Historias de la historia
por Julián W. Motta
por Julián W. Motta
El aire de Sodoma es el segundo libro* de Martín Bentancor que publica La Propia Cartonera, uno de los mejores sellos editoriales del país, que cuenta con un catálogo integrado por nombres como Cesar Aira, Mario Bellatín, Dani Umpi y Elder Silva, entre otros. En 2010, La Propia publicó El despenador, una apasionante nouvelle en la que Bentancor presenta la historia de Juan Álzaga, “el despenador”, hijo bastardo de un funcionario de la Corona Española en el Río de la Plata que se convierte, por fuerza de la locura de una época salvaje, en el primer asesino serial del Uruguay. La leyenda de Juan Alzaga -reconstruida por el profesor Hércules Peñalosa ante un alumno en el mostrador de un bar de mala muerte, mientras consumen sendas copas de grappamiel- le permite a Bentancor presentar diferentes momentos claves en la historia rioplatense, como la Matanza de Salsipuedes, la alianza de Manuel Oribe y Juan Manuel Rosas, la muerte de Juan Lavalle (uno de los episodios más crudos del libro y de la literatura uruguaya reciente) y los primeros años del gobierno de Fructuoso Rivera. Al margen de su argumento, Bentancor presenta en El despenador un interesante trabajo con las líneas del relato. En primer lugar está la historia de Juan Alzaga, contada desde su niñez de liberto en la Montevideo colonial hasta su conversión en un asesino despiadado que le arranca los corazones a sus víctimas y, en un segundo plano, se encuentra la historia del monólogo del profesor Peñalosa, interrumpido por sus viajes al baño, las llamadas que recibe su alumno en el celular y por la llegada de ocasionales clientes al bar. Y, para profundizar un poco más el nivel de complejidad, Bentancor reconstruye la historia de la conversación en el bar y del despenador, a través de los recuerdos de un testigo mudo de los hechos: el cantinero Luisito Ruiz, “silencioso y parco como pocos, más entusiasta de la vida en familia que del intercambio fragmentado y variopinto que suele haber en todo despacho de bebidas”. O sea que, al final, la historia de Juan Alzaga termina siendo una versión oral reconstruida, a su vez, por alguien que escuchó la conversación, primero con cierto fastidio y luego con genuino interés.
El acercamiento de Martín Bentancor a la Historia Nacional ya estaba presente, en cierta forma, en su primer libro de cuentos, Procesión, editado por la editorial Sudestada en 2009. Allí, valiéndose de las claves del relato costumbrista, el autor canario contaba historias mínimas, protagonizadas por paisanos de la campiña uruguaya y en las que, como trasfondo, aparecían algunos episodios puntuales de la conformación de Uruguay como nación (las luchas de caudillos en los cuentos “Traidor” y “Primogénito”, el alambramiento de los campos en el relato “Procesión”, etc.). Aún así, es en el flamante El aire de Sodoma donde Bentancor le hinca el diente a la historia reciente de nuestro país con un olfato asombroso para las situaciones absurdas y un muy cuidado sentido del humor.
“Hola. Soy Eduardo Galeano”, el cuento que abre el volumen y que está dedicado a Graham Greene (autor clave en otro libro de Bentancor, la novela La redacción, donde incluso el autor británico aparecía brevemente como personaje) es un asunto con espías y replicantes en el contexto de una dictadura latinoamericana. En el ambiente tropical plagado de mosquitos donde una célula guerrillera ha establecido su campamento, mientras avanza hacia la Capital, desembarca el reconocido escritor uruguayo Galeano. El relato cobra vida entre la interacción de Galeano con los guerrilleros, especialmente con el Comandante -más preocupado por beber que por conducir- y un cura subversivo que conjuga todos los vicios de los discursos revolucionarios.
“Los huesos” es un relato protagonizado por José Artigas, aunque justo es decirlo, la protagonista oculta es una muela del General, una muela cariada que es necesario extirpar para que el Éxodo del Pueblo Oriental pueda seguir adelante. A la manera de El Despenador, el relato está construido como un diálogo entre un académico rival del profesor Peñalosa (a quien le dispara varios dardos durante el discurso) y el propio Bentancor.
“Obituario” recrea la biografía de Ernesto Seppeda, un oscuro vendedor de tractores en Tacuarembó que se convierte en poeta y en acérrimo combatiente de la dictadura militar. El relato, uno de los primeros escritos por Bentancor, ya deja ver varios de los signos que el autor desarrollaría con el tiempo: las biografías de personajes marginales, la presencia permanente de la poesía (en mitad del relato de El Despenador, Peñalosa canta un cielito; en La redacción, el mastodóntico cronista Amadeo Viñetas escribe oscuros poemas) y hasta el uso de medios secundarios del relato como las entradas en un diario, los facsímiles y las falsas notas al pie.
