sábado, 21 de marzo de 2009

Poeta entre lápidas


En 1914, un mediocre abogado de Chicago publicó un libro llamado Spoon River Anthology. Precedía a aquel texto una carrera literaria despareja, poblada de imitaciones y grandilocuencias, las mismas marcas que sobrevolararían su obra posterior a la publicación del texto que nos ocupa. Aún así, Edgar Lee Masters no necesitó más que aquel libro para entrar por la puerta grande de la Poesía Moderna y convertirse en una suerte de extraño clásico de las letras norteamericanas, un clásico de difícil colocación dentro del canon, un clásico cimentado en una innovadora concepción de la obra poética como totalidad individual pero, al mismo tiempo, con profundas raices en los epigramas griegos y la tradición de las elegías.

La Antología de Spoon River es una colección de epitafios que el bardo lee y recrea al pasar por el cementerio de la localidad del título, una pequeña comunidad rural del Medio Oeste. No hay una voz poética unificada en el conjunto de poemas sino que cada uno funciona como unidad de tiempo y lugar, fijando los versos de cada obra al nombre mismo del poema (o sea, el nombre de quien descansa bajo la lápida). Por la antología, desfilan jueces, médicos, borrachos, idiotas, prostitutas y una diversidad de tipos humanos. Más de doscientos personajes, entre los autores de los epitafios y otros que estos mencionan, cruzan por el libro y varias historias y subtramas se van leyendo, de foma discontinua, a través de diversos textos a modo de una novela coral. El registro de los epitafios-poemas abre con el único texto que no lleva un nombre propio como título - The hill - y que oficia como prólogo o advertencia al lector. He aquí un fragmento del original y, a continuación, la traducción de Alberto Girri:

THE HILL
Where are Elmer, Herman, Bert, Tom and Charley,
the weak of will, the strong of arm, the clown, the boozer, the fighter?
All, all are sleeping on the hill.

One passed in a fever,
one was burned in a mine,
one was killed in a brawl,
one died in a jail
one fell from a bridge toiling for children and wife.
All, all are sleeping, sleeping, sleeping on the hill...

LA COLINA
¿Dónde están Elmer, Herman, Bert, Tom y Charley,
el abúlico, el forzado, el bufón, el borracho, el peleador?
Todos, todos están durmiendo en la colina.
Uno se fue por una fiebre,
uno se quemó en una mina,
uno fue muerto en una pendencia,
uno murió en la cárcel,
uno se cayó del puente donde trabajaba para sus hijos y su mujer;
todos, todos están durmiendo en la colina (...)
.
Poseedor de un sentido del ritmo poético y una cuidada administración de los recursos formales a la hora de escribir los epitafios, Edgar Lee Masters florece en sus poemas como un fino observadore del mundo que lo rodea. Quien fuera su esposa, Ellen Coyne Masters, escribió: "Un cincuenta por ciento, bien medido, de los epitafios de Spoon River se refiere a personajes compuestos, para los cuales el autor no pensó en ningún individuo determinado. (...) Buena cantidad se basa en las experiencias del autor y en las que con él se relacionaron; proceden de los diversos lugares en que vivió."

A continuación, uno de los poemas-epitafios én traducción de Alberto Girri:


JUDGE SOMERS
How does it happen, tell me,
that I who was most erudite of lawyers,
who knew Blackstone and Coke
almost by heart, who made the greatest speech
The court-house ever heard, and wrote
a brief that won the praise of Justice Bresse.
How does it happen, tell me,
that I lie here unmarked, forgotten,
while Chase Henry, the town drunkard,
has a marble block, topped by an urn,
wherein Nature, in a mood ironical,
has sown a flowering weed?

EL JUEZ SOMERS
¿Cómo ocurrió, decidme,
que yo, el más erudito de los abogados
que conocía a Blackstone y a Coke
casi de memoria, que pronuncié el más notable discurso
que el tribunal hubiera oído nunca y escribí
un alegato merecedor del elogio del buen Breese?,
¿Cómo ocurrió decidme?
que ahora yazgo aquí, olvidado, ignorado,
mientras Chasey Henry, el borracho de la ciudad,
tiene un pedestal de mármol, rematado por una urna
en la cual la Naturaleza, por irónico capricho,
ha sembrado césped en flor?

martes, 10 de marzo de 2009

Guitarra


Como instrumento musical, la guitarra es una de las musas más ricas a la que se han acercado los poetas - por su cadencia rítmica, su femenina silueta, su necesaria cercanía a aquel que la pulsa -. En Uruguay, muchos poetas le han escrito con la intención de fijar en el papel ese sentimiento inaprensible que significa escuchar una melodia surgiendo de entre sus cuerdas. El olvidado poeta y payador maragato Florentino Callejas escribió lo que, sin dudas, es una de las mejores composiciones que reflejan el sentimiento que despierta una guitarra. En A mi guitarra, Callejas parece olvidar la madera, el metal y las cuerdas que la forman y le habla a un ser de carne y hueso; un destinatario que palpita y sufre, sonríe y llora. A continuación, A mi guitarra:


Hermosa guitarra mía
que nunca te me negaste
la que conmigo cantaste
al dolor y a la alegría
quiero recordar los días
que te pulsé con amor
y ahuyentarás mi dolor
al escuchar tu gemido
ven si es que me has conocido
que soy tu viejo cantor.

Cuántas veces sin tener
quien me brindara un consuleo
mirando muy triste el suelo
lloré como una mujer
ya no esperaba volver
a escuchar más tu sonido
y al verme solo y herido
en campos de la derrota
ya de tu caja las notas
habían desaparecido.

Hoy que sangrando una herida
quiero contarte mis penas
vos que fuiste la más buena
compañera de mi vida
si ayer sonaste sentida
hoy de nuevo sonarás
y conmigo vencerás
nuestra desgraciada suerte
porque ni la misma muerte
podrá separarnos más.

Si me ayuda la cadencia
de tus cuerdas vibradoras
habrá llegado la hora
de cumplir nuestra sentencia
porque sos en mi existencia
dueña de mi amor más fuerte
y cuando mi cuerpo inerte
baje a la última morada
irás conmigo abrazada
a la región de la muerte.


NOTA: A mi guitarra ha sido interpretada por infinidad de artistas a lo largo y ancho del país. Asunto Literario recomienda muy especialmente la versión grabada (con acompañamiento de una guitarra, claró está, y en estilo) de Alberto Moreno (Benjamín Garategui).