miércoles, 26 de agosto de 2009

La novela filmada

Historias extraordinarias es una película del director argentino Mariano Llinás que tiene, entre sus variadas proezas, el superar las cuatro horas de metraje. Para contar el conjunto de historias que componene el asunto, Llinás explota al máximo una variedad de procedimientos cinematográficos pero también los deja de lado, los menosprecia, los cambia -lisa y llanamente- por herramientas literarias. Lo que logra, en definitiva, es una gran novela de aventuras contada con el soporte del cine o una película de acción filmada con mecanismos novelísiticos. Una novela filmada.
Historias extraordinarias se compone de tres historias independientes que nunca se entrecruzan y por una serie de notas al pie o microhistorias que, a su vez, nada tienen que ver con los relatos centrales. De forma arbitraria - o no - Llinás divide su película/novela en 18 capítulos que son narrados por diversas voces en off. El recurso de la voz narradora es empleado hasta el paroxismo. En la mayoría de los casos, no escuchamos las voces de los personajes sino a la voz narradora leyendo o recitando lo que, en ese mismo momento, dice el actor. Este procedimiento tan poco cinematográfico alcanza en Historias... un rendimiento no sólo estilísitco sino que establece, además, una suerte de complicidad con el espectador/lector. Muchas veces, la voz en off adelanta peripecias que los personajes vivirán un poco más adelante o escamotea datos que, sorpresivamente, el espectador/lector encontrará de forma por demás sorpresiva.

Los tres grandes relatos de Historias extraordinarias - el confinamiento de X en un pequeño hotel tras presenciar un crimen en mitad del campo, la extraña investigación que emprende Z al ser asignado como encargado de una intrascendente oficina llamada La Federación y el viaje que emprende H por el Río Salado con el encargo de fotografiar unos antiguos monolitos de la Compañía Fluvial Pampeano - tienen mucho en común (por el clima de desmesura existencial e inminente irrupción del peligro) con la Trilogía de Nueva York de Paul Auster, especialmente con la mejor novela del trío, Fantasmas.

En su película/novela, Llinás realiza una suerte de ensayo en movimiento del concepto de viaje y adopta para ello una serie de mitos o lugares comunes que, social y culturalmente, se han fijado sobre el tema. Con esos elementos delante de la cámara o entre lineas, compone una amalgama de historias que se circunscriben a pequeños pueblos, carreteras y caminos de la provincia de Buenos Aires que, pese a tener delante todos los textos y subtextos para hacerlo, nunca cae en la tesis o en la manifestación existencial. Lejos de eso -porque, en definitiva, Llinás no olvida que quiere entretener a su público - puebla la película de giros de suspenso, acción y hasta algunos -medidos- toques de comedia.

Historias extraordinarias es la gran novela que el cine le debía a la literatura y la mejor expresión de cómo patear el perimido círculo de los géneros o de la individualidad de cada lenguaje artístico.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Aproximación a Morosoli (*)


El cuento es un género de difícil confección que obliga al escritor a someter a su historia, a sus personajes y a sus ideas a una suerte de esquema acotado por ciertas reglas formales –todas maleables – que encuentran su mayor “obstáculo” en la extensión. Escribir un cuento es también realizar una síntesis, llevando adelante un particular proceso de economía expresiva que, muchas veces, encuentra en el desborde estilístico su mayor limitación o virtud. Las corrientes literarias han dotado al género de nuevas variantes significativas y formales pero, bajo el signo propio de cada época, el cuento permanece como un género perfecto. Sin el cauce espacial de la novela, el cuento resignifica en cada momento literario su estricta independencia como artefacto narrativo además de su importancia como vehículo de la ficción.
La literatura uruguaya, que cuenta con una tradición de notables cuentistas, tiene en la obra de Juan José Morosoli uno de los puntos más altos al que el género ha llegado en el país. El escritor minuano destacó en una variante del cuento que abreva en los usos y costumbres de los habitantes de una región específica, empleando técnicas de antropólogo y de paisajista, pero sin olvidar nunca su principal sustento literario: el hombre.
En su cuento Andrada, Morosoli describe el momento epifánico que vive un personaje ante la simple contemplación de la naturaleza: “Andrada iba al monte. A visitar el monte. A quedarse vaciado por las horas que hacían dar vuelta la sombra de los troncos, mientras la brisa rozadora de hojas, movía las copas unánimes y los ojos se le iban poniendo pesados de mirar contra el cielo el vuelo de los bichitos. A volcar su atención en el oído, para sentir entre un tronco el sordo barrenar de un parásito”. La obra del escritor minuano está poblada por esos trazos minimalistas, referidos como al descuido, en los que un personaje descubre de golpe su sentido de pertenencia y el particular sitio que ocupa sobre la tierra. Al leer a Morosoli se percibe claramente la comunión entre el escritor y el universo que describe, vínculo que se vuelve más estrecho aún al ver brotar las imágenes desde una prosa de aparente sencillez, cristalina.
Los personajes de Morosoli, generalmente, están unidos al lugar que habitan pero no en una relación de sometimiento (geográfico y metafísico) sino bajo el poder de una marca identitaria que los iguala y hermana en sus características esenciales. Desde el grupo de vecinos que deciden viajar en un camión a conocer el mar (El viaje hacia el mar) hasta las penurias de un hombre obligado a trasladarse de un pago a otro siempre precedido por un suceso que lo denigra (Rodríguez), sus personajes son concientes de estar atados al mundo en el que viven con un vínculo más fuerte y duradero que el de una simple frontera.
Morosoli brilló como pocos escritores en el país a la hora de narrar las penurias y alegrías de los desplazados, de los habitantes del pueblo chico, de los vagamente instruidos. Lejos de convertir esa opción de escritura en una prosa contestataria, Morosoli se dedica a exaltar el alma de sus personajes a través de gestos mínimos, precisos, revelando así un altísimo poder de observación. En su cuento Las cortas de maíz, por ejemplo, narra la historia de dos peones zafrales hermanados en la pobreza y en las peripecias de una vida trashumante, que los obliga de ir de un sitio a otro – de un conchavo a otro – sujetos siempre a los intereses de quienes les proporcionan el trabajo. En la relación entre Medina y Menchaca, Morosoli evidencia un credo humanista que, con diversas variantes, aflora a lo largo de toda su obra:
Medina era afanoso, buscavida, fuerte, voluntarioso, pero de esos hombres que se matan trabajando y nunca terminan de arreglarse. Cambiaba de oficio como de camisa. Había sido peón de todo lo que se puede ser peón. Vendedor de décimas, vareador de caballos, sacapantanos, plantador de estacas y acarreador de resacas para abrigarlas y, finalmente, caramelero en un circo.
Gracias a Dios o al diablo tenía salud ‘hasta pa tirar p´arriba’
Era muy extremoso con Menchaca, a quien cuidaba como un hermano ‘quedao huérfano chico’. Había andado sacándole el cuerpo a las cortas de maíz. Sabía muy bien que en las chacras había trabajo cierto, pero sabía también que el pobre Menchaca no era capaz de aguantar aquella vida.”

Como a otros grandes escritores uruguayos, el canon le ha sido esquivo a Juan José Morosoli. Durante años, un sector de la crítica literaria lo desterró a la parcela de los escritores regionalistas (una suerte de crimen para cierta inteligentzia cultural) intentando opacar así la fuerza de una literatura sin precedentes ni dignos continuadores. Pero el tiempo, esa materia densa e inaprensible que Morosoli conocía de primera mano al contemplar las ariscas formas de las sierras cercanas, no ha podido vencer la fuerza de esos cuentos perfectos, eternos, decididamente morosolianos.
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Publicada originalmente en La ONDA Digital (Nº 450), el 18/08/2009

sábado, 15 de agosto de 2009

Estación Hawksbill

La Estación Hawksbill es una prisión a la que van a dar los más peligrosos presos políticos. Cuando a inicios del siglo XXl, el tiránico gobierno síndico de los Estados Unidos se vio amenazado por un brote revolucionario que intentó derrocarlo, sólo confió en el invento del matemático Edmond Hawksbill. Apresó a los líderes revolucionarios, anarquistas, promotores de revueltas y teóricos de la revolución y los mandó a la Estación Hawksbill. Esta prisión tiene muchas particularidades pero la más importante es que se encuentra emplazada en el pasado; exactamente en las postrimerías del período cámbrico, mil millones de años atrás.
Enclavada en el centro de una zona rocosa, sin vestigios de vegetación o de vida animal, la Estación Hawksbill recibe a los prisioneros con una contundente realidad: no existe la posibilidad de regresar al futuro (el presente que acaban de abandonar), o sea, el Arriba.
Todo esto lo cuenta el escritor neoyorkino Robert Silverberg en su novela Estación Hawksbill, uno de los libros de ciencia ficción más demoledores, destinado a transgredir las fronteras duras del género y a constituirse en una suerte de tratado político que, partiendo del concepto básico de libertad, avanza por los cimientos del sistema democrático erosionando a su paso cualquier noción establecida de Estado o Gobierno. Emparentada, en lineas generales, con 1984 de Orwell (libro que algunos de los prisioneros comentan en su prisión de piedra calcárea), Estación Hawksbill tiene mucho de algunas visiones paranoicas de Philip K. Dick y dialoga con una de las últimas novelas de éste (y una de sus mejores obras), Radio Libre Albemuth, publicada en 1985.
Estación Hawksbill narra, en lineas generales, el fracaso de una revolución - que es el fracaso de todas las revoluciones - y el profundo desencanto que el tiempo le otorga a las causas perdidas. El Tiempo es el gran protagonista de la novela y no sólo por el recóndito punto temporal al que son enviados los personajes sino también por el empleo que de cada segundo, minuto u hora realizan aquellos que tienen el poder. Eso es algo que conoce bien Jim Barret, uno de los personajes más importantes de la novela:
"Según la teoría, muy razonable por otra parte, si se priva a alguien de todos los estímulos sensoriales se le reduce la individualidad, y por lo tanto su tendencia a la obstinación. Tápónale las orejas, tapónale los ojos, mételo en un baño caliente de nutrientes, envíale comida y aire por conductos plásticos, déjalo flotar ociosamente, como su estuviera en el útero, día tras día, hasta que se le pudra el espíritu y se le erosione el ego. Barret entró en el tanque. No oía. No veía. Poco tiempo después no podía dormir.
Acostado allí en el tanque, se dictó su propia autobiografía, un documento de varios volúmenes. Inventó juegos matemáticos de gran complejidad. Recitó los nombres de los estados de los viejos Estados Unidos de Norteamérica y trató de recordar los nombres de sus capitales. Revivió escenas que habían sido culminantes en su vida, alterando de vez en cuando el guión.
Después hasta pensar le costaba, y se dejó flotar a la deriva en la marea amniótica. Llegó a creer que estaba muerto, y que aquello era la otra vida, el descanso eterno. Pronto su mente entró en una renovada actividad, y esperó ansiosamente que lo sacaran del tanque y lo interrogaran; después esperó con desesperación, y después espero con furia, y después, sencillamente, dejó de esperar.
Después de algo así como ochocientos años, lo sacaron del tanque".

lunes, 10 de agosto de 2009

Gigantes en el campo de golf (*)

La mal llamada “joven literatura uruguaya” – expresión que, en ocasiones es empleada de forma despectiva o como generalizadora de una variedad de voces y registros – esconde tras su fría denominación de etiqueta a un puñado de escritores que rondan los treinta años y que, desde editoriales firmemente establecidas en el mercado o desde pequeños sellos, viene publicando una obra variada y muy personal en cada caso. Más allá de algunos débiles intentos críticos por englobar a esa camada de nuevos autores en el marco de una “nueva generación”, vale la pena detenerse en algunos nombres, y especialmente en algunas obras, que prometen ser más que una mera novedad.
Damián González Bertolino es un escritor nacido en Punta del Este, en 1980, y que acaba de publicar su primer libro, El increíble Springer (Banda Oriental). La obra, ganadora del Decimosexto Premio Nacional de Narrativa “Narradores de Banda Oriental “ (uno de los galardones más importantes del panorama literario local), es un claro reflejo de la imposibilidad de agrupar bajo géneros o tendencias las creaciones de los más jóvenes autores del país. Compuesto por dos largos relatos (si nos ponemos estrictos con las etiquetas, cabría hablar de nouvelles), El increíble…presenta en sociedad la cuidada prosa de González Bertolino, una prosa que por momentos adquiere una aparente sencillez para mutar en cierta controlada farragosidad que, lejos de hundir las ideas entre las palabras, las vuelve más poderosas en el marco del desarrollo de las historias. El relato que le da nombre al libro, por ejemplo, es una historia de iniciación signada por todos los temores y descubrimientos del universo de la infancia y la primera adolescencia. Para contar la historia de la increíble transformación de Gastón Springer, el narrador cuenta su propia historia y es en la presentación de las diversas situaciones que le toca vivir donde se encuentra el mayor atractivo del relato. Ambientado en una Punta del Este de mediados del siglo pasado, “El increíble Springer” funciona como una lúcida fotografía de toda una época y un lugar. El ambiente que comparten los niños de la historia encuentra su amenaza física, palpable, en la presencia del gordo Ferreira, un condiscípulo de Springer y del narrador sin nombre que se constituye en el antagonista perfecto a lo largo de toda la historia. No se adelantará nada más de la trama en ésta reseña pero sí cabe consignarse que, en “El increíble…”, es especialmente destacable la irrupción de lo sobrenatural o lo decididamente fantástico en la historia. La forma en que el recurso es empleado – sin desmontar el mecanismo, con una perturbadora naturalidad – es otro de los logros a señalar en la pluma de González Bertolino.
“Threesomes”, el otro largo relato que integra el libro, cambia de personajes y de ambiente y, en cierta forma de tono, para narrar una historia que transcurre casi íntegramente dentro de un campo de golf. Las tres mujeres que, desganadamente, pululan por el césped con sus accesorios deportivos – la Sra. Hahn, la Srta. Hahn y la Sra. Etchegoyen – conforman un trío de criaturas abstraídas en sus propios mundos y que hallan en el personaje del caddie Morán, una suerte de contrapeso moral y social que terminará por afectar, en menor o mayor medida, sus vidas. La relación que se establece entre el caddie y las mujeres, sobretodo entre aquel y la remilgada Sra. Etchegoyen, le da pie y sustento a González Bertolino para enfrentar dos realidades socioeconómica opuestas: el de cierta clase alta (aunque justo es decirlo, con inequívocos signos de decadencia) y el barrio obrero donde habita Morán con su numerosa familia. Es en el relato de ese quiebre, en el pasaje de escena entre las dos realidades, donde el autor ofrece su más agudo poder de observación y descripción como cuando narra la llegada nocturna de Morán a su casa y el enfrentamiento con su mujer (a la que ya no quiere y debe padecer): “Su mujer se había ido derecho al cuarto. En la pieza donde estaba la habitación vio a casi todos sus hijos. Ninguno le habló. Se quedaron observándolo como si fuera una persona extraña que entraba a reparar algo. Después siguieron con lo suyo. Morán llegó hasta la cama y se dejó caer de espaldas. Había visto con el ojo hinchado la vaga forma de su mujer recostada a aun lado, al otro lado de la pared. A Morán eso no le importó, pero unos minutos más tarde, cuando empezó a quedarse dormido, agradeció el paño helado que cubrió la hinchazón sobre su ojo…”.
Damián González Bertolino ha creado en El increíble Springer una obra personalísima, de esas que los críticos llaman “de sólida factura literaria” y que nos hace aguardar, a sus afortunados lectores, una próxima, bienvenida, irrupción.

