martes, 25 de mayo de 2010

Carlos Franqui, último adiós a Cuba

Al igual que su amigo Guillermo Cabrera Infante, Carlos Franqui conoció a la revolución cubana desde dentro y, como aquel, pasó de la algarabía al repudio al ver de primera mano el accionar del dictador Fidel Castro al hacerse con el poder. Al morir, la semana pasada en Puerto Rico, varios diarios encabezaron sus obituarios definiéndolo como “el intelectual disidente más importante que aún vivía", extraño honor que compartió hasta el 2005 con Cabrera Infante. Hombre por demás culto – en esa acepción que ata a la alta cultura con la cultura popular – es autor de un puñado de libros heterogéneos temáticamente (arte, pintura, poesía, la Revolución) pero homogéneamente Franqui, esto es, escritos con la visión y el pulso de un hombre comprometido con cada una de sus causas y sus pasiones.
En el ensayo “Un retrato familiar”, incluido por Guillermo Cabrera Infante en su libro Mea Cuba, el autor de Tres tristes tigres, realiza una suerte de progresión biográfica de Carlos Franqui, una síntesis entre su sentir revolucionario al bajar de las sierras y su nacimiento como escritor (lo que no deja de ser otro bautismo de fuego revolucionario):
“Carlos Franqui es uno de esos raros casos de un revolucionario que decide (o es impelido por la inercia política) convertirse en escritor. Franqui que era moroso (o cauto) hasta para responder una carta desde el poder. Tiene antecedentes ilustres sin embargo. Uno de ellos, el más eminente, es Trotski, salvando las distancias parciales y la cabeza entera. Franqui, al revés de Trotski, ingresó desde joven en el partido comunista cubano y sin ninguna vacilación. Por su edad debía militar en la Juventud Comunista, pero era entusiasta y por lo tanto útil a la causa. Pobre de nacimiento, campesino de solemnidad que no pudo gozar siquiera el privilegio de una ciudad cercana o de un pueblo de campo, Franqui era lo que se llama en Cuba un guajiro macho, un montuno, un campesino remoto. Pero tuvo la suerte de que lo encontrara una maestra extraordinaria, Melania Cobo, que era negra como su nombre y con completa cultura: uno de sus hijos llegó a ser un notable crítico musical en La Habana. Melania Cobo le sembró a Franqui la semilla del interés por la cultura bien temprano, como para que creciera con la inquietud política que Franqui llevaba ya adentro cuando Fidel Castro era todavía un aprendiz de jesuita. La tenacidad heroica del padre salva a Franqui niño de la muerte inminente de un apéndice reventado corriendo leguas al galope desesperado de un mal caballo hasta el hospital de emergencia en la ciudad. Desde entonces, con el mismo callado heroísmo, Franqui ha ido salvando su propia vida espiritual y física. La vida física ha tenido que ponerla demasiadas veces en peligro por su fe en dos o tres ideas que son todo menos contradictorias. Su vida intelectual ha colocado al hombre en múltiples situaciones azarosas. Decir cómo Franqui ha franqueado estos obstáculos en oposición llenaría un tomo – que su modestia, estoy seguro, impediría completar”.

Muerto a los ochenta y nueve años, Carlos Franqui no contó con la vida suficiente para volver a recorrer la desolada provincia de Villa Clara ni para pasear por el Malecón de La Habana junto a Cabrera Infante difunto. En algún lugar de la vieja ciudad que fundara don Diego Velázquez de Cuéllar, el demonio barbudo – aparentemente eterno – se restriega las manos y enciende un habano de ciento cincuenta dólares.

Nota a las fotos
1-2 – La famosa foto de Carlos Franqui con Fidel Castro. En la foto ubicada a la derecha (publicada por Revolución en 1962) puede verse a Carlos Franqui, al fondo. En la foto ubicada a la izquierda (publicada por Granma en 1973) y aplicando el más burdo (pero no por ello menos efectivo) proceso estalinista, Franqui ha desaparecido.
3 – Carlos Franqui en la senectud.

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