sábado, 5 de marzo de 2011

Saer póstumo

Trabajos es una colección de ensayos de Juan José Saer que se publicó a los pocos días de su muerte (ocurrida en Paris, el 11 de junio de 2005). A diferencia de muchas otras compilaciones de ensayos y artículos de autores muertos que se publican “sobre el pucho”, este libro no se inscribe en esa tendencia editorial mortuoria sino que se presenta como un ejemplar ordenado por el propio Saer que, claro está, esperaba publicar en vida. El breve prólogo, escrito por el autor, está fechado en enero de 2005. Se trata de una recopilación de textos que, como explica Saer al inicio, en muchos casos partieron de solicitudes puntuales de diarios de Argentina, Brasil y Francia. El orden de los trabajos avanza desde lo general –tratando temas como la posmodernidad o la historia de la filosofía- a lo más particular, entendiéndose en esa progresión el estudio o el análisis de determinados libros o de sus autores. En este grupo Saer puede escribir sobre las traducciones del Ulises, pasando por la obra de su adorado Juan L. Ortiz o, como ocurre en los cuatro trabajos finales, analizar el universo narrativo de Juan Carlos Onetti, con especial atención a su novela La vida breve.
Más allá de ciertas erratas o distracciones en la corrección, además de la ausencia de la fecha y el lugar de publicación original de cada texto (Saer proporciona esa información muy parcialmente en el prólogo), el libro se lee con el impulso vital y el derroche de inteligencia que sustenta la prosa ensayística de Saer (demostrada con creces en El concepto de ficción, de 1997 y en La narración-objeto, de 1999). El ensayo “Lengua privada y literatura”, por ejemplo, parte del análisis de la contribución que la breve obra de Bartolomé Hidalgo, sobre todo su ciclo de "Cielitos", aportó a la conformación de la lengua literaria rioplatense, tema que sirve como disparador para reflexionar sobre el peso de la lengua materna y el influjo, o la condena, que sobre los seres humanos tienen las palabras. Escribe Saer: “La acumulación asociativa única que el uso personal de las palabras obtiene en el transcurso de una existencia, le da a cada una el tenor de una pieza única que reúne en ella, más allá del significado estricto que le atribuyen las gramáticas y los diccionarios, la paleta multicolor de connotaciones recogidas en su ir y venir por los campos de la experiencia. El verde de la hierba no es un mero adjetivo, sino la vivencia simultánea de los mil matices de verde percibidos y almacenados en la memoria. Esa intimidad con las palabras solamente es posible en el ámbito de la lengua materna”.
El inmenso ámbito de las palabras y sus significados también lleva a Saer a elaborar el texto “El kitsch gubernamental”, uno de los mejores trabajos de su Trabajos. En apenas cinco páginas, el escritor argentina desmitifica ciertos aspectos del discurso humanitario y universal que adopta la mayoría de los políticos cuando se paran frente a un micrófono. Partiendo de un texto del vienés Hermann Broch, Saer analiza el fenómeno kitsch como una variante de la mentira, hijo legítimo de la demagogia y la oratoria política en general. “El contraste de almíbar y de sangre es kitsch”, escribe, “pero también puede serlo la irrupción de lo poético en la jerga política o diplomática, como en la expresión ‘la paix des braves’ (la paz de los bravos) que pretende darle un sentido épico a la interrupción momentánea de una serie de hechos de sangre perpetrados por los beligerantes, que se autocalifican de valientes, con las armas más viciosas, cobardes y traicioneras. En esa expresión, lo kitsch no es la hipocresía, que hay que dar por sentada, sino el giro desafortunadamente poético que asume el eufemismo”.
La claridad de pensamiento y la precisión en el análisis demostradas por Saer en sus trabajos no le permite caer, aún así, en una grosera falta de tino cuando escribe sobre el libro Opiniones contundentes, una recopilación de entrevistas a Vladimir Nabokov. Toda la mesura y la calma que Saer maneja en su prosa, incluso cuando le dispara a los necios, los diletantes y los malos escritores, se esfuma en el trabajo “Sobre un pavo real”, un desafortunado ataque al escritor ruso que evidencia, más allá del malestar que le produjo la lectura del citado libro, cierta falta de información que, en alguien como el escritor argentino, no puede ser leída como pose o mera boutade. “El libro en cuestión”, ametralla Saer, “consiste en una serie de reportajes, algunas cartas enviadas a los diarios, dos o tres vengativas críticas literarias, y tres o cuatro artículos sobre mariposas. La obra entera destila un inmenso amor por la única persona que el autor considera digna de respeto y veneración: Vladimir Nabokov. Naturalmente que se deshace en elogios por un puñadito de sus semejantes, pero es fácil entender que esas personas están sometidas a un régimen de reciprocidad rigurosa: son autores de críticas favorables, miembros de su familia, ciertos clásicos anexados a su universo literario, etc.”