viernes, 10 de abril de 2009

Releyendo a Nabokov (1): Sebastian Knight


Todas las grandezas y miserias de la creación literaria están reunidas -ensambladas- en esta novela que el gran maestro ruso publicara en 1941. El personaje narrador, V, quiere reconstruir la vida de su difunto hermanastro a traves de la obra de éste y, para ello, bucea en una existencia signada por factores como el amor enfermizo a una mujer, el dolor intenso del compromiso literario y la presencia inevitable de la muerte. Lo que escribe -lo que leemos- no es una biografía a secas sino la visión que de un muerto escribe un ser querido y que va perdiendo, conforme pasan las páginas, su propio centro en el relato, en la obra y en la vida del biografiado. El inicio del libro revela la clave latente en casi toda la prosa nabokoviana, esto es, el juego o el falso carácter lúdico, desafiante para con el lector, con que el Ruso Mayor se valía para presentar sus ficciones. A continuación, el parrafo inicial de La verdadera vida de Sebastián Knight, en traducción de Enrique Pezzoni:


"Sebastián Knight nació el 31 de diciembre de 1899 en la antigua capital de mi patria. Una vieja dama rusa me mostró una vez, en París -suplicándome, por algún misterioso motivo, que no divulgara su nombre-, un diario que había llevado en el pasado.Tan ocres (en apariencia) habían sido esos años, que los detalles recogidos día tras día (¡pobre método de alcanzar la perduración!) apenas iban más allá de un sucinto informe sobre las condiciones climatológicas. En ese sentido, es curioso observar que los diarios personales de los reyes -por más conmociones que sacudan sus reinos- tienen ese motivo como preocupación escencial. Así es la suerte: en esa ocasión se me ofreció algo cuyas huellas nunca hubiera seguido, de haber tenido que planear yo mismo la cacería. Estoy, pues, en condiciones de afirmar que la mañana en que nació Sebastian Knight no soplaba viento, la temperatura era de doce grados (Réaumur) bajo cero... y esto es cuanto la buena dama juzgó digno rememorar. A decir verdad, no encuentro ninguna razón valedera para mantener su anonimato. Me parece harto improbable que lea alguna vez este libro. Su nombre era y es Olga Olegovna Orlova: ¿no habría sido una pena omitir esa aliteración ovoide?"...

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