lunes, 11 de marzo de 2013

Cristo se detuvo en Atlántida(*)


Las comunidades campesinas suelen regirse por un principio de igualdad. En una gran extensión de campo, habitada por personas que se dedican a las mismas sacrificadas tareas (siembra, pastoreo, ordeñe, etc.), prima una relación directa entre pares, una preocupación genuina por las actividades y la suerte de los otros y un conocimiento directo de la realidad del vecino, propiciado por la escasa cantidad de habitantes en la zona y por la propia geografía. Aunque en los tiempos modernos, la globalización, el consumismo y el desarrollo tecnológico han hecho brotar satélites, antenas, paneles y diferentes dispositivos en las más recónditas zonas de la campaña, propiciando el aislamiento y un marcado desinterés por las peripecias de los otros habitantes de la comunidad, en una fecha no tan lejana como la década del 50 del pasado siglo, la zona rural de Atlántida reflejaba con claridad esa sociedad mancomunada de la que hablé antes.

Cristo Obrero
Cuando Eladio Dieste comenzó a pensar en la iglesia que erigiría en Atlántida, tuvo presente, en primer término, el carácter y el espíritu sobrio, sencillo, de los eventuales feligreses. La apuesta no se quedó en la mera construcción de una iglesia en una zona campesina sino en la traslación de esa vida igualitaria a la disposición espacial y arquitectónica del edificio. La igualdad, entendía Dieste, debía generarse en la propia construcción interna, acercando al sacerdote y a los creyentes en una suerte de espacio común y desterrando el orden jerárquico del púlpito por sobre el resto de la nave. El mismo Dieste definió con particular concreción su propósito guía: “La Iglesia fue pensada de modo que todos se sintieran comunitariamente actores de la liturgia: la fuerza del espacio único, al que cualifican la estructura, los muros del presbiterio y el uso de la luz, expresa esa unidad comunitaria”.
En el Concilio Vaticano II, anunciado por el Papa  el 25 de enero de 1959 y finalizado el 8 de diciembre de 1965, la Iglesia Católica apostó por la búsqueda de un acercamiento más intenso entre el sacerdote y los feligreses. Ese proceso de aggiornamiento procuró ser una actualización de la institución con el mundo moderno y una revisión de las formas en que el mensaje se establecía y era transmitido. Curiosamente, o no tanto, Eladio Dieste se adelantó en seis años al Concilio al pensar y poner sobre la tierra una iglesia que materializaba la renovada búsqueda de la Santa Sede. Pese a ser construida en 1952, la iglesia fue definida por Dieste, en años posteriores, como “posconciliar”.




La igualdad
¿Y cómo se refleja la igualdad entre creyentes y sacerdote, entre el orden de los feligreses y el de las autoridades de la Iglesia, en la emblemática obra sita en Atlántida? A la izquierda de la entrada principal de la Iglesia del Cristo Obrero, Dieste dispuso una estructura de ladrillo con una escalera que conduce directamente a un baptisterio por debajo del nivel del piso. Quien descienda la escalera, se encontrará entonces con esa pequeña sala –rematada por una espectacular claraboya de ónix- que, al ser atravesada, conduce a un pasillo que, a su vez, traslada al visitante a una salida dispuesta por debajo de la propia entrada de la iglesia. Así se llega a la estancia principal, con el santuario y la nave en una relación de equilibrio espacial, sin ningún tipo de predominio jerárquico. Según Dieste, debió argumentar mucho para convencer a todos de las ventajas de la eliminación del comulgatorio: “La participación del pueblo en la ceremonia, la deliberada ausencia de todo sacralismo basado en la separación resultan no sólo del espacio único como cualificado, de la buscada y matizada unión entre nave y presbiterio, sino del hecho de que el pueblo, al comulgar, entre en el presbiterio mismo, sus muros los reciben visualmente al entrar en la iglesia y lo rodean en el momento principal de la misa”.
La construcción de la Iglesia del Cristo Obrero significó para Eladio Dieste la puesta en escena de un conjunto de problemas que enfrentó como un verdadero (y entonces joven) profesional, comprometido con una personal concepción de la forma y la estructura y dotado de un sentir humanista, esencialmente cristiano. Si la Atlántida que, en 1952, el arquitecto veía ante sí –una suerte de aldea alejada de las industrias y el ajetreo de las grandes ciudades, “un pueblo de obreros y campesinos que surten al balneario de lechugas, de albañiles y de muchachas de servicio”-, reflejaba la desigualdad entre dos estratos de la sociedad, entre los que vivían de la tierra y los que usufructuaban el trabajo de los que de la tierra vivían, no puede resultar extraño que la iglesia que edificó en la zona, por entero dedicada a los moradores del lugar, se rigiera por un principio de igualdad.
Preservar el principio guía de igualdad en todo el interior del edificio fue el principal quiebre conceptual introducido por Dieste en la Iglesia del Cristo Obrero. Eso no le impidió, igualmente, valerse de una serie de innovaciones estéticas y espaciales que convierten a la Iglesia en una obra única, ya no solo en la carrera del arquitecto artiguense, sino en la larga historia de las iglesias a lo largo de los siglos. Dieste volvió la cargada ornamentación de las iglesias católicas –que en la mayoría de los casos parece ser más un caprichoso derroche de poder material y exhibicionismo de formas antes que la Casa donde Dios recibe a sus seguidores- en un personal trabajo con la forma y con las cualidades de los materiales empleados. El uso de la cerámica, por ejemplo, le permitió dotar de mayor luminosidad a la nave, generando una asombrosa fuente de luz natural que acompaña al feligrés durante su permanencia en el lugar. Evitando los recargados vitrales católicos, con su despliegue de figuras de santos y de mártires y con su disposición tutelar sobre las cabezas de los asistentes, Dieste optó por ventanas y por su innovadora bóveda de doble curvatura. Esta bóveda, que permite que las curvas de la pared, al ascender, se fusionen con las curvas del techo de forma armónica es, además de un verdadero prodigio espacial desarrollado por Dieste, un elemento más en su búsqueda de la igualdad: el techo se alza de forma “natural” sobre las cabezas de los visitantes y no con la carga opresiva, cerrada, de las iglesias decimonónicas.

Diálogo
La búsqueda de la igualdad en la Iglesia del Cristo Obrero se convirtió, además de una obra emblemática de Eladio Dieste, en una especial forma de diálogo entre el mundo terrenal de los creyentes y el mundo superior, etéreo, de la divinidad. Al poco tiempo de erigir la iglesia, Dieste dejó más que claro la razón de su accionar, principio guía que más de medio siglo después, se mantiene enhiesto y necesario: “Puedo decir que procuré que este proyecto respondiera a un estilo serio, a la vez severo y amable de piedad, con una gran confianza en el espíritu cristiano de los humildes que han de usarla; que la iglesia como arquitectura no fuera un obstáculo para una piedad verdadera, sino su manifestación primera”. 
Martín Bentancor

(*) - Publicado en el "Especial de los sábados" de diario HOY CANELONES (09/03/2013).

No hay comentarios: