tenían curiosidad por entender; lo aceptaban ya como un hecho consumado en el curso anodino de sus vidas. Su reacción para con él estaba siempre matizada por una especie de burla protectora, expresada en el intercambio de guiñadas de superioridad y en confabulaciones para gastarle pequeñas bromas. En todo esto había algo de bajo e innoble, porque el anciano era mucho mejor que cualquiera de ellos.”

-De Del tiempo y el río (Of Time and The River, 1935), en traducción de Maruja Gómez Segalés para Editorial Montesinos, España, 1971.