domingo, 2 de noviembre de 2008

Ruidos molestos



De los cinco títulos que componen la novelística de Antonio Di Benedetto, El silenciero es la obra más breve y la que mejor muestra su particular sistema de escritura. Lejos, y necesariamente cerca, de la experimentación de Annabella (1955), la contundencia narrativa y el preciosismo idiomático de Zama (1956), la relectura y desmitificación de un tópico existencialista de Los suicidas (1969) y el registro onírico (y que algunos críticos han visto como el resultado de los estragos de una temprana demencia senil) de Sombras, nada más... (1985), El Silenciero - reeditada en España como El hacedor de silencios - oficia como una tarjeta de presentación al universo único del escritor mendocino.
La posición de Antonio Di Benedetto dentro de la literatura argentina es por demás incómoda y, en determinados casos, molesta. Imposible de ser atado a una corriente determinada, una escuela estilística e, incluso, imposible de atrapar dentro de una estructura ideológica para comodidad de críticos y reseñistas, la obra de Di Benedetto se cierne como un fantasma apacible pero difícil de evitar. Precursor involuntario del noveau roman y del objetivismo (su cuento Declinación y ángel se anticipa a varios textos de Alain Robbe-Grillet), periodista de éxito capaz de cubrir con envidiable rigor informativo la revolución emprendida por el general Barrientos contra el presidente Paz Estensoro en Bolivia como una excelente entrevista a la actriz Lila Kedrova y agudo crítico y observador de la realidad literaria local (con sus rencillas, parcelas gobernadas por literatos ilustres y nombres consagrados), Antonio Di Benedetto fue una víctima más del gobierno de facto. Detenido en 1976, cuando ejercía el cargo de subdirector del periódico Los Andes, Di Benedetto permaneció un año y medio en prisión sin que nadie le explicara, a ciencia cierta, porqué fue detenido. Víctima de las peores aberraciones, sometido a varios simulacros de fusilamiento y severas golpizas, el hombre que emergió de la cárcel nunca superó aquel duro trance. Al fallecer, el 10 de octubre de 1986, a los 64 años de edad, parecía un anciano que superaba con creces los ochenta. Su muerte, claro está, pasó desapercibida como la mayor parte de su vida. Tiempo después vinieron los homenajes, las reediciones, la inclusión en antologías, etc. En definitiva, la historia harto conocida.
El silenciero es la historia de un hombre que no soporta el ruido. Vive en una ciudad industrial, aquejada por una constante contaminación sonora y en la que, la consagración a una actividad tan solitaria como la escritura, parece imposible. A lo largo del libro, el protagonista irá confeccionando diferentes sistemas para enfrentar la ola de ruido, siendo empujado, en su desmesurada lucha, hacia los brazos de la locura. A medida que el relato avanza, el personaje se va dando cuenta de que su lucha es una batalla perdida; el mundo está regido por el ruido y es imposible alcanzar la paz primigenia: "Creía - cosas leídas - que la eternidad era el encadenamiento sin fin de los instantes. En las horas contemplativas de la adolescencia, ellos se me hacían visibles como delgadas láminas circulares, o grageas muy chatas, de pulidas superficies doradas. Caían una a una, pero nunca se agotaba la continuidad; era la comunicación con el infinito, y cada disco resultaba magnífico por sí solo." La aversión lo distancia de sus semejantes y hasta una frase escuchada al pasar termina hiriéndolo: "Las frases vulgares, cuando se me echan encima, me hacen temer a quien las pronuncia. Me sugieren que detrás de ellas no hay razonamiento." Entre el combate contra el ejército de ruidos, una historia de amor regida por la misma lucha y el progresivo descreimiento en la raza humana, el personaje escritor determina su propia lejanía de cualquier círculo literario: "Mi convicción de que puedo escribir no presupone trato alguno con escritores, sólo con libros. En el colegio lo era un profesor de literatura, que no llegó a reconocerme. En el barrio que habité antes parecía ser como los demás un señor de melena canosa y asentada. Después de dejar esa calle, vi su foto en una revista y era el poeta Nº 3. El Viceprimer Novelista estuvo una vez en esa mesa de ahí. la guía de conferencias de los diarios me ha orientado para integrar la transitoria grey oyente de media docena de autores nacionales. Pero nada más."
En El silenciero, Antonio Di Benedetto ofrece una desviación de las normas que rigen la vida moderna; el combate del genio creador contra las adversidades del universo mundano y la certeza incuestionable de que el pequeño SIEMPRE terminará doblegado por las gigantes. El combate al ruido del personaje sin nombre de esta novela sabe que su lucha está perdida de antemano y que no basta con clausurar un taller mecánico para descontaminar el oído. El silenciero lucha con la visión de una derrota en su horizonte pero haciendo suyas las palabras del gran Claudio Martínez Paiva: "Que te hallen caído, pero hecho pedazos."