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(*) - Publicado originalmente en La ONDA digital Nº 449 (10/08/2009)

miércoles, 5 de agosto de 2009

Pequeña antología Cohen

Dejé que tu mente entrara en mí
por culpa de la soledad.
Fui un hogar para tu visión.
Pero no podría serlo dos veces.
No pises tu sombra,
no pises mi escoba.
Yo mantendré tu sombra limpia.

* * *

El amor es un fuego.
Arde por todas partes.
Desfigura a todo el mundo.
Es la excusa del mundo
por ser tan feo.

* * *

Durante mucho tiempo
no tuvo música,
no tuvo decorados.

Mató a tres personas
en las tinieblas de su ambición.
La lluvia no pudo ayudarle.

Sigue tu camino,
esto no es una visión que se te
ofrezca,
esto es la verdad.

* * *

Cada hombre
tiene una manera de traicionar
a la revolución.
Ésta es la mía.

* * *

Lentamente me casé con ella
Lenta y amargamente me casé con su amor
Me casé con su cuerpo
en el aburrimiento y el gozo
Lentamente fui a ella
Lenta y resentidamente
llegué a su cama
Fui a su mesa
por hambre y por hábito
fui a que me dieran de comer
Lentamente me casé con ella
sancionado por nadie
con la bendición de nadie
en nombre de nadie
en medio de advertencias generalizadas
en medio de la burla generalizada
Fui a su fragancia
con las narices distendidas
Fui a su codicia
con semilla para un niño
Años para la llegada
y años en retirada
Lentamente me casé con ella
Lentamente me arrodillé
Y ahora estamos heridos
tan profundamente y tan bien
que nadie puede hacernos daño
excepto la propia Muerte
Y a través de la totalidad del sueño de la Muerte
Me muevo con sus labios
El sueño es una noche
pero eterno es el beso
Y lentamente voy a ella
lentamente nos despojamos
de los ropajes de nuestras dudas
y lentamente nos desposamos

* * *

No conoces a nadie
Conoces algunas calles
colinas, verjas, restaurantes
Las camareras han cambiado

No me conoces
Yo estoy feliz con el otoño
las hojas las faldas rojas
todo en movimiento

Pasé junto a ti en una pared de mármol
algún nuevo banco
Sangrabas por la boca
Ni siquiera sabías en qué estación estábamos

* * *

Lot
Devuélveme mi casa
Devuélveme a mi joven esposa
Le grité al girasol que había en mi camino
Devolvedme mi escalpelo
Devolvedme mi vista de las montañas
les dije a las semillas que había a lo largo del sendero
Devuélveme mi nombre
Devuélveme mi lista de la infancia
le susurré al polvo cuando se terminó el sendero
Ahora canta
Ahora canta
cantaba mi maestro mientras yo esperaba
azotado por el crudo viento
Acaso he llegado tan lejos para esto
Me preguntaba mientras esperaba
en medio del frío puro
dispuesto al fin a discutir a favor de mi silencio
Dime maestro
se mueven mis labioso de dónde viene
este suave canto total que incrusta mi alma
como una lanza de sal en la roca
Devuélveme mi casa
Devuélveme mi joven esposa.
La traducción de estos poemas de Leonard Cohen pertenece a Antonio Rasines.