. Cuesta creer que Juan José Saer, en el mismo libro donde le dedica un pormenorizado análisis a la novela La vida breve y su mecanismo de fundación de Santa María –análisis que sorprendió gratamente a muchos avanzados onettianos-, se despache con un ensayo tan incendiario y vomitivo por quien fue uno de los mejores escritores de siglo XX. Da la impresión, leyendo la ristra de ataques que se engarzan cual cuentas de rosario en las siete páginas del texto, que Saer olvidó de forma consciente la extensa obra de Nabokov –donde la mayoría de las “opiniones contundentes” ya aparecían bajo la voz de algún personaje, en los prólogos del autor o en notas al pie- para centrarse en las entrevistas en sí, desprendidas de la obra del protagonista. Saer pretende ver –y de ahí, entiendo, su furia- las entrevistas compiladas en el libro como intercambios fluidos entre un entrevistador y el entrevistado cuando, en realidad, Opiniones Contundentes –que por algo lleva la firma de Nabokov- es un artefacto que el propio ruso diseña para poner sobre el papel sus formas de ver un sinfín de fenómenos. Expresar, como lo hace Saer, que Nabokov odiaba todo lo soviético para realzar todo lo estadounidense, es desconocer la propia biografía del autor. El rechazo de Nabokov a la Revolución Rusa y al accionar bolchevique se gesta en nociones de clase que, en ningún momento e incluso con exageración, el propio autor ocultó (puede leerse en su parcial autobiografía Habla memoria y en novelas como La dádiva o Invitado a una decapitación). El presunto amor de Nabokov por Estados Unidos (más que justificado si se considera que fue donde pudo asentarse tras varias décadas de exilio, donde se desempeñó académicamente y donde alcanzó la fama y la fortuna) debe ser tomado con pinzas y no con la ligereza que lo hace Saer. Una gran cantidad de páginas de Lolita, pero también de Pálido Fuego y de Pnin, contienen más que ácidos puntos de vista de Nabokov por el american way of life y el pretendido patriotismo norteamericano. Saer también se molesta por el reconocido mote que Nabokov le dedicaba a Sigmund Freud –“el Curandero Vienés”- pretendiendo ver, en la mofa del ruso, una ignorancia del psicoanálisis y de los estudios freudianos e ignorando que Nabokov –como lo demuestran sus análisis de ciertas obras de la Literatura Rusa o sus clases de Literatura Universal- tenía la marcada predilección de meterse de lleno en el fenómeno que pretendía ensalzar y, sobre todo, destruir.
Incluyendo las hirientes páginas que le dedica a Nabokov, Trabajos de Juan José Saer oficia como un muestrario de gustos, inquietudes y lecturas personales que complementan muchas de sus reflexiones que –sobre todo en la voz de Carlitos Tomatis- se deslizan en varias de sus novelas y cuentos. El libro incluye un hermoso texto sobre quien fuera uno de los mentores de Saer –“La doble longevidad del narrador Robbe-Grillet”- así como una entrañable semblanza del poeta Hugo Gola. Gustave Flaubert, Jean Paul Sartre, Jean Genet, Felisberto Hernández, Carlos Drummond de Andrade y Robert Walser son algunos de los escritores convocados por Saer en sus trabajos.
Por último, quiero referirme a los cuatro textos sobre Juan Carlos Onetti que, como el mejor de los broches de oro -si se me permite este horrible dispositivo descriptivo- cierra el libro. El tema central de las reflexiones de Juan José Saer sobre la obra de Onetti se ubica en el momento clave, fundacional, de la novela La vida breve, en que Juan María Brausen crea a Santa María. Saer define a ese momento como el más importante de la obra de Onetti, no sólo por el hecho de erigir el espacio ficción donde se ambientarán los siguientes libros, sino por el carácter dual que adopta la voz narradora. El punto de vista del autor adquiere para Onetti, desde esas páginas de La vida breve en adelante, un carácter ambiguo y complejo que, lejos de estancar la perspectiva y el relato, lo potencia, lo desmenuza, lo vuelve vívido y real. Brausen, al darle forma a Santa María, no puede dejar de incorporarse a sí mismo en el proceso representando en el plano de la ficción, lo que vivirá el propio Onetti cuando el doctor Díaz Grey, Larsen y lo demás personajes entren en escena. “Santa María es un territorio inacabado por definición”, escribe Saer, “y, antes de introducir en él un nuevo elemento, Brausen no sabe cómo será ni cuál será su sentido. Si nos dedicamos a seguir atentamente la materialización de Santa María en La vida breve podremos comprobar que prácticamente todo lo que ocurre en esa ciudad evoca más o menos precisamente, o quizás debiéramos decir más o menos vagamente, alguna referencia empírica de la vida de Brausen”.

7 comentarios:

Unknown dijo...

Totalmente de acuerdo con Saer. Mi abuela escribía mejor prosa que ese mamón de Nabokov. Además, todo el mundo sabe que pertenece a una raza degenerada, como todos los rusos, incluyendo al sobrevalorado Tolstoi. ¡Tanto ruido por ese folletín liviano que es La guerra y la paz. Las novelas de las mañanas de canal cuatro tienen mejores historias que esa.
Mis respetos.
Díaz Grey

Martín Bentancor dijo...

"La Guerra y la paz" pudo funcionar como un buen videojuego para la PS3 o, en su defecto, para un juego de mesa en aquella época...pero no para novela de 1200 páginas. Rusia era tan atrasada en aquella época que desconocía lo que era un editor. Por fortuna, poco tiempo después llegaron los soviets.
Un saludo,
M

Israfel dijo...

Interesante reseña, a Saer se le salía la cadena a veces, después de todo, es humano. Una cita me sirvió para un artículo de mi blog (http://laedadcaotica.wordpress.com/2013/10/30/talibanismo-literario-primera-parte-todos-contra-casi-todos/). Claro que cité la fuente. Saludos.

Israfel dijo...

* "Era" humano.

Martín Bentancor dijo...

Muy interesante su trabajo. Gracias por la lectura y por la cita. Salud!
Martín

Jorge Andrés Bayas dijo...

1. Qué chapuceros los comentarios sobre Tolstoi y Nabokov que leí arriba. Les falta para entender la sutileza de Tolstoi, si bien el hombre, como buen novelista decimonónico, cae a veces en el lugar común. Y Nabokov tenía un oído para la prosa del que ellos, evidentemente, carecen.

2. A Saer hay que leerlo con pinzas. Tendía a simplificar mucho lo que no le gustaba y a menudo opinaba como los muchachos que hablan sobre Tolstoi arriba, pero cuando hablaba de algo que sí lo movía se volvía muy inteligente. Más que cualquiera. Por eso sus lecturas sobre Di Benedetto y Bioy son tan magnificas.

Unknown dijo...

Jorge Andrés Bayas: Gracias por pasar, leer y comentar. Al releer aquellos viejos comentarios de 2011 a los que usted refiere, redescubro que los dos comentaristas estaban valiéndose de la ironía y que, por supuesto, no pensaban nada de eso sobre Tolstoi y Nabokov. Es que éramos más jóvenes y nos gustaba reírnos de los maestros. A propósito, le comparto un pasaje del segundo tomo de la biografía de Nabokov, 'Los años americanos', de Brian Boyd, que refiere a Tolstoi:
Nabokov en clase, según Alfred Appel Jr.: "Subió los escalones y se colocó junto a la tarima, donde se encontraba el interruptor de la luz. 'En el firmamento de la literatura rusa', proclamó, '¡éste es Pushkin!'. Y encendió la luz cenital situada en el extremo izquierdo del salón. '¡Este es Gogol!'. Y se encendió la luz del medio. '¡Y este es Chéjov!'. Se encendió la luz de la derecha. Después, volvió a bajar de la tarima, caminó hacia la ventana central del fondo, soltó la persiana, que se enrolló con un ¡bang!, y un vivo rayo blanco de sol inundó la sala como una emanación. '¡Y este es Tolstói!', bramó...".