domingo, 15 de junio de 2008

Un novelista en la sala de edición



Cierto sector de la crítica autodenominada “especializada” ha colocado a Manuel Puig en un sitio ambiguo dentro de la literatura argentina. A él se asocian términos como kitsch y melodrama y, ante la imposibilidad de fijarlo en un estilo o corriente, se recurre a su homosexualidad como fuerza catalizadora de su obra colocándolo, generalmente, a varios metros de distancia de esos mojones fundamentales, y estilísticamente opuestos, que son Jorge Luis Borges y Roberto Arlt. Cierto contacto con la sordidez y el lumpenaje, así como el empleo de expresiones artísticas de corte popular (el radioteatro, el bolero, etc) alejan a Puig de la ruta de Borges y lo acercan a Arlt. Lejos de dirimir esa contienda, la lectura actual de Manuel Puig muestra su poderío estético lejos del aire sociológico en que algunos manuales lo ubican.
Boquitas pintadas, su segunda novela, narra una historia que abarca treinta años y que se desarrolla entre Buenos Aires y el ficticio pueblo Coronel Vallejos (equivalente del natal General Villegas de Puig). Para narrar una historia de amor enmarcada en el recurrente sistema del triángulo amoroso (aunque, por momentos, la figura muta en cuadrado e incluso en pentágono), Puig se vale de un sistema multitextual que, en ningún momento, sacrifica la historia en función de su(s) canal(es) de expresión. En Boquitas pintadas, Manuel Puig utiliza los siguientes recursos narrativos:
- Cartas
- Álbumes de fotos
- Partes policiales
- Expedientes de juzgados
- Transcripciones de confesiones ante un cura
- Transcripciones de diálogos telefónicos
- Narración de argumentos de radioteatro
- Informes médicos
- Diarios íntimos
- Avisos fúnebres
- Correos de lectores
- Notas de prensa
- Apuntes en una agenda
- Referencias en almanaques
Con todos estos elementos, Puig confecciona un montaje lineal que, en ningún momento, cae en la experimentación ni en la acumulación heterogénea y fortuita. La imagen que trasmite la obra no es la de un editor con porciones de texto que utiliza su propio estilo para formar una novela sino la de un novelista que se cuela en la sala de edición y pergeña una novela brillante, un asunto ligeramente policial teñido por toques de novela rosa. Si bien Manuel Puig volvería sobre este recurso en obras posteriores (Pubis angelical, Maldición eterna a quien lea estas páginas y, muy especialmente, en Buenos Aires Affair), nunca como en Boquitas pintadas, destaca su estilo y su sólido pulso narrativo.