domingo, 29 de enero de 2012

El viejo Viscacha: picardía y sabiduría campera

A la memoria de mi Padre.

Uno de los mejores momentos de La vuelta de Martín Fierro, la secuela de El gaucho Martín Fierro, que José Hernández escribió en 1879, está marcado por la presencia del Viejo Viscacha (tal la denominación que le da el autor y no “Vizcacha”, como se empeñan en denominarlo muchos docentes, críticos y reseñistas).
El Viejo Viscacha personifica al gaucho bandido y ladino que aprovecha cualquier circunstancia para obtener una ventaja y que no duda en practicar el robo o el engaño para salirse con la suya. A este viejo sinvergüenza le otorgan el cuidado, en calidad de tutor, de uno de los hijos de Martín Fierro y es en el relato de éste cuando aparece resumida la vida y la obra de Viscacha. Dividido en cinco cantos – “El Viejo Viscacha”, “Consejos del Viejo Viscacha”, “Muerte del Viejo Viscacha”, “El inventario de sus bienes” y “El entierro”- los sucesos referidos sobre este personaje constituyen un auténtico libro dentro del texto mayor que los presenta.

El inicio:

“Me llevó consigo un viejo
que pronto mostró la hilacha:
dejaba ver por la facha
que era medio cimarrón;
muy renegao, muy ladrón,
y le llamaban Viscacha”,

ya presenta al personaje en cuerpo y alma y deja entrever que nada bueno puede salir de tamaña criatura. Aún así, Hernández se las ingenia para mostrar el mejor costado del Viejo Viscacha a través de lo que, hoy en día, es uno de los momentos más recordados de La vuelta de Martín Fierro: los consejos que al hijo del protagonista le da el Viejo.

“Siempre andaba retobao
con ninguno solía hablar;
se divertía en escarbar
y hacer marcas con el dedo;
y cuando se ponía en pedo
me empezaba a aconsejar”.

Los consejos del Viejo Viscacha son un muestrario de la sabiduría del hombre de campo y revelan su poderosa capacidad de observación, traduciéndola en una suerte de refranes o moralejas que arrojan, como no, muchas verdades. Cada una de las estrofas se cierra con una sentencia, muchas de las cuales se han convertido en dichos populares en Argentina y Uruguay. Algunos ejemplos:

“Jamás llegués a parar
a donde veas perros flacos”

“El diablo sabe por diablo
pero más sabe por viejo”

“Hasta la hacienda baguala
cai al jagüel con la seca.”

“Vaca que cambia querencia
se atrasa en la parición”.

“La vaca que más rumea
es la que da mejor leche”

“Cada lechón en su teta
es el modo de mamar”

“A mi me gusta mojarme
por afuera y por adentro”

“No dejés que hombre ninguno
te gane el lao del cuchillo”

“Hacete amigo del juez
no le des con que quejarse.”


Los consejos del Viejo Viscacha son la única herencia que este particular tutor le dejará al hijo de Fierro ya que, como nos cuenta en algún momento, era tan malvado y cabortero que, en más de una oportunidad, lo echó del rancho para hacerlo dormir a la intemperie, bajo la más cruda de las heladas. La imagen con la que el hijo de Fierro cierra el relato de los consejos, es patética en la semblanza de un sabio decadente pero tiene, también, algo de enternecedora:

“Con estos consejos y otros
que yo en mi memoria encierro
y que aquí no desentierro,
educándome seguía,
hasta que al fin se dormía
mesturao con los perros.”

Sigue al relato de los consejos del Viejo, la relación de su prolongada agonía y posterior deceso. A través de varias noches, el hijo de Fierro asiste a la muerte lenta de Viscacha: el moribundo se sabe condenado pero su propia dureza y las rispideces de una vida entregada a las felonías y el bandidaje, parecen no dejarlo morir, como si en la maldad el viejo hubiera encontrado una cobertura natural que lo hace más fuerte. Dice el hijo de Fierro:

“Allá pasamos los dos
noches terribles de invierno;
él maldecía al padre Eterno
como a los santos benditos,
pidiéndole al diablo a gritos
que lo llevara al infierno.”

“Debe ser grande la culpa
que a tal punto mortifica;
cuando veía una reliquia
se ponía como azogado
como si a un endemoniado
le echaran agua bendita.”

Muerto Viscacha, su estela se deja sentir en las acciones que emprenden los vivos –el Alcalde y un puñado de vecinos- que, ante la mirada de simple testigo del hijo de Fierro, proceden a revisar y repartirse las pertenencias del viejo. Este canto, “El inventario de sus bienes”, enseña, entre otras cosas, que el carácter oportunista y ventajero no sólo es propiedad del viejo bandido sino, también, de los supuestos hombres de bien. A lo largo de su prolongada vida de raterías, el Viejo Viscacha había acumulado de todo en su guarida, de tal forma que ésta se había convertido en una suerte de cueva de Alí Babá.

“Había tarros de sardina,
unos cueros de venao,
unos ponchos aujeriaos,
y en tan tremendo entrevero
apareció hasta un tintero
que se perdió en el juzgao”.

Mientras el alcalde y los vecinos encuentran y se reparten las cosas robadas por Viscacha, van deslizando detalles de su biografía, sucesos que definen al viejo y que no lo dejan, precisamente, bien parado.

“Dios lo ampare al pobresito,
dijo en seguida un tercero,
siempre robaba carneros,
en eso tenía destreza:
enterraba las cabezas,
y después vendía los cueros.”

“Si ensartaba algún asao,
¡pobre! ¡como si lo viese!
poco antes de que estubiese
primero lo maldecía,
luego después lo escupía
para que naides comiese”.

La seguidilla de vituperios y anécdotas negativas que aquellos hombres comienzan a dejar salir ante el cadáver del viejo, terminan indignando al hijo de Fierro que reflexiona:

“Esto hablaban los presentes;
y yo que estaba a su lao,
al oír lo que he relatao,
aunque él era un perdulario,
dije entre mí: ‘¡qué rosario
le están resando al finao!’”

El último canto dedicado al Viejo Viscacha refiere algunos pormenores de su muerte. Acá Hernández, por boca del hijo de Martín Fierro, echa mano a algunos recursos tétricos y caros a un buen relato de terror:

“Supe después que esa tarde
vino un pion y lo enterró,
ninguno lo acompañó
ni lo velaron siquiera;
y al otro día amaneció
con una mano dejuera.”

“Y me ha contao además
el gaucho que hizo el entierro
(al recordarlo me aterro
me da pavor este asunto)
que la mano del dijunto
se la había comido un perro.”

A través de la sabiduría de su dichos y de la picaresca de su existencia, el Viejo Viscacha se constituye en uno de los mejores personajes creados por José Hernández, llegando casi a la altura existencial del propio Martin Fierro. Los “consejos” de Viscacha, además, han servido de clara inspiración para una corriente dentro de la poesía rural que se basa en la traducción de vivencias del hombre de campo en forma de versos, desde Wenceslao Varela y su Al hombre bueno hasta el Cuzco rabón de Tabaré Etcheverry, pasando por Santos Garrido (Guillermo Cuadri) y José Larralde, entre otros.

martes, 24 de enero de 2012

Sobre Manigua, de Carlos Ríos

Manigua es la historia de un viaje pero también de la reconstrucción de ese viaje que, muchos años después, realiza el viajero para un único oyente. Manigua es una conversación entre dos hermanos –el mayor que habla y hace fluir el relato con saltos en el tiempo y en la memoria, el menor que agoniza y escucha- cargada de ambientes oníricos que se vuelven palpables y de sitios concretos que se difuminan en el recuerdo, la pesadilla y el silencio. "Manigua" es, entre las varias acepciones que del término ofrece el Diccionario de la Real Academia Española, citado por el autor al inicio, la “abundancia desordenada de algo, confusión, cuestión intrincada”.

Ambientada en una perdida región de África, donde ocurren prodigios como una cabeza de fósil obstaculizando el pasaje de un ómnibus o un puerto confeccionado con plástico y cartón que comunica al país con el mar, Manigua es una suerte de road movie caliginosa y alucinada.

La primera novela de Carlos Ríos, nacido en Santa Teresita, Argentina, en 1967, delata el oficio de poeta del autor (un poema suyo puede leerse dos post más abajo), oficio que se hace evidente en el ritmo de la prosa, en la descripción de los entornos que atraviesa el protagonista y en la cadencia que sostiene la trama, eje sobre el que se basa el gran poder de este pequeño –por sus páginas, se entiende- libro.

“En la mano de su hermano, en las diabéticas recensiones dactilares, en cada hueso a punto de traspasar la piel, Apolón sintió cómo el proyecto de una comunidad retrocedía, se hacía polvo, se iba irremediablemente a la mierda, un retroceso semejante al del mar frente a la ciudad en donde habían nacido. Así lo contó Apolón. Tomé la mano de mi hermano y la besé y en ella acaricié con mi lengua el reflujo de la historia, no un pasado en común o una textura, lo que sorbí en el cuero de mi hermano fue la piel que dejaría de envolverme en mis próximos años de sobreviviente.”

Manigua, de Carlos Ríos. Editorial Entropía, Buenos Aires, 2009.