Por último, “El aire de Sodoma”, relato que cierra el volumen, es un intento por reconstruir un fallido atentado sobre el ex presidente Julio María Sanguinetti durante un tour de vino por varias bodegas de Canelones. Los hechos son confusos porque ningún testigo quiere referirlos y es el profesor Peñalosa, nuevamente, el encargado de dilucidar la verdad o lo que podría ser la verdad. “Si uno analiza detenidamente el recuerdo de un suceso, decía Peñalosa, puede terminar descubriendo la propia precariedad de la memoria y las trampas que el cerebro nos tiende en el proceso de evocación. Quien investiga el pasado suele pasar por alto ese detalle y le otorga a los testimonios históricos una veracidad que no es tal. Con ese razonamiento, la Historia como la conocemos no tendría razón de ser. Su principal razón de ser, justamente, es la de despejar las dudas que acechan cada testimonio de tal forma que se convierta en un dato exacto, donde las penumbras no puedan entrar. Es un arte difícil para el que no todos están dotados. Usted, por ejemplo, decía mirándome a los ojos, no sirve para historiador. Tiene aires de novelista y ese vicio es como el matayuyos para las gramíneas. Tiende a ver héroes, villanos y personajes secundarios en todo lo que describe. Y lo peor de todo: cree que está haciendo historia”.
El aire de Sodoma se inscribe en una tradición extraña de la literatura uruguaya al acercarse a episodios de la historia nacional con cierta irreverencia y desparpajo y por poner el foco en detalles secundarios, esos que nunca son contemplados en la historiografía oficial. Es, además, un paso seguro de uno de los mejores escritores jóvenes de Uruguay, un escritor al que no conviene perderle pisada.
El acercamiento de Martín Bentancor a la Historia Nacional ya estaba presente, en cierta forma, en su primer libro de cuentos, Procesión, editado por la editorial Sudestada en 2009. Allí, valiéndose de las claves del relato costumbrista, el autor canario contaba historias mínimas, protagonizadas por paisanos de la campiña uruguaya y en las que, como trasfondo, aparecían algunos episodios puntuales de la conformación de Uruguay como nación (las luchas de caudillos en los cuentos “Traidor” y “Primogénito”, el alambramiento de los campos en el relato “Procesión”, etc.). Aún así, es en el flamante El aire de Sodoma donde Bentancor le hinca el diente a la historia reciente de nuestro país con un olfato asombroso para las situaciones absurdas y un muy cuidado sentido del humor.
“Hola. Soy Eduardo Galeano”, el cuento que abre el volumen y que está dedicado a Graham Greene (autor clave en otro libro de Bentancor, la novela La redacción, donde incluso el autor británico aparecía brevemente como personaje) es un asunto con espías y replicantes en el contexto de una dictadura latinoamericana. En el ambiente tropical plagado de mosquitos donde una célula guerrillera ha establecido su campamento, mientras avanza hacia la Capital, desembarca el reconocido escritor uruguayo Galeano. El relato cobra vida entre la interacción de Galeano con los guerrilleros, especialmente con el Comandante -más preocupado por beber que por conducir- y un cura subversivo que conjuga todos los vicios de los discursos revolucionarios.
“Los huesos” es un relato protagonizado por José Artigas, aunque justo es decirlo, la protagonista oculta es una muela del General, una muela cariada que es necesario extirpar para que el Éxodo del Pueblo Oriental pueda seguir adelante. A la manera de El Despenador, el relato está construido como un diálogo entre un académico rival del profesor Peñalosa (a quien le dispara varios dardos durante el discurso) y el propio Bentancor.
“Obituario” recrea la biografía de Ernesto Seppeda, un oscuro vendedor de tractores en Tacuarembó que se convierte en poeta y en acérrimo combatiente de la dictadura militar. El relato, uno de los primeros escritos por Bentancor, ya deja ver varios de los signos que el autor desarrollaría con el tiempo: las biografías de personajes marginales, la presencia permanente de la poesía (en mitad del relato de El Despenador, Peñalosa canta un cielito; en La redacción, el mastodóntico cronista Amadeo Viñetas escribe oscuros poemas) y hasta el uso de medios secundarios del relato como las entradas en un diario, los facsímiles y las falsas notas al pie.
Por último, “El aire de Sodoma”, relato que cierra el volumen, es un intento por reconstruir un fallido atentado sobre el ex presidente Julio María Sanguinetti durante un tour de vino por varias bodegas de Canelones. Los hechos son confusos porque ningún testigo quiere referirlos y es el profesor Peñalosa, nuevamente, el encargado de dilucidar la verdad o lo que podría ser la verdad. “Si uno analiza detenidamente el recuerdo de un suceso, decía Peñalosa, puede terminar descubriendo la propia precariedad de la memoria y las trampas que el cerebro nos tiende en el proceso de evocación. Quien investiga el pasado suele pasar por alto ese detalle y le otorga a los testimonios históricos una veracidad que no es tal. Con ese razonamiento, la Historia como la conocemos no tendría razón de ser. Su principal razón de ser, justamente, es la de despejar las dudas que acechan cada testimonio de tal forma que se convierta en un dato exacto, donde las penumbras no puedan entrar. Es un arte difícil para el que no todos están dotados. Usted, por ejemplo, decía mirándome a los ojos, no sirve para historiador. Tiene aires de novelista y ese vicio es como el matayuyos para las gramíneas. Tiende a ver héroes, villanos y personajes secundarios en todo lo que describe. Y lo peor de todo: cree que está haciendo historia”.
El aire de Sodoma se inscribe en una tradición extraña de la literatura uruguaya al acercarse a episodios de la historia nacional con cierta irreverencia y desparpajo y por poner el foco en detalles secundarios, esos que nunca son contemplados en la historiografía oficial. Es, además, un paso seguro de uno de los mejores escritores jóvenes de Uruguay, un escritor al que no conviene perderle pisada.
*El aire de Sodoma, editorial La Propia Cartonera, Montevideo, 2012.
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