Un actor puede ser un personaje, un gesto, una pantomima, una caída, una salida, un chiste, una metáfora, un silbido, un golpe, una palabra, un bochorno; en fin, mil cosas. Un actor puede pasar a la posteridad por un único papel. Orson Welles diciendo ‘Rosebud, Rosebud’; Peter Sellers detonando la bomba; Isabel Sarli recostándose en la cámara del camión frigorífico, un ignoto actor callejero componiendo el más efímero personaje.
Para mí, Ruben García, el veterano actor al que todos asociamos con el personaje del “bolichero” de Decalegrón, fallecido el pasado viernes en Montevideo, fue y será por siempre una voz.
Seguramente hay consenso para determinar que Ruben García no fue un gran actor y el mote comediante, que él jamás alzó, le quedaba grande. Era el perfecto secundario en todo los sketchs, aquel en el que casi nadie repara y que aparece de golpe, al final de un chiste, a veces rematándolo, a veces como mero decorado. Su personaje de bolichero en uno de los más recordados segmentos de Decalegrón, lo define: la mayor parte del tiempo era un simple acompañante de la acción que se desarrollaba en el diálogo de la dupla Julio Frade -Ricardo Espalter. Hasta Eduardo Freda, un mecánico con mameluco que siempre aparecía tomando mate, tenía más peso en la historia; hasta Andrés Redondo, que componía a un borracho (hasta que murió y con él el personaje), tenía más peso en la trama; y hasta el viejito Pedro Novi, con la papada temblándole y la canasta llena de huevos, remataba de mejor forma su salida. (Ahora que los enumero en esta breve semblanza, descubro que exceptuando al maestro Julio Frade, están todos muertos).
El bolichero al que le daba vida Ruben García era colorado y de Peñarol, y estaba dispuesto a defender sus convicciones ante la pedantería del personaje de Frade o los embates populistas -y frentistas- del mecánico Freda. Y eso sería todo. Pero no.
Antes de Decalegrón -y en un tiempo simultáneamente- Ruben García supo integrar el cuerpo estable del Radio Teatro del Sodre. Generalmente bajo la dirección de Júver Salcedo, aquel cuerpo de actores de la voz y del éter, le daban vida a todo tipo de textos literarios. En sus voces recuerdo haber escuchado adaptaciones de Espínola, Rulfo, Shepard, Millar, Morosoli, etc., etc.
En mi recuerdo, como dije, el ahora difunto Ruben García será siempre una voz. La voz de Sir Percival, el compinche del malvado conde Fosco en la genial adaptación radiofónica de La dama de blanco, una de las mejores novelas del inglés Wilkie Collins. Día tras día, de lunes a viernes, entre las 14 y las 14:25, escuchaba yo, joven estudiante liceal en desolada zona de campaña, las peripecias de aquellos malévolos personajes. La voz cavernosa de Folco (Salcedo) y la aflautada y extraña proliferación de palabras en boca de Percival/García.
Cuando algunos años después supe que aquella voz de la radio era la misma que la de aquel bolichero bigotudo y sonriente que remataba el sketch con Espalter, ya no tuve dudas: Rubén García no iba a grabar su nombre en la estela plateada que lleva al estrellato pero no importaba porque, en definitiva, cuántos grandes artistas nunca lo logran. Ni lo pretenden.
Martín Bentancor
Publicado en HOY CANELONES (11-09-2013